The Objective
Félix de Azúa

Abajofirmantes

«Están defendiendo a un tipo que es el financiador de los independentistas catalanes y vascos, que está partiendo el país porque no puede levantarse del sillón»

Opinión
Abajofirmantes

Ilustración de Alejandra Svriz.

Es notablemente creativa la tradición nacional de firmar manifiestos, una costumbre que arrancó en el siglo XVIII, aunque viene de la antigua Roma. Yo también los he firmado, de modo que no se tome esto como una censura ni mucho menos. Lo conmovedor es que quienes los firmamos aún creemos en nuestra capacidad para influir en la lucha política, algo que está a una distancia onírica de la realidad.

Sobre la política influyen los lobbies, los grupos criminales, las mafias, los grandes poderes económicos, la presión exterior, las oligarquías, las naciones agresivas, en fin, los poderes fácticos. Nosotros, los abajofirmantes, yo no sé qué clase de autoridad mágica nos atribuimos. Incluso los medios de comunicación tienen ya un poder limitado y apenas dejan leves rasguños sobre la piel elefantina de los políticos. A pesar de lo cual el chavista Sánchez quiere acabar con ellos.

Quizás firmamos estos panfletos estéticos por razones sentimentales, es decir, para sentirnos entre amigos, como en una reunión de scouts alrededor de la hoguera. O para no perder por completo la esperanza de que sea posible influir en gente de buena fe. O por compañerismo. O por vanidad. En todo caso, no por fe en la eficacia de tan arcaica costumbre.

Volviendo a la triste actualidad, el último panfleto para abajofirmantes, el que ha salido en defensa del aprendiz de dictador venezolano, tiene un aire de dejà vu que lo hace aún más inofensivo. Viene a ser un nieto de aquel panfleto que tiene casi veinte años, llamado «de la ceja» porque los participantes cometieron el infantilismo de hacer un gesto con el dedo índice que imitaba la forma circunfleja de las cejas del nefando presidente Zapatero.

En aquel momento no sabían que estaban protegiendo, defendiendo o blanqueando a un pájaro de mal agüero que en la actualidad es el palanganero de Maduro. Aquel que defendieron de un modo tan ridículo se convertiría en una mano negra de los torturadores chavistas y en un correveidile millonario de todos los dictadores corruptos que lo contratan. Un producto ejemplar del progresismo socialista.

«Duele ver entre tanto estómago agradecido y lameculos, a un tipo que siempre me ha parecido honrado como Serrat» 

Han pasado muchos años, una vida entera, pero no todos escarmentaron y lo han vuelto a hacer. Esta vez sin gestitos de cejas o dedos o pies, como si estuvieran un poco avergonzados de su acción antes de comenzarla. Después de tantos años ahora sí que saben que están defendiendo a un tipo que es el financiador de los independentistas catalanes y vascos, que cuenta con el apoyo del grupo político-criminal más animal de Europa, el heredero de los 900 asesinatos de ETA muy ufano de su labor. Y también saben que está partiendo el país y su población porque no puede levantarse del sillón: cuando deje el poder es posible que acabe en la cárcel, él o su familia, o todos juntos.

De modo que estos personajes, entre los que se cuenta gente que conozco desde hace décadas y no son completa e irremediablemente malvados, deben de estar de acuerdo en que la oligarquía catalana arruine a los trabajadores españoles, o que Bildu se haga con el poder en las provincias vascongadas y navarras. Quizás por eso esta vez no han hecho ningún gesto como tocarse la oreja o meterse el dedo en la nariz.

De ahí que lo interesante no sean los nombres que figuran en el panfleto, todos predecibles y ya muy rancios, sino los que se han borrado de la anterior lista cejijunta. Porque hay algunos que parecen haber alcanzado una cierta lucidez y no han repetido. Bienvenidos al mundo laico. En cambio, duele ver entre tanto estómago agradecido, lameculos, sindicalistas y chupadores de la ubre estatal, a un tipo que siempre me ha parecido honrado como Joan Manuel Serrat. 

¿Qué haces ahí, Serrat, junto a exministros y exministras? Quiero creer que ni le han consultado.

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