Corrupción
«No fue el poder lo que produjo la corrupción, sino la expectativa de lograr beneficios personales lo que empujó a los colaboradores de Sánchez hacia el poder»

Ilustración de Alejandra Svriz.
«Cuando crees que ya se acaba, vuelve a empezar». Las palabras de la canción catalana de los años 60 son siempre de actualidad por lo que concierne al goteo de casos de corrupción pública. La novedad es que el cerco a Pedro Sánchez, por la acumulación de datos probatorios de una carga creciente de carga de corrupción en su entorno, se ha visto aliviado, no por la presentación de alguna circunstancia eximente o atenuante, sino por la exhumación de otro importante episodio de corrupción en las filas opuestas: el caso Montoro.
Por la corrupción de la era Rajoy ya pagó el PP políticamente, pero aun cuando nada tenga que ver con el tiempo de Feijóo, el efecto negativo de la inculpación de su ministro de Hacienda es inevitable. El vaivén de casos nos recuerda además que tanta corrupción reciente y actual debe arrancar del pasado. En la política como en la naturaleza, no existe la generación espontánea.
En un libro reciente, hablé de la corrupción como «una pasión española», no porque corrupto sea un rasgo esencial del carácter español, sino al haber adquirido una presencia constante en nuestro sistema político, por lo menos desde la primera mitad del siglo XIX. Fue el hundimiento del mundo agrario, causado por la enorme destrucción de la guerra de Independencia, y la sucesiva formación de un bloque dominante, de viejos y nuevos terratenientes, fruto de la desamortización, lo que creó una situación explosiva. Mal que bien fue controlada por la Guardia Civil frente a un bandolerismo ahora endémico. Solo que además era preciso administrar aquello de alguna manera, porque el poder no admite el vacío, y un «Estado escuálido» era incapaz de hacerlo.
El caciquismo resultó ser entonces una exigencia técnica para la supervivencia del orden social y político, respaldado por la Guardia Civil, al servicio de los propietarios y sostenido por el arraigo de los mismos en Madrid. No sin convulsiones transitorias, o tragedias ocasionales como la reflejada en El crimen de Cuenca, una entre tantas, el sistema de poder pervive hasta la Segunda República. Con el doble papel económico y político recogido en la definición del cacique por Clarín: «El elige diputados y distribuye estanquillos».
Signo bien claro de estabilidad: de 1838 a 1923 ningún gobierno pierde las elecciones. Hasta el punto de que la frase «se celebran elecciones» es sustituida por «el gobierno hace las elecciones». La explotación colonial de Cuba dará incluso mayores dimensiones y un más claro contraste entre poder político e intereses colectivos, tanto para la Isla como para España. Eran demasiado atractivas las ventajas de subordinar las decisiones en Madrid a una minoría de esclavistas o al titular de un monopolio, como para que el gobernante atendiese en primer lugar a los intereses de cubanos y/o peninsulares. Con el beneplácito del liberal Sagasta, el marqués de Comillas hizo su ley para asegurarse el transporte con la Isla. Y aún perdida Cuba, todo siguió igual. Un reputado conservador, Antonio Maura, no dudaba en sacrificar el abastecimiento de agua a los madrileños con tal de defender sus «modestos ahorros».
«Fue con el progreso económico de los felices 60 cuando afloraron formas de corrupción modernas»
La corrupción normalizada pasó a formar parte de los usos del país hasta ser aceptada por la historiografía. Es así como su figura central en los dos primeros tercios del siglo XX, Juan March, ha sido juzgada positivamente, incluso en su mejor biografía, atendiendo a su vertiente empresarial: «Un hábil negociante, reunió una enorme fortuna y fue un gran creador de riqueza». «El arma suprema de March -advirtió en otro sentido Indalecio Prieto- era la corrupción, que desde las casetas de los carabineros ascendía hasta los despachos ministeriales». En Mallorca, tenía comprados a todos, desde los conservadores a los anarquistas, salvo a los liberales de Weyler. Al parecer, de forma inocua. Su biógrafa, brillante académica, declaraba en 2011 como diputada en el Congreso un capital en inversiones de más de seis millones y medio de euros. La admiración por el asombroso enriquecimiento de Juan March, estaba justificada. Fue firmante del reciente manifiesto en apoyo a Pedro Sánchez.
