El listón ético es para todos
«Sánchez nos va a intentar vender un empate corrupcional. Solo vende relato. Y en ese relato la imputación de un ministro de Aznar y de Rajoy le venía de maravilla»

La exdiputada del PP Noelia Núñez.
No hay ninguna excusa, disculpa o justificación para una triple mentira. Noelia Núñez ha falseado sus estudios por tres veces. No es fácil creer sus explicaciones, o sus olvidos, por tres veces. Su torpeza infantiloide de falsificar «las notas» para aparentar una carrera académica sobre la que cimentar su carrera política denota la estructura de barro que siguen teniendo muchos rincones de la vida política e institucional española. Unas instituciones muy ingenuas porque se creen lo que le digan los políticos sin exigirles pruebas de su titulación. No quiero ni pensar en lo que manifiestan en sus declaraciones de bienes.
La que ya ha dejado de ser vicesecretaria Nacional de Movilización y Reto Digital del Partido Popular, diputada del Congreso y líder de la oposición en el madrileño Ayuntamiento de Fuenlabrada, había labrado su meteórica carrera por su éxito en redes sociales, donde con un lenguaje juvenil y directo supo atraerse a seguidores jóvenes. A sus 33 años Noelia parecía que lo tenía todo: popularidad, dinero y futuro. Parecía solo, porque lo que no tenía era una mínima titulación universitaria y sin recato alguno se dejó halagar durante años por su currículo sin que nunca lo aclarara tajantemente.
Era una de las personas elegidas por Alberto Núñez Feijóo para ese núcleo duro creado para ganar las próximas elecciones y sobre todo para recuperar el poder. Y ha sido derribada en un soplido. Pequeño quizás, pero que ha hecho daño porque se producía a los pocos días del escándalo del exministro de Hacienda, Cristóbal Montoro, algo mucho más grave que un mero soplido. Pareciera que a Feijóo le crecen los problemas cada vez que tiene terreno libre y despejado para el bombardeo a Pedro Sánchez por sus múltiples casos de corrupción en su entorno familiar, en su partido o en su Gobierno.
El curso parlamentario ha terminado con una nueva derrota para el Gobierno en el Congreso con el decreto «antiapagón». Una de las más humillantes y a la vez muy aclaratoria de la soledad del Gobierno. No solo el PP y Vox votaban en contra, sino que el castigo se ampliaba por los cada vez menos socios como Podemos o Junts. Feijóo sabe que este escenario de derrotas ya habituales del Ejecutivo en una democracia parlamentaria normal, el presidente tendría que disolver las Cortes y convocar elecciones. Máxime cuando la parálisis legislativa del Gobierno vislumbra que, por tercer año consecutivo, no habrá la obligada presentación de una propuesta de Presupuestos Generales.
En una democracia normal, no es el caso de la España de Sánchez de niveles ya orbanianos, nadie osaría intentar la trampa de seguir gobernando sin el Parlamento y de vender un «reseteo» ético como si se empezara de un cero solo imaginado por los sanchistas. En su irresponsabilidad consciente, Sánchez nos va a intentar vender la idea de un empate corrupcional. Le da igual la verdad y los hechos. Solo vende relato. Y en ese relato la imputación de un ministro de Aznar y de Rajoy le venía de maravilla. Y si encima una de las nuevas estrellas de Feijóo era desnudada académicamente, mejor para hacer más ruido e intentar ganar tiempo hasta que estalle otro informe de la UCO que nos devuelva a los Cerdán, Ábalos, Koldo a primera línea de fuego.
No le quedaba otra a Feijóo que aceptar, tras haberla forzado o no, la dimisión de Noelia Núñez. La estrategia del PP ahora no puede ser defensiva. Se rompieron todos los puentes con Sánchez en la guerra total cuando se recordaron las saunas y los negocios relacionados con la prostitución del suegro de Pedro Sánchez. Tras la financiación singular a Cataluña, en detrimento del resto de España, no ha habido en el más mínimo resquicio de comprensión con el gobierno en la votación del decreto antiapagón. En esa guerra total, el caso Noelia Núñez, no podía convertirse en un boquete en el frente. Al revés, debía ser el punto de una nueva iniciativa de ataque.
La dimisión debía convertirse en un ejemplo de que en el PP hay listones de ética. Y se dimite. De todos los cargos. Puede ser algo tan poco importante como un currículo, pero es tan relevante como que los errores siempre deben de tener responsabilidad política. Era necesario, para Feijóo, ejemplificar que a diferencia del PSOE no se les renueva como diputados o se tarda un año y medio en echarlos. No se les defiende durante meses y se les renueva y aclama como secretario de organización. Ni se les momifica en su cargo a pesar de que su caso no tenga la gravedad de la imputación de un fiscal general del estado.
La dimisión de Noelia Núñez es para Feijóo una declaración obligada, ahora más que nunca, de la necesidad de que se eleven los listones éticos para todos los escándalos. De todos. Obvio que los casos de malversación, tráfico de influencias, organización criminal y demás delitos que nos rodean, son de cajón. Pero también para otros que, aunque parezcan menores, como la falsedad de los currículos de los políticos que nos representan o gobiernan, son, en definitiva, mentiras.
En España nos hemos acostumbrado a tragar con todo. Nos olvidamos ya de que tanto Sánchez como un tal Ábalos defendieron hasta el final, a la por entonces ministra de Sanidad, Carmen Montón, por problemas de plagio en su trabajo de fin de máster. Ella dimitió por los ataques de Podemos, a pesar de la defensa numantina de Sánchez. Lógico que Sánchez no sintiera que el plagio de un máster era algo tan grave. Poco tiempo después comprendimos el porqué. Supimos que el propio Pedro Sánchez había plagiado parte de su tesis doctoral. Y en ese momento se dejó de pedir responsabilidades. El líder plagió, y eludió cualquier responsabilidad.
Desde ese momento no hubo listones. Un presidente que ha alardeado continuamente de su astucia por saber mentir en cada momento en su propio beneficio es un presidente que ha permitido que no haya nunca la más mínima exigencia de autorresponsabilidad de los cargos socialistas.
Patxi López puede seguir disimulando su huida a los 28 años de unos «estudios de ingeniería industrial», que no supo o pudo finalizar. O el inquisidor Óscar Puente puede seguir acusando, mientras calla que su falso máster en Ciencias Políticas no era más que un cursillo de verano de la fundación socialista Jaime Vera, sin ningún carácter universitario. O qué decir de Pilar Bernabé, la delegada del Gobierno en la Comunidad Valenciana y ascendida a la ejecutiva socialista que en abril cambió su currículo. Se pasó de licenciada en Filología Hispánica y Comunicación Audiovisual a simplemente «inició sus estudios…» y nunca más se supo de ellos.
Noelia Núñez se ha equivocado y ha dimitido por ello. Ese es un listón ético obligado en una democracia, pero es un listón ético obligado para todos y para todo.