The Objective
Jasiel-Paris Álvarez

El gran reemplazo

«Si la izquierda no es capaz de reconocer este fenómeno, la única narrativa será la de la ultraderecha que se postra al mismo capitalismo que está causando el problema»

Opinión
El gran reemplazo

Ilustración de Alejandra Svriz.

Una parte creciente del público occidental (uno de cada tres británicos, por ejemplo) cree en la teoría del Gran Reemplazo, es decir: que la población autóctona podría ser progresivamente sustituida por una población inmigrante que será casi la única juventud en nuestros países envejecidos, que tiene promedios de hasta cinco hijos cuando nosotros apenas pasamos de uno y que proviene de naciones superpobladas capaces de exportar millones y millones de personas a un Occidente en implosión demográfica. Cuando empezó a debatirse esta cuestión a finales del siglo XX, se hacía exclusivamente en entornos de extrema derecha y la opinión pública que se enteraba de tales ideas las calificaba de «teorías de la conspiración».

Hoy los medios de comunicación se preocupan de que el «gran reemplazo” es la teoría de la conspiración más difundida y compartida entre cada vez más gente, pero siguen insistiendo en este calificativo: «teoría de la conspiración». Curiosamente, en esos mismos medios de comunicación aparecen noticias sobre la población autóctona británica convirtiéndose en minoría en ciudades como Londres o Birmingham, disturbios en barrios donde la población de origen francés es la excepción, el nombre de «Mohamed» convirtiéndose en el más habitual entre recién nacidos en varias capitales de Europa, Brasil siendo el primer país en pasar de una mayoría que se considera «blanca» a convertirse en una minoría más, o el enésimo estudio demográfico serio que prevé que en X años los «blancos» serán una minoría en su propio país (por ejemplo, EEUU en 2045). Todas estas noticias conviven a veces en la misma página o el mismo telediario con la noticia de que el «gran reemplazo» es una disparatada y peligrosa conspiranoia.

Los datos están ahí, el peligro está en su interpretación. La parte de «teoría conspirativa ultraderechista» que hay en el «gran reemplazo» está en la narrativa sobre sus causas, sus objetivos, su desarrollo, sus consecuencias y sus posibles soluciones. Están las teorías del «plan kalergi» o del «genocidio blanco», de cuño neonazi, que afirman que la inmigración masiva es una herramienta judeo-masónica para destruir la población blanca porque los malos son muy malos y los blancos son muy superiores pero a la vez muy frágiles. Un puro delirio.

Hay otra narrativa, quizás la más respetada de todas, que se centra en la inmigración musulmana y presenta el «gran reemplazo» como una guerra religiosa yihadista, al estilo del «choque de civilizaciones» del estadounidense Samuel Huntington o de «Eurabia» de la israelí Bat Ye’or y la italiana Oriana Fallaci. Gusta en ambientes neocon de la anglosfera y ámbitos sionistas (ambos sectores tienen experiencia propia en verdaderas colonizaciones de asentamiento, poblamiento y reemplazo).

También está la versión que afirma que los culpables son políticos y gobernantes «globalistas» (a menudo un eufemismo de «judeo-másonico»), que van desde Pedro Sánchez e Iglesias hasta la Unión Europea y la ONU, que ejercen de «colaboracionistas» al permitir el acceso de una masa migratoria que sería las «fuerzas de ocupación». Es una total inversión de las causas, como veremos.

«La explicación es el capitalismo y sus dinámicas de sustitución, competencia y reemplazo»

Ninguna de estas hipótesis llega a arañar la realidad detrás de un fenómeno que en tiempo real está transformando el rostro de la masa de trabajadores juveniles, operarios del campo, transportistas y repartidores en la ciudad, barrios obreros hoy convertidos en guetos o las segregadas aulas de educación pública en lugares como Madrid. La explicación es el capitalismo, ni más ni menos, y sus dinámicas de sustitución, competencia y reemplazo, que se aplican tanto a las poblaciones como a las bebidas energéticas, a las marcas de consumo a al reemplazo humano de la robotización y la Inteligencia Artificial.

Es Karl Marx el que en una famosa carta explica que, bajo el capitalismo, la inmigración se dispara con el propósito de tirar a la baja los salarios de los trabajadores nacionales y también para sembrar discordias entre trabajadores de aquí y de allá de forma que no se organicen contra los de arriba. También forma parte del arsenal terminológico marxista el concepto de «ejército industrial de reserva»: desempleados listos para amenazar al trabajador con quedarse con «los trabajos que no quiera hacer». Hoy la inmigración sería parte de ese «ejército de reemplazo», para teóricos marxistas contemporáneos como Diego Fusaro.

Si la izquierda actual no es capaz de reconocer este «gran reemplazo”, anclándose en el negacionismo y en los delirios de «fronteras abiertas» y «papeles para todos», sin lograr explicarle a los trabajadores lo que hay de verdad en ese fenómeno, la única narrativa popular sobre el tema será la de una ultraderecha que se postra sumisamente al servicio del mismo capitalismo que está causando el problema. La consecuencia será la llegada de gobiernos que deportarán a millones de inmigrantes para decretar otro gran reemplazo: obligar a los nacionales (retirándoles prestaciones de paro o pensiones) a ocupar los trabajos precarios que los inmigrantes dejen vacantes, en condiciones iguales o peores.

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