The Objective
Esperanza Aguirre

Hablemos en serio sobre inmigración

«Negar que hay grandes sectores de población inmigrante de origen musulmán que no están dispuestos a integrarse en nuestra cultura es negar la realidad»

Opinión
Hablemos en serio sobre inmigración

Ilustración de Alejandra Svriz.

El pasado fin de semana todos los medios de comunicación y, sobre todo, los telediarios han prestado especial atención a los disturbios de Torre Pacheco, ese pueblo de más de 40.000 habitantes donde se han sucedido los enfrentamientos entre inmigrantes magrebíes con vecinos del pueblo –algunos de etnia gitana–, enfurecidos por la violenta agresión que había sufrido un anciano de la localidad a manos de tres magrebíes.

Esos incidentes han vuelto a poner en el primer plano de la opinión pública un asunto que pende sobre la sociedad española y, en general, sobre las sociedades de los países más desarrollados desde hace ya bastantes años: la inmigración.

Vaya por delante mi decidida posición de apoyo y defensa de la inmigración. No sólo por mis convicciones liberales, sino porque cualquiera que analice las causas que han conducido al progreso y la prosperidad de los países occidentales tiene que reconocer que la circulación de emigrantes ha sido una de ellas. No tenemos más que contemplar los efectos positivos que para la economía española tuvieron los millones de españoles que emigraron a Hispanoamérica desde las últimas décadas del siglo XIX a las primeras del siglo XX. O los que, en los años sesenta del siglo pasado, emigraron a los países más desarrollados de Europa: Alemania, Holanda, Bélgica, Suiza o Francia. España ha sido un país de emigrantes y eso nos ha venido bien a todos los españoles.

Y ahora, por una serie de razones –entre otras, nuestra baja natalidad–, nos hemos convertido en un país de inmigrantes. Por un lado, la economía española necesita que venga mano de obra del extranjero. Por otro lado, hay países que, para impulsar su crecimiento económico, necesitan que algunos de sus ciudadanos emigren a países más ricos, para que el dinero que ganan en esos países revierta en los países de origen y ayude sustancialmente a su desarrollo. Como hicieron los españoles emigrantes en países europeos durante los años sesenta y setenta del siglo pasado.

La llegada masiva de inmigrantes no es un fenómeno exclusivamente español, es algo que está pasando en muchos países de Europa. Y eso lleva consigo una serie de problemas de tipo social, cultural y religioso, que estamos viendo que no tienen fácil solución. O, mejor dicho, estamos viendo que, por razones políticas, no se les están dando las soluciones más lógicas, las que dicta el sentido común.

«La inmigración masiva que estamos experimentando lleva consigo otro problema: el de la integración en nuestra cultura»

El primer problema es el de la legalidad de la llegada de inmigrantes. Si España necesita mano de obra y si hay países que necesitan exportar esa mano de obra, ¿por qué no se arbitran los mecanismos necesarios para que, a través de oficinas de empleo instaladas en esos países, se contrate esa mano de obra, de manera que los inmigrantes vengan ya con un contrato de trabajo en la mano? ¿Por qué tienen que llegar en cayucos miserables, en condiciones terribles y de manera ilegal?

Un problema derivado de esta forma ilegal de entrar en España es el de los llamados menas, que son los chicos menores de 18 años que llegan a nuestras costas sin sus padres. Si un chico español de 15 años se escapa de su casa en, por ejemplo, Zamora, se va a Málaga, se pone a dormir en la calle y es localizado por la policía, inmediatamente, es devuelto a su domicilio familiar zamorano para que siga con sus padres. ¿Por qué esto que hacemos con los chicos españoles no lo hacemos con los que llegan en los cayucos y dicen que son menores de 18 años? ¿Por qué, sin tener siquiera la certeza de que son menores, los acogemos y nos responsabilizamos de su educación, sin contar con sus padres, que tendrían que ser los auténticos responsables?

Digan lo que digan las autoridades que ponen en práctica esas políticas llamadas de acogida, unos centros con centenares de chicos de 18 o más años, que no tienen nada que hacer más que ver cómo pasa el tiempo, son focos de problemas, como estamos viendo. Para empezar por el mucho dinero que nos cuestan y, además, por los incidentes que provocan, sobre todo, de seguridad ciudadana.

La inmigración masiva que estamos experimentando lleva consigo otro problema de enorme calado, el de la integración en nuestra cultura y nuestra civilización de los extranjeros que llegan. Aunque los wokistas-bolivarianos que nos gobiernan quieran acabar con la civilización occidental, la realidad es que si los países de Europa han llegado a ser los más desarrollados del mundo se debe, precisamente, a los positivos efectos que, desde hace dos milenios, ha producido esa combinación del pensamiento racional griego, del derecho romano y de los valores del cristianismo. Cargarse en un país cualquiera de esos tres pilares lleva consigo arruinar cultural y moralmente a ese país. Esto hay que tenerlo bien claro.

«Esa tolerancia que los cristianos predicamos para con los no cristianos no es correspondida por algunos seguidores del Islam»

De manera que, a los inmigrantes que llegan en busca de una vida mejor para ellos y para sus países de origen, hay que ayudarles a que conozcan, aprecien y hagan suyos esos pilares. Eso no quiere decir que tengan que convertirse al cristianismo, ni mucho menos, pero sí que hagan suya la tolerancia que el cristianismo predica para con las otras religiones. Ahí tenemos la tranquila convivencia que se da en nuestros países con las religiones orientales (budismo, taoísmo o confucionismo) y, por supuesto, con el ateísmo.

Pero, desgraciadamente, esa tolerancia que los cristianos predicamos para con los no cristianos no es correspondida por algunos seguidores del Islam. Y no tenemos más que ver los actos de terrible terrorismo que algunos islamistas están llevando a cabo desde hace ya varias décadas en los países que los acogen como inmigrantes. Por no hablar de lo que la doctrina musulmana predica respecto a las mujeres, que choca frontalmente con lo que las mujeres, con gran esfuerzo, hemos conseguido en Occidente.

Negar que hay grandes sectores de población inmigrante de origen musulmán que no están dispuestos a integrarse en nuestra cultura es negar la realidad. Y como el problema está ahí, hay que solucionarlo, por muy dura y difícil que sea la solución. Pero no podemos dejar a nuestros hijos y nietos una España y una Europa donde triunfe una ideología radicalmente opuesta a la que nos hizo libres y prósperos.

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