The Objective
Javier Benegas

Un topo en el corazón del Estado

«La permanencia de Sánchez en el poder no puede entenderse sólo como un proyecto personal. Es una cuestión de interés para muchos actores internacionales»

Opinión
Un topo en el corazón del Estado

Alejandra Svriz

Pedro Sánchez no es sólo un superviviente político como no se ve desde Tiberio. Es, cada vez más, el rostro visible de un fenómeno singular: la conversión de un jefe de Gobierno en nodo de una red transnacional de intereses, alianzas opacas y complicidades que trascienden las fronteras españolas. La historia que suele contarse —sus pactos con independentistas, comunistas o filoetarras— es sólo la parte más visible. La trama oculta discurre por otro lado: el sanchismo se ha internacionalizado, y no precisamente al servicio de los intereses generales de España.

Resulta difícil imaginar que en una democracia medianamente consistente, un presidente pueda sortear sistemáticamente todos los mecanismos de control institucional, de tal forma que, a pesar de las barbaridades cometidas, resulte imposible desalojarlo del poder. Pero en España ha ocurrido, y no como algunos han venido afirmando por genialidad estratégica, sino porque Sánchez, además de aprovechar las fallas del modelo político, ha sabido convertirse en un activo valioso para una constelación de agentes nacionales… pero, sobre todo, extranjeros, muy interesados en sostenerle a cualquier precio.

El caso de Venezuela es ilustrativo. Álvaro Nieto, en su libro Conexión Caracas Moncloa (2022), lo advirtió de forma pionera. Desde entonces, la documentación y testimonios acumulados revelan que el régimen de Nicolás Maduro no sólo ha financiado a dirigentes de la izquierda radical, sino que mantiene vínculos operativos con el entorno del PSOE. Y si hay una figura que conecta estos dos mundos, es José Luis Rodríguez Zapatero.

Lejos de retirarse tras su catastrófico Gobierno, el expresidente ha encontrado su lugar como embajador oficioso del chavismo y mentor espiritual, y material, del sanchismo. Su defensa pública de Maduro, su constante presencia en Caracas, y su papel de muñidor de turbias relaciones con Iberoamérica revelan que no actúa por nostalgia ideológica o altruismo descerebrado, sino como parte de una estrategia de influencia de largo alcance que le reportaría pingües beneficios. Una mezcla entre emisario bolivariano y lobbista con patente de corso.

México completa, por ahora, el triángulo hispanoamericano. La firma, en agosto de 2024, de un acuerdo entre el PSOE y Morena, el partido populista-comunista de López Obrador, para «frenar la ola ultraderechista global» podría parecer anecdótica, pero se inscribe en una hoja de ruta cuidadosamente diseñada por el Grupo de Puebla.

«El Grupo de Puebla funciona como una internacional del populismo iberoamericano, con notables ramificaciones delictivas»

Esta organización, que proyecta una falsa imagen de think tank progresista, funciona en realidad como una internacional del populismo iberoamericano, con notables ramificaciones delictivas, en las que se incluirían lazos con el narcotráfico o, incluso, el tráfico de personas. Y en ella, gracias a Pedro Sánchez y a su director en la sombra, José Luis Rodríguez Zapatero, España no juega un papel testimonial: es una pieza clave. Sánchez es útil porque gobierna la cuarta democracia europea, por importancia y peso económico, y su presencia legitima un discurso de ruptura institucional que, en otras coordenadas, ha dado lugar a regímenes autoritarios.

Pero no sólo el populismo hispanoamericano ha encontrado acomodo en el sanchismo. En un movimiento que haría arquear las cejas incluso a los guionistas de House of Cards, el Gobierno adjudicó a Huawei, la multinacional china controlada por el Partido Comunista, un contrato de 12,3 millones de euros para almacenar y gestionar las escuchas judiciales del sistema SITEL. Esto no es una menudencia contractual, sino un salto cualitativo en términos de subordinación geopolítica. Ningún país europeo habría permitido semejante concesión. Y, sin embargo, en España ha pasado sin apenas escándalo. Porque aquí, lo que escandaliza es el torrente incesante de escándalos, donde importantes derivadas son arrastradas río abajo.

En esta misma y sospechosa dirección, las compañías chinas han logrado una sorprendente omnipresencia en el negocio de la transición energética española. Desde parques solares hasta infraestructuras críticas, 100 empresas con vínculos estrechos con el régimen de Pekín se han asentado con pasmosa facilidad en el dogmatismo verde impulsado por el Gobierno. La dependencia tecnológica y financiera respecto a China crece al mismo ritmo que las proclamas sobre sostenibilidad. En España, estamos salvando el planeta… para regalárselo a Xi Jinping.

