El putiferio y 'la famiglia'
«El trabajo de jueces y fiscales independientes y el de periodistas no sumisos son ya casi el único obstáculo para que los Corleone de turno no dinamiten la convivencia»

Ilustración de Alejandra Svriz.
El pluriempleado ministro de Justicia, Presidencia y Relaciones con las Cortes asegura que la crisis política que padecemos se debe a «un ataque despiadado contra el presidente Sánchez y su familia». Por su parte, la dirección del partido ha exigido al líder del PP «explicaciones inmediatas, además de disculpas al presidente y su familia». Desde luego, la cuestión familiar, entre esposa, hermano, cuñada y suegros del presidente, juega un importante papel en las irregularidades denunciadas del sanchismo. Pero no solo su familia personal debe explicaciones a la ciudadanía, también la familia política, y la de los bandoleros de turno, la famiglia a lo Corleone, o el putiferio que ya conocemos.
Ya es curioso que el Gobierno más pseudoprogresista y pseudofeminista de la historia de todas las Españas se interese por la protección de la imagen de las familias de su particular caudillo en un país que condenó a cinco años de cárcel al cuñado del Rey e imputó a una infanta de España, sin que nadie exigiera especial protección alguna para la institución. Aquel incidente demostró la existencia de una justicia independiente. Nadie de la Casa Real calificó de despiadado el hecho, ni exigió disculpa alguna tras la absolución de doña Cristina, cuyo juicio se televisó en directo urbi et orbe.
En cuanto al negocio de la prostitución, algunos miembros de las familias sanchistas son connotados expertos. Quizás por eso desde Roldán o Tito Berni hasta nuestros días no faltan entre los socialistas a la violeta especialistas en prohibir a militantes y ciudadanos que utilicen el cariño comprado, pues según la canción ni puede ser bueno ni debe ser fiel. Aunque reconocerá el lector que es tan antiguo como el mundo y, desde la Creación, gobierna los salones del poder y los arrabales de la miseria.
Estos temas, por lo demás, no deben distraernos respecto al mayor problema que nos amenaza: la quiebra de la democracia en los pocos países en que sigue vigente y la actividad del poder político contra la independencia judicial y las libertades ciudadanas, singularmente la de expresión. La protagonizan, entre otros, Trump en los Estados Unidos y Sánchez en España; y esa es la prostitución que más debe preocuparnos, la prostitución política, que deshonra y degrada algo o a alguien para obtener a cambio un beneficio.
La famiglia de Pedro Enamorado (enamorado sobre todo de sí mismo) es tan experta en trapicheos como ineficaz en la gestión del interés público. Asediado el sanchismo por su propia incompetencia y chantajeado por un puñado de delincuentes y mequetrefes expresidiarios, ya no sabe qué hacer, qué regalar, qué ocultar, en qué mentir ni qué sandeces entonar para seguir disfrutando de las canonjías. Con sus mañas y mentiras este grupo esquizofrénico de pretendidos progresistas está degradando la memoria de un partido imprescindible para la consolidación de nuestra democracia y recuperando lo peor de su memoria histórica: el enfrentamiento entre españoles con el que sus líderes pusieron prólogo hace casi un siglo al estallido de nuestra guerra incivil.
«En nuestro Parlamento no parlamenta ya nadie, solo insultan, gritan, patean y escupen salivazos»
Pedro Sánchez y su equipo son los principales responsables del absoluto desatino en el que se ha convertido la gobernación de España. Pero no los únicos. El partido virtualmente conservador, que se ufana de apellidarse popular, acaba de perder la ocasión de recuperar el papel que le corresponde como alternativa a la suciedad imperante en la Moncloa. El nombramiento como lugarteniente del antiguo portavoz parlamentario ha sido una mala noticia para cuantos se empeñan en creer que la política democrática no es un juego de póker, en todo caso lo sería de ajedrez, y no es sostenible sin algunas capacidades oratorias, reflexivas y dialogantes.
