The Objective
Paulino Guerra

¿Se puede expulsar a ocho millones de inmigrantes?

«Al populismo le bastan cuatro eslóganes iracundos para resolver los problemas de la humanidad, aunque en la vida real las soluciones son mucho más complejas»

Opinión
¿Se puede expulsar a ocho millones de inmigrantes?

La diputada de Vox Rocío de Meer.

Todas las mañanas al salir de casa intercambio un rutinario de «buenos días» con una señora de rasgos andinos que pasa la fregona en el portal del bloque. También deben de ser peruanos, ecuatorianos o bolivianos los jardineros que cortan el seto y el césped, así como varios de los porteros encargados de controlar el paso a la urbanización. Nunca había reparado en que fueran tantos, pero tras escuchar estos días la profecía apocalíptica de la diputada de Vox Rocío de Meer he empezado a contarlos y a tomar conciencia del peligro que nos amenaza, porque el invasor se está aprovechando de nuestra natural bonhomía y se pasea impunemente por las puertas de nuestras viviendas. 

Incluso, muchos de ellos las han franqueado ya, porque no solo hay miles de mujeres extranjeras que trabajan como empleadas de hogar, que cuidan niños o sacan a pasear todos los días a ancianos con acusados impedimentos físicos y cognoscitivos, sino que los varones entran en los domicilios con la disculpa de traer un electrodoméstico, el pedido de la compra o para arreglar la antena de la televisión. 

El riesgo es máximo, porque en general todos suelen ser humildes, educados y están entrenados para no levantar sospechas. Incluso se declaran hinchas del Real Madrid o se camuflan con la camiseta de la selección nacional mientras siguen trabajando calladamente en sus logias clandestinas para hacer desaparecer la nación española.

Pero si uno pasea por la ciudad, sube al autobús o baja al metro, el impacto para los más obtusos partidarios de la pureza de la raza blanca, puede ser aún más aterrador. En Madrid, por ejemplo, los trenes que cada mañana vienen de la periferia parece que salen directamente desde Medellín, El Alto o Guayaquil. Lo mismo ocurre con un parte muy relevante de los trabajadores de la construcción, el turismo o los centros comerciales, donde abundan los empleados hispanoamericanos. 

El resultado en cifras globales es que España se ha convertido en apenas un cuarto de siglo en uno de los países del mundo con un nivel más alto de inmigración, llegando a acumular hasta 8,8 millones de personas nacidas fuera, según los datos del Instituto Nacional de Estadística (INE), a 1 de enero de 2004.

Se trata de los ya famosos «siete u ocho millones» que según la diputada De Meer han llegado gracias a las «políticas bipartidistas de fronteras abiertas» y que en otros 20 años pondrían en riesgo la supervivencia de España como nación y pueblo, por la difícil adaptación de los recién llegados a los usos y costumbres españolas.  Su solución para no acabar como los inflamables «banlieues» franceses, donde periódicamente la protesta acaba en graves disturbios y fuego, es la deportación, «la reemigración masiva».

¿Pero cómo se expulsan a siete u ocho millones de extranjeros? ¿Cuántos años, cuántos aviones, cuántos policías y guardias civiles son necesarios para ejecutar una operación de ese calado? ¿Habría que movilizar incluso al Ejército y declarar el estado de alarma? ¿Qué se hace si las naciones potencialmente receptoras se niegan a recibir a los deportados al carecer de los medios coercitivos que tienen los Estados Unidos? Además, ¿la medida no sería vetada por los tribunales? Y sobre todo, cómo se supliría la mano de obra de las personas deportadas.

El reto es materialmente imposible, pero sobre todo inútil desde el punto de vista social y productivo para un país como el nuestro que tanto ha envejecido en el último cuarto de siglo, con una caída vertical de los índices de natalidad. Según el más reciente informe de Funcas, el número de nacimientos se redujo en un 38% entre los años 2008 y 2023, convirtiendo a España en el tercer país de la Unión Europea donde más retroceden los alumbramientos, solo superado por Letonia (-41%) y Grecia (-40%). En términos absolutos, en España nacen ahora unos 300.000 niños al año, frente al medio millón de 2008. 

Sin embargo, la población que ya supera los 49 millones, ha seguido creciendo (aproximadamente más de 400.000 en términos anuales) debido a la masiva llegada de inmigrantes, aunque cada año avanza más la brecha entre los mayores de 64 años y los menores de 16, porque los primeros son ya muchos más que los segundos (una proporción de 140 frente a 100).

No obstante, al populismo le bastan cuatro eslóganes iracundos para resolver los grandes problemas de la humanidad, aunque en la vida real las soluciones son mucho más complejas. Todo el mundo acepta que la inmigración es uno de los grandes problemas de nuestro tiempo, pero nadie da con la tecla definitiva. Georgia Meloni no acaba de tener éxito y las políticas expeditivas de Donald Trump dan mucho miedo.

Ni siquiera todos los inmigrantes son iguales y tienen la misma voluntad de integración. En el caso español es un grupo muy heterogéneo en el que predominan los hispanoamericanos (más de cuatro millones), los europeos (que superan los dos millones), el millón de marroquíes, casi 200.000 chinos, además de 123.000 pakistaníes y otras cantidades inferiores procedentes de Senegal, Argelia, la India o Filipinas. 

Aunque la corrección política aconseja no decirlo, es la inmigración de origen musulmán, especialmente la marroquí, la que más desconfianza genera. Detrás hay razones históricas y otras más recientes como el periódico hostigamiento marroquí a las fronteras en Ceuta y Melilla, las simpatías por el pueblo saharaui, la llegada de menas, los atentados del 11-M, la diferencia de costumbres o el desencuentro cultural sobre la independencia las mujeres. 

Pero ninguna solución es fácil. José Ortega y Gasset puso de moda en los años 30 la «conllevancia», como fórmula para sobrellevar el «irresoluble problema catalán». El filósofo madrileño sostenía que hay asuntos de imposible solución, ante los que solo cabe «conllevar», es decir, sobrellevar, soportar o tolerar determinadas situaciones lo mejor que se pueda. Sin duda, la inmigración ilegal es uno de ellos. Si no nacen niños y se expulsa a todos los inmigrantes, en medio siglo, la idealizada patria que quiere conservar la diputada de Meer será poco más que un mausoleo de flores secas y tumbas olvidadas.

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