The Objective
Fernando R. Lafuente

El enigma de un naufragio

«El monumental libro ‘Los náufragos del Wager’, de David Grann, es una lectura fascinante y una lección histórica, moral y ética»

Opinión
El enigma de un naufragio

Detalle de la portada de 'Los náufragos del Wager'. | Random House

Todo empezó con la llamada guerra de la Oreja de Jenkins. Entonces, 1738, la cosa del poderío político y militar por el control de los mares se dirimía entre España e Inglaterra. Los ingleses tenían ya sus colonias en la América del Norte y la cuestión era derrocar el dominio español en el Atlántico. «El capitán del buque mercante, Robert Jenkins, fue convocado en el Parlamento, donde según parece afirmó que un oficial español había atacado su bergantín en el Caribe y, acusándolo de sacar azúcar de contrabando de las colonias españolas, le había cortado la oreja izquierda. Parece ser que Jenkins enseñó su apéndice cercenado, que guardaba en conserva dentro de un frasco, y puso su ‘causa al servicio del país’. El incidente encendió todavía más las pasiones parlamentarias y la propaganda libelista, y al final la gente reclamó sangre —oreja por oreja— y, ya puestos, un buen botín. El conflicto recibió el nombre de la Oreja de Jenkins».

Son las primeras páginas de un libro de aventuras, muy del siglo ilustrado, en el que se cuenta, y de qué portentosa manera literaria, uno de los capítulos de tal guerra: Los náufragos del Wager. Historia de un naufragio, un motín y un asesinato (Random House, 2025, traducción de Luis Murillo) de David Grann (Nueva York, 1967). Grann es el autor de, por ejemplo, Los asesinos de la luna, de cuya versión cinematográfica se encargó Martin Scorsese. Como aval parece seguro. Como autor de esta historia de barcos, guerra, naufragios, ambición, poder, traición y muerte, deslumbrante, para quienes gusten de este mundo entre los océanos. Lo pasará en grande el lector de Conrad (y la estela de Lord Jim), o de Melville. 

Los ingleses decidieron atacar el gran centro del poderío español en América: Cartagena de Indias, pero, también, otras operaciones que iban más allá. Hacia el Pacífico y hundir y apoderarse del gran galeón español, «el mejor botín de todos los mares», que, por el Pacífico, transportaba una enorme cantidad de riqueza en oro, plata y demás. Para esta segunda operación, que es en la que se centra el libro de Grann, zarpó una escuadra al mando del comodoro Anson y su buque Centurion, en la que se integraba el Wager.

Doblar el Cabo de Hornos, acometer el Pacífico y enfrentarse y derrotar a los poderosos navíos españoles. Lo de Grann es fascinante, no sólo por el cúmulo ingente de información recogida, tanto en diarios de a bordo, correspondencia, diarios personales, registros de tripulación, testimonios del consejo de guerra (porque aquí fue el capítulo final de la historia del naufragio), informes del Almirantazgo, crónicas de la prensa de la época, baladas y canciones, narraciones que algunos de los protagonistas publicaron a su milagroso regreso, sensacionalistas relatos, pero, sobre todo, he ahí la majestuosisdad ensayística e histórica de este libro, la vida dentro de un barco en el siglo XVIII. 

De Montesquieu a Voltaire, o el propio Darwin, hasta el mismísimo Patrick O’Brien, quedaron ecos de lo sucedido en el naufragio del Wager. Un barco de segunda que se convirtió en una historia de primera, con repercusión internacional. Grann, además, se ha documentado con expertos en la historia naval de la época y todo tipo de documentación que pudiera servir para levantar del olvido lo que fue un suceso que conmovió a Inglaterra y a la navegación y sus tripulantes. Lo sucedido al Wager es una magistral metáfora de la aventura en las procelosas aguas de dos océanos. Nada menos. Solo leer en el arranque de sus páginas el reclutamiento de la tripulación que integraría el Wager da cuenta al lector de cómo estaban las cosas. Las deserciones antes de emprender la marcha se multiplicaban. Anson, cuenta Grann, «ordenó que la escuadra fondeara lo bastante lejos del puerto de Porstmouth como para que fuera imposible conseguir la libertad a nado, una táctica frecuente»

«Al final, lo que se dirime es lo que se dirime hoy en múltiples aspectos de la vida política, ganar la opinión»

La escuadra zarpó el 23 de septiembre de 1740, el Wager con 250 miembros, entre oficiales y tripulación. Como en toda buena historia, y esta lo es de la primera a la última página, no faltó ningún ingrediente. Deserciones, enfermedades, tempestades, decisiones equivocadas, malestar de los marineros, miedo, incertidumbre, celos, ambición, y, claro está, motín. Esto último, el hecho más condenable en un navío, y si es de guerra, multiplicado. Y ocurrió todo eso. La clave del libro no sólo es el relato pormenorizado, hasta el detalle más nimio, de lo ocurrido, la descripción precisa y concisa de sus protagonistas, desde el comodoro Anson al capitán, recién ascendido del Wager, Cheap, del joven guardamarina John Byron (abuelo del querido Lord Byron) o del artillero Bulkeley, además de un sinfín de personajes secundarios que completan, iluminan y dan suspense a la narración.

Un modelo de estudio histórico, documentado al milímetro, no pierde la tensión, el interés, la intriga, la sospecha en el lector. Al contrario. Porque, al final, lo que se dirime es lo que se dirime hoy en múltiples aspectos de la vida política, ganar la opinión. Descubrir como cada uno (los Cheap, Bulkeley, Byron, Anson) cuentan la historia y convencen. Pareciera una novela de Wilkie Collins, en las que diversas perspectivas, interpretaciones de una realidad -se produjo un naufragio, se llevó a cabo un asesinato, estalló un botín- cada uno la cuenta como le conviene y así se advirtió en el posterior, y muy benevolente, pero no adelantemos nada, consejo de guerra. 

Porque algunos de los 250 del Wager regresaron. Como pudieron, claro está. Y en qué condiciones. Unos 283 días después de zarpar, desde Brasil. Otros más tarde, seis meses después de haber zarpado de Porstmouth, desde Chile. Pero esa es la historia que el lector debe descubrir. Cada uno quiere recordar unos hechos y comportamientos y decisiones y olvidar otras. Algunos a esto lo llaman memoria. Allá ellos. Para este verano de 2025, y en la canícula española, en todos los sentidos, modestamente para quien esto escribe no hay mejor lectura, como lección histórica y moral, y ética. Fue en el siglo de la Razón y pasó lo que pasó, y se contó como se contó, así que buenos estamos. Pocas cosas varían en este desdichado mundo actual. Grann recrea, documentalmente, la profunda complejidad de la situación sobrevenida a todos ellos.

La pregunta, que mejor no hacerse, es cómo cada uno y cada cual actuaría ante una situación límite. Cómo el bien y el mal se intercambian, se confunden y los deseos y las ficciones de cada cual se presentan desnudas de toda valoración social. Se trataba de sobrevivir. No es baladí el asunto. Nadie sabe cómo responderá ante unas circunstancias semejantes. De ahí, el doble interés, conradiano, de este monumental libro. Valga un final que es una de las citas que abren el volumen: «Quizá haya una fiera (…) Quizá la fiera somos nosotros» (William Golding, El señor de las moscas).

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