The Objective
Jorge Freire

'Runners' en modo ahorro

«El runner ha abandonado su biotopo ancestral, la pista de atletismo reglamentaria, y ha colonizado un nuevo nicho ecológico: la acera de asfalto y hormigón»

Opinión
‘Runners’ en modo ahorro

Un runner. | Freepik

Adéntrense en el fascinante ecosistema urbano y observarán uno de los especímenes más singulares de nuestra fauna metropolitana. El runner ha abandonado su biotopo ancestral, la pista de atletismo reglamentaria, y ha colonizado un nuevo nicho ecológico: la acera de asfalto y hormigón. Detengámonos por un momento en sus patrones locomotores. ¿Se han fijado en que esta curiosa subespecie ha desarrollado, por un proceso acelerado de adaptación evolutiva, una forma de desplazamiento pedestre que desafía todos los principios de la biomecánica tradicional?

Miren con qué estudiada parsimonia se desliza. ¿No parece que vaya pisando huevos? El runner lleva las cuentas de cada fibra muscular como el avaro sus monedas de oro. ¿Y qué decir de esa sofisticada cojera con que afecta desplazarse? Su caminar encogido es una suerte de contabilidad, la tacañería muscular de quien se obstina en no gastar unas calorías de más. Agiotista de sus fuerzas, antes de cruzar la calle calcula los costes y beneficios metabólicos de acelerar el paso. Mitad persona, mitad calculadora, va por la vida como el agarrado que apaga la luz cada vez que sale de la habitación, pero trocando la factura eléctrica por la reserva glucogénica de sus benditos músculos. 

Curiosa paradoja… Los holgazanes caminamos como señores, con la desenvoltura de quien no ha firmado un contrato leonino con sus articulaciones y el desparpajo del abuelo con prótesis de titanio, alegremente despreocupados por los microciclos de tapering o el drop de las zapatillas de pronador, mientras que aquellos que llevan el cuerpo humano a sus máximas prestaciones son los que menos humanos parecen en sus movimientos cotidianos. ¿Será que, al perfeccionar tanto el mecanismo, lo han convertido en una especie de reloj suizo, eficiente sobre la cinta ergométrica e inútil para todo lo demás? ¿Acaso el «máquina» del running es como el robot de limpieza que, fuera de su programa, no sabe sino dar tumbos y desportillar los muebles? 

La pregunta es obligada: ¿por qué los más diestros en el arte de correr son los más torpes en el sencillo acto de caminar? Probablemente, hemos criado una generación de Ferraris que solo sabe circular en primera marcha por el centro de las ciudades. Salúdenlos con una sonrisa cuando los vean subir las escaleras como si cada peldaño fuera el último, o sentarse en la silla como si el simple acto de sentar las posaderas fuera una operación de cirugía mayor, o cruzar la calle como un robot doméstico en modo ahorro.

Por fortuna, unos pocos aún seguimos creyendo que moverse debe ser tan natural y tan inconsciente como respirar o parpadear, en vez de una operación de alta ingeniería biomecánica, y no reparamos en que tenemos un cuerpo hasta que nos duele. Ellos han elegido ser máquinas perfectas mientras que otros, más humildes, nos limitamos a ser mortales. Que cada cual cargue con su cruz: nosotros con nuestra humanidad y ellos, con sus cronómetros.

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