The Objective
Jorge Vilches

Roba, pero hace

«Los mecanismos de la excusa son más fluidos en el universo progresista que en el conservador. Siempre encuentran un argumento para tragar con el corrupto»

Opinión
Roba, pero hace

Alejandra Svriz

El PSOE y las empresas mediáticas que trasladan sus mensajes están empeñadas en sacar la corrupción de Montoro para empatar con la que caracteriza al sanchismo. Siendo ambas igual de repugnantes, hay que reconocer que el universo conservador castiga más a sus corruptos, mientras que el progresista los justifica o mira hacia otro lado. Así, mientras el votante del PP responde no votando a este partido, el del PSOE se encastilla considerando que es más importante que no gobierne la derecha a que haya socialistas corruptos.

La diferencia empieza en el mundo intelectual. No hay personalidades de la derecha, como exministros y culturetas, que firmen un manifiesto tras otro excusando la corrupción del PP, alegando que existe una vasta conspiración para derribar sus gobiernos y que no se valoran los avances de su gobierno.

En cambio, esto es muy frecuente en la izquierda. Justo en este momento -no importa cuando se lea esto- hay algún progresista redactando un manifiesto para blanquear a Sánchez y atacar a la derecha, y un puñado de acólitos esperando, pluma en ristre, para estampar su firma. Esto no pasa en el PP ni en Vox. Y no es porque estos partidos no tengan detrás a intelectuales que les apoyen, sino porque produce alipori mostrar tanta vanidad y blanquear al corrupto.

Cuando la corrupción explotó en los gobiernos del PP en la Comunidad de Madrid, no hubo manifiestos de excargos públicos populares, aderezados por gente de la cultura, diciendo que todo se debía a una conspiración, y que no se tenía en cuenta la gran mejora de la región en todos los ámbitos. Se dejó caer a los corruptos. Lo mismo ocurrió cuando salieron los casos de Gürtel, Bárcenas, Púnica y Lezo entre 2011 y 2015.

Quizá me equivoque, pero no leí un mísero papel con abajo firmantes de postín blanqueando aquella corrupción repulsiva y hablando de un complot. No hubo un grupo de profesores universitarios, ensayistas y directores de cine para pergeñar un manifiesto defendiendo a Rajoy, ni siquiera cuando la frase de la sentencia que sirvió para la moción de censura se demostró intencionada y se retiró. Y eso que el expresidente popular dijo que había sido una «enorme manipulación».

«En el universo izquierdista el partido es una organización que constituye parte de la identidad del creyente, es su patria, su iglesia»

La derecha dejó caer a ese PP y le dio la espalda en las urnas. Entre 2011 y 2015, cuando salieron los casos de corrupción, el Partido Popular bajó del 44,6% de votos al 28,7%. Y tras las sentencias, entre 2016 y 2019, se quedó en el 16,7%. La caída fue más pronunciada por la aparición de Ciudadanos y Vox. En suma: el PP perdió 28 puntos porcentuales porque los conservadores, la derecha o el centro, como quieran llamarlo, prefirió quedarse en casa o votar a otro. El motivo es que ese votante quería castigar la corrupción, la deshonestidad y la mentira. Ese segmento electoral, salvo ahora Vox, no tiene al partido como una prolongación de su identidad, sino como un instrumento. En este caso, si a este votante le falla el intermediario (el partido) se busca otro o no vota.

En el universo izquierdista es muy distinto. El partido es una organización que constituye parte de la identidad del creyente, es su patria, su iglesia, donde comulga y tiene a sus colegas, a su pareja, a sus referentes culturales. Son las siglas que le recuerdan sus sueños de un mundo perfecto (sin la derecha y donde gobiernan siempre). Es la simbología a la que se aferra en los momentos de duda o congoja. Es esa historia inventada en la que refugiarse cuando la realidad lo desmiente todo. Es el instrumento de la religión del progreso, aunque su mesías sea un pintas que no soportarían si fuera de derechas, y sus apóstoles unos corruptos de manual.

Los mecanismos de la excusa son más fluidos en el universo progresista. Siempre encuentran un argumento al que aferrarse para tragar con el corrupto, aunque haya terrorismo de Estado, como el GAL, o se hurte a los parados, como con los ERE. Muy pronto sale el «Roba, pero hace», «Ha metido la mano en la caja, pero ha rebajado la jornada laboral», o «Es un acosador sexual y putero, pero hay menos parados». En cuanto aparece un riesgo, los progresistas se ponen las gafas que proporciona el partido-iglesia, y exculpan a los suyos, los perdonan porque son de la parroquia. Y tan pronto como hacen esto, calman su conciencia señalando a la derecha: «¡Ellos, más!», «¡Son profesionales de la corrupción!» o «¡Lo han hecho toda la vida!». 

Se produce así una reducción de la disonancia cognitiva; es decir, el cerebro se incomoda ante la contradicción y distorsiona la realidad para sobrevivir. Esto está presente en muchas facetas de la vida. También en la política y entre intelectuales. El cerebro desvirtúa los hechos por pura supervivencia. El argumento placebo quedaría así: «Es corrupto, pero gobierna bien», que sería como decir «Me pega, pero mantiene la economía del hogar».

También el cerebro recurre a otra artimaña para evitar la incomodidad, que es la negación de la información. Algo típico del izquierdismo. Pasaba con la URSS, cómo no va a pasar con el sanchismo. De esta manera, lo molesto, que es la información sobre la corrupción en el PSOE, se interpreta como una campaña de bulos y maniobras oscuras en una conspiración del mal contra el bien que los suyos encarnan. Y si esto no funciona, se recurre al tópico: «Todos son iguales, y si todos son iguales, yo prefiero a los míos». No tiene más.

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