El hermano ninja del presidente
«El cuñado de España —institución simbólica del régimen sanchista— ha encontrado en Japón la geografía de su impunidad»

Ilustración de Alejandra Svriz
Y claro, cuando uno es familiar adjunto no electo del presidente, no se pierde: se esfuma. Se desvanece entre cerezos y sushi, dejando atrás el rastro judicial como quien olvida un paraguas en una estación de tren. España se queda con el paraguas. Él, con el billete a Japón.
El hermanísimo, músico de vocación y cuñado institucional de facto, ha logrado lo que tantos en este país solo sueñan: irse justo cuando le van a juzgar… y hacerlo con el beneplácito del sistema.
Se va por «reagrupamiento familiar». Tócate el shamisen. Justo el día que lo procesan por cinco delitos relacionados con su enchufe extremeño en la Diputación de Badajoz, se activa el visado. Qué cosas tiene la vida. O mejor dicho: qué cosas tiene ser Sánchez Pérez-Castejón. Porque aquí ya no hay ciudadanos. Hay dinastías. Como los Castro que acaban huyendo a Miami, o como Svetlana Alilúyeva, la hija de Stalin que desertó a Occidente. A lo mejor David Sánchez no huye de la justicia, sino de la deriva autoritaria de su propio hermano. Pura angustia democrática.
Mientras los demás ciudadanos tenemos que justificar hasta por qué estornudamos en un control de Hacienda, el hermanísimo, flautista de Moncloa, se saca un visado con la misma facilidad con la que su esposa se sacó un puestecito en Naciones Unidas en Madrid. Que luego se cayó, sí, pero no por falta de méritos, sino por exceso de titulares.
Justo el día que lo procesan, le llega el visado. En una democracia sana, esto sería sospechoso. En la nuestra, como un viernes cualquiera. Porque aquí las coincidencias se repiten más que la fabada, pero sin consecuencias.
«Mientras los demás ciudadanos tenemos que justificar hasta por qué estornudamos en un control de Hacienda, el hermanísimo se saca un visado con la misma facilidad con la que su esposa se sacó un puestecito en Madrid»
España, mientras tanto, a lo suyo: haciendo cola en el INEM, haciendo números para pagar la semana que viene el IVA y viendo cómo el mapa de la impunidad se imprime con papel arroz.
El cuñado de España —porque ya no es solo heredero colateral del presidente, es una institución simbólica del régimen sanchista— ha encontrado en Japón la geografía de su impunidad. Se va con visado, con motivo diplomático, con hija japonesa y con esposa de carrera internacional en un organismo de lucha contra el crimen organizado. Porque no hay mejor forma de combatir el crimen que desde casa. Aunque el que duerme al lado esté procesado por cinco delitos.
La pobre nipona, en las celebraciones navideñas de todo el clan, no sabrá si brindar por la justicia en España o pedir directamente otra ronda de sake, y en las partidas de sobremesa al juego de mesa «Atrapa al ladrón» siempre correrá el riesgo de señalar a medio salón.
El hermanísimo, hermano armónico del presidente asonante, no se va, se deslocaliza. Y lo hace con visado de ida y con dignidad diplomática por ósmosis matrimonial. La música la pone él. El guion, la justicia. Pero el montaje final lo edita La Moncloa.
Que nadie se alarme: no es fuga, es orientación internacional. No es picaresca, es geoestrategia familiar. Aquí nadie se escapa. Solo se «reubica». Es una fuga emocional, una mudanza afectiva, un «me voy porque me quieren mucho».
¿Y la juez? Bien, gracias. Dejó el pasaporte intacto. Como si el visado a Japón fuera un paquete de Amazon y no una vía de escape con aroma a ramen. Lo siguiente será verlo tocando en el metro de Tokio mientras Pedro habla de regeneración democrática en el Congreso de los Diputados, entre aplausos de los suyos y miradas perdidas al hemiciclo.
Y no fue la luna quien lo besó, sino la embajada nipona, que le selló el pasaporte con la delicadeza con la que se dobla un origami judicial.
Dicen que la justicia es ciega. Y puede que lo sea. Pero hay viajes que no requieren antifaz, solo una coreografía bien ensayada para encajar con precisión japonesa: el visado, la mudanza, el silencio. Nada chirría, nada interrumpe. Todo fluye como una ceremonia del té. Y cuando alguien pregunta, ya no hay nadie en la habitación. Solo queda el papel doblado. Como un origami. Como una huida elegante.
El hermano ninja del presidente no corre. Desaparece. Con arte. Sin hacer ruido. Como los elegidos para no ser juzgados. Como los que tocan la flauta en el bosque… mientras nosotros miramos al suelo buscando la justicia perdida.
David Sánchez, que durante años se presentó como el creador de La Danza de las Chirimoyas, quizá aproveche su año sabático en Japón para resarcirse de su ópera prima y encumbrarse en el monte Fuji con su soñada obra maestra:
La Danza de las Tortugas Ninja.
Con piano e impunidad.