En cuanto a corrupción y clientelismo, no tienen nada que echarse en cara las dos formaciones centrales del arco parlamentario, ambas protagonistas del latrocinio a las finanzas públicas, y que han elegido por su parte a sus extremos de referencia como socios inevitables. Siempre creí que PP y PSOE se rendirían a las virtudes de la democracia liberal, pero han optado por el clientelismo y la sumisión a los buitres de la política que aspiran a merendarse su carroña. En nuestro Parlamento no parlamenta ya nadie, solo insultan, gritan, patean y escupen salivazos. En alguna cosa tenía razón Podemos cuando entonaban el no nos representan. Claro que tampoco lo hacen ellos. Por emplear un término marxista bien podríamos decir que nuestra clase política es hoy fundamentalmente miseria. La partitocracia es la quiebra de la democracia. Lo grave del caso es que esta no puede funcionar sin los partidos, pero estos deben de abandonar su tentación totalitaria y dejar de presumir, todos, de estar en el lado correcto de la Historia. Solo así podrá restaurarse la convivencia.
La civilización digital ha venido por su parte a trastornar aún más el panorama. Cuando creíamos que era el epítome de la «aldea global», en palabras de McLuhan, se ha convertido en la resurrección apresurada de identidades tan variopintas como egoístas. Ya en el despertar del segundo milenio Tom Wolfe aseveraba que el verdadero espíritu del siglo XXI «se resume en el grito de ‘Volvamos a las raíces’». Y el proceso identitario, étnico, religioso, lingüístico o de cualquier otra especie amenaza con arrojarnos de nuevo al mundo de la tribu.
En esa confusión participamos también periodistas, influencers y los mediocres portavoces partidarios cuyas estupideces ya nadie escucha. El descrédito de la política amenaza nuestras libertades, pero el mayor desafío es vencer el empeño de los políticos en prohibirlas. Estamos viendo renovados esfuerzos para que los integrantes y siervos de la famiglia definan lo que es verdad y mentira, tachen de bulos a las noticias que denuncian sus errores y delitos, y establezcan los dogmas de obligada creencia ciudadana.
«Quieren ahora expulsar del Parlamento a algunos periodistas maleducados, aunque no tanto como la mayoría de los diputados»
Esta es una tradición muy española. Supimos compaginar el descubrimiento del Nuevo Mundo, la primera gran globalización, con el tribunal de la Inquisición y la expulsión de los judíos. Solemos celebrar la Constitución de 1812 como el hito fundacional de la democracia y las libertades civiles en nuestro país. El Cádiz de la época fue un hervidero de periódicos y hojas volanderas que se leían en común en los locales de los cafés y propiciaban discusiones acaloradas. Era un equivalente, minúsculo pero eficaz, de las redes sociales de nuestros días. Y ya entonces el poder constituyente empezó a hablar de la máquina del fango, tan denostada hoy por la famiglia y algunos periodistas bien adoctrinados. En aquel entonces la tensión entre la autoridad y quienes hacían uso de la libertad de expresión para criticarla llevó al Procurador General de la Nación y del Rey, autoridad en cierta medida equivalente al actual presidente del Constitucional, a publicar un artículo donde se criticaba al famoso Café Apolo como «el salón de las cofradías de las fieras», o sea de los periodistas, en donde se ventilaban las materias que habrían de publicarse y se exhortaba a declamar contra las autoridades religiosas.
Solo un año después Fernando VII anuló la Constitución y comenzó la persecución de los liberales y la apertura de causas de Estado contra los reporteros alborotadores. Estas prácticas se perpetuaron durante los diversos regímenes que padeció el país, incluida la Segunda República. Proclamada en abril de 1931, apenas seis meses más tarde se publicó la Ley de Defensa de la misma que en su artículo 1º consideraba como actos de agresión al régimen «la difusión de noticias que puedan perturbar el crédito (de la República se entiende) o perturbar la paz o el orden público». Y establecía penas de confinación o destierro para sus autores o inductores.
La famiglia sanchista ha intentado repetidas veces dictaminar por sí misma la verdad y la mentira de las noticias publicadas y ahora quiere expulsar del recinto parlamentario a algunos periodistas maleducados, aunque no tanto como la mayoría de los diputados que practican el histerismo como único y lamentable comportamiento parlamentario. Insistiré por ello una vez más en que, con todos sus errores y carencias, el trabajo de jueces y fiscales independientes y el de periodistas y reporteros de muchos de los tabloides digitales y comentaristas de prensa no sumisos son el mejor, ya casi único, obstáculo para que los Corleone de turno no acaben por dinamitar la convivencia.