Ni la Segunda República ni el franquismo interrumpieron esa continuidad, subrayada incluso por la adopción de un neologismo común para designar una práctica corrupta, el «estraperlo». Fue con el progreso económico de los felices 60 cuando afloraron formas de corrupción modernas, con negocios fraudulentos, tipo Matesa, hechos posibles mediante el tráfico de influencias con el sector público. Cobraron fuerza desde la Transición, ahora contaminando la actuación de las nuevas fuerzas políticas.
En un clima de crecimiento económico y descentralización política, hubo un terreno, el local, donde confluyeron corrupciones de socialistas y populares, que sin embargo siguieron procedimientos diferenciados cuando entraron en juego el Estado o las administraciones autonómicas. Heredero de los grupos sociales dominantes de la Restauración, el Partido Popular, en sus grandes corrupciones, en la era Rajoy, las llevó a cabo desde una concepción patrimonial del poder, con la tranquilidad de quien dispone de un bien que le es propio, sin que importen las reglas siempre que pueda ser obtenido un beneficio, personal o para el propio partido. Lo reflejó la centralidad del tesorero del PP, Luis Bárcenas, en el caso Gürtel, y ahora la escena parece repetirse retrospectivamente con el caso Montoro.
Igual que sucederá con el actual presidente, ello no exime de responsabilidad a Mariano Rajoy, que ni vigiló, ni impidió, ni sancionó tales comportamientos delictivos, aunque no se beneficiara de los mismos. En cualquier caso, no declaró la guerra a la actuación judicial, como es uso y costumbre de Pedro Sánchez, ni se dio la degradación moral que caracteriza a la Koldoesfera, fundiendo juego socio político, comisiones fraudulentas y prostitución, imaginativa combinatoria que el mundo de Pedro Sánchez aporta a la historia de la corrupción.
«Las formas de corrupción socialista responden a las oportunidades para el recién llegado a un partido de aluvión»
Nota al margen. Dado el control ejercido desde el primer momento por el socialismo en Andalucía, casi un Estado dentro del Estado, no extraña que los usos de corrupción, culminando en los ERE, se acerquen al patrimonialismo de los populares.
Las formas más espectaculares de corrupción socialista responden, sin embargo, a las oportunidades abiertas para el recién llegado a un partido de aluvión, donde encuentra multitud de puestos por cubrir y cauces para la promoción personal y a veces el enriquecimiento. En el PSOE entraron profesionales valiosos (Solchaga, Borrell, Leguina, tantos más) y también Roldanes y Urralburus. La rígida disciplina impuesta por Alfonso Guerra borró el pluralismo, tras el caos inicial, y creó el caldo de cultivo para oportunistas que exhibieran la lealtad al superior como valor supremo.
Pensemos en el joven Pedro Sánchez, quien hoy se entrega a un idilio con Bildu y exige el olvido de ETA, y que en cambio ingresó en el partido, exhibiendo su apoyo a Vera y Barrionuevo, es decir, al terrorismo de Estado contra la misma ETA. Responde así al prototipo del político que actúa totalmente desligado de principios ideológicos y morales, atendiendo solo a su escalada hacia puestos de poder. Y no es en absoluto el único de su género, en un PSOE que experimentó una honda crisis interna tras la retirada de Felipe González.
La forma en que tuvo lugar la elección del amable y desconocido Zapatero fue una buena muestra de la actuación de tales activistas de sí mismos. Fue creada una «Nueva Vía», simple etiqueta, que no tenía nada dentro, salvo el propósito de llevarle a