Contra la identidad española
«Los que siempre quisieron destruir lo español están hoy en el poder, mandan y dictan porque han visto la oportunidad de cumplir su sueño»

Ilustración de Alejandra Svriz.
Lo peor del sanchismo es la sensación de que no tiene marcha atrás, de que hemos pasado el punto de no retorno. Sé que el discurso de los dos partidos de la derecha, tanto PP como Vox, es que es posible corregir el desaguisado. Aseguran que con la derogación de la legislación sanchista y el establecimiento de otras leyes volveremos a un lugar que en realidad nunca existió, a un país armonioso que tenía un «sugestivo proyecto de vida en común», como decía el cursi de Ortega. Ese plan comunitario que miraba lejos nunca fue indiscutible. Los que siempre quisieron destruir lo español están hoy en el poder, mandan y dictan porque han visto la oportunidad de cumplir su sueño.
El asunto es que ya no se trata de leyes, de unos pliegos que se publican en el BOE y ya está. Estamos hablando de la creación durante 25 años, los de Zapatero y Sánchez, de una mentalidad disolvente y autoritaria a la que se identifica con el progreso, con la marcha de la historia, o con la lógica de la ciudadanía. El PSOE del siglo XXI, asistido por su tropa mediática, cultural y universitaria, ha forjado una visión del mundo, una Weltanschauung, que va a durar muchísimo tiempo.
Esta interpretación pasa por el rechazo visceral del adversario, al que se trata como a un enemigo. Para el progresista, la derecha es aquello que se opone al gobierno sin freno ni control de la izquierda. De ahí el repudio al parlamentarismo, a la justicia independiente y a la prensa libre. No soportan la crítica o el disenso; es decir, el debate y el verdadero pluralismo. Este socialismo ha resucitado el mesianismo: viene a salvarnos de nosotros mismos, aunque no queramos. Para eso nos pone etiquetas, nos desprecia y ningunea, y pacta con cualquiera que tenga el mismo objetivo de acabar con la derecha española y con lo que simboliza o defiende.
Si la derecha sostiene la Constitución, con sus defectos incluso, esta izquierda se alía con quienes la quieren demoler y hace lo posible para desautorizarla. No solo la retuerce, como con la amnistía, sino que exhala la idea de que «esta generación» no la ha votado, como si hubiera que votar todo el ordenamiento jurídico cada 15 años para que sea legítimo.
Pero el obstáculo no es la Constitución, como se ha visto. De hecho, si quieren, Cándido Pumpido dirá que un referéndum de autodeterminación es perfectamente constitucional. Lo que es un impedimento para ellos es la identidad española, porque para forjar algo nuevo hay que quebrar los rasgos comunes de nuestra comunidad. Solo si se presenta lo español como algo viejo y nocivo, como un error histórico, es posible defender que las identidades locales son superiores y progresistas.
«Socialistas y nacionalistas parten de la idea de que vivimos en un Estado plurinacional que todavía no está reconocido»
El resultado es una ofensiva política y cultural para visibilizar lo particular y denostar lo común. Socialistas y nacionalistas parten de la idea de que vivimos en un Estado plurinacional que todavía no está reconocido. A su entender, y hablamos de la mitad de los españoles, existe una disonancia entre la realidad y la ley; es decir, que la Constitución está «obsoleta» y que hay que dar pasos para acercarla a dicha realidad.
Esas acciones solo pueden tomarse en dos direcciones: una autoritaria y otra disolvente. Autoritaria, porque dicha transformación se llevaría a cabo sin el consenso con la otra mitad de los españoles, aquellos que se identifican con el PP y Vox. Y disolvente del proyecto común, porque cuando no se comparten ni los sentimientos identitarios ni las estructuras del Estado, no queda nada que nos una.
Por eso tenemos a un ministro de Asuntos Exteriores empeñado en diluir la identidad española, exigiendo una y otra vez a la Unión Europea que rebaje la importancia del idioma común, haciendo que el catalán, el vasco y el gallego sean lenguas oficiales europeas. Quieren que los parlamentarios con estos orígenes no parezcan españoles al hablar, sino representantes de naciones sin Estado. Buscan que la identidad, la marca por la que los demás imaginan un colectivo, no sea la española, sino la de alguna región de este país.
Esta mentalidad contra la identidad española se han instalado ya en la mitad de nuestra población, la progresista y la nacionalista, y no tiene vuelta atrás por muchas leyes que pongan sobre la mesa el PP y Vox. De no salir adelante hoy, se convertirá en una nueva demanda victimista e «histórica» de los nacionalistas, que contará con el auxilio del PSOE. Por eso, cuanto más dure este Gobierno y más débil sea ante sus socios, más cerca estará el fin de lo que nos legaron los que nos precedieron.