Por si esto no fuera suficiente, desde que estalló la guerra de Ucrania, España ha duplicado sus compras de gas natural licuado a Rusia. Mientras los países occidentales piden sanciones, el Gobierno de Sánchez incrementa su dependencia energética de Putin. ¿Simple pragmatismo? Quizá. Pero también puede interpretarse como parte de una política exterior ambigua, cuando no deliberadamente cómplice, que mantiene una retórica europeísta mientras flirtea con potencias autoritarias que no ocultan su deseo de debilitar a Occidente desde dentro.

«La pregunta no es si Marruecos presiona, sino por qué Sánchez cede»

Y como guinda del pastel, Marruecos. El giro unilateral sobre el Sáhara, en contra de décadas de consenso diplomático, sólo se entiende como un movimiento de apaciguamiento o peor, connivencia, ante un régimen que usa la inmigración como arma. Desde la crisis migratoria en Ceuta hasta los sucesos recientes de Torre Pacheco, donde tres marroquíes agredieron brutalmente a un anciano sin móvil aparente, el patrón se repite: desestabilización silenciosa, tensión social e inacción gubernamental.

La pregunta no es si Marruecos presiona, sino por qué Sánchez cede. Habrá quien argumente que lo de Torre Pacheco le sirve a Sánchez como cortina de humo para distraer su corrupción y agitar el señuelo ideológico del racismo. Pero esto sería a lo sumo el típico producto del oportunismo sanchista, no una explicación completa.

Lo inquietante no es que el Gobierno explote el suceso políticamente, sino que ciertos episodios de violencia gratuita y aparentemente desconectados encajen sorprendentemente bien en el tablero de intereses cruzados. Si Marruecos desestabiliza y Sánchez obtiene réditos políticos agitando el espantajo de la extrema derecha, ambos ganan. Y cuando dos actores a priori tan dispares convergen en los efectos, cabe preguntarse si no hay también alguna convergencia en las causas. Tal vez el verdadero escándalo no sea lo que ocurrió en Torre Pacheco, sino lo que hizo que ocurriera.

Todo esto quedaría cojo sin la pata de Zapatero. Su papel no se limita al lobby hispanoamericano o a la diplomacia paralela con China. Fue él quien allanó la llegada de Sánchez a la presidencia de la Internacional Socialista, una plataforma otrora simbólica que hoy sirve como instrumento de legitimación global. ¿Quién impulsó esa candidatura? ¿Quién la financió? Las respuestas apuntan de nuevo a Caracas, al Grupo de Puebla, a los intereses de Pekín y a la necesidad de proyectar a Sánchez como referente global del nuevo progresismo antioccidental. Más que un expresidente, Zapatero actúa como el gran edecán de la siniestra red transnacional que mantiene en pie al sanchismo. A su lado, Frank Underwood es una broma.

«Las relaciones internacionales de Sánchez se asemejan más a pactos de conveniencia al estilo mafioso que a ejercicios de diplomacia»

La permanencia de Sánchez en el poder no puede entenderse sólo como un proyecto personal, apoyado exclusivamente por insidiosos agentes locales. Se ha convertido en una cuestión de enorme interés para múltiples actores internacionales. Salir del Gobierno podría significar perder el control sobre información comprometedora, abrir la puerta sin poder oponer resistencia alguna a investigaciones indeseadas o poner en riesgo acuerdos estratégicos y turbios negocios. ¿Realmente Sánchez quiere continuar en el poder o, simplemente, abandonarlo no es una opción para quienes han pagado un alto precio por su alma?

Las relaciones internacionales de Sánchez, como su política interior, se asemejan más a pactos de conveniencia al estilo mafioso que a ejercicios genuinos de diplomacia. Y si algo define a las organizaciones mafiosas es que quien entra ya no puede salir. Tal vez por eso su resistencia numantina no responda sólo al instinto de poder, sino al miedo. Para él, La Moncloa ya no es una residencia palaciega: es una fortaleza donde se protege de algo más que los jueces españoles. Una celda de la que sus interesados carceleros no le dejan salir.

Cabe preguntarse si lo que España tiene al frente del Ejecutivo es un presidente legítimo… o un topo vinculado a intereses geoestratégicos. Un personaje que, lejos de responder al interés nacional, opera como agente de desestabilización al servicio de siniestros aliados forasteros. Puede que suene conspiranoico, pero sería un error no considerarlo: porque cuando todas las piezas encajan en beneficio de terceros, hay que preguntarse si este Gobierno Frankenstein, que está demoliendo el Estado de derecho español, troceando el país y convirtiendo España en un Caballo de Troya en el corazón de Europa, es un producto exclusivo de lo peor de nuestra casa… o si alguien mueve los hilos desde fuera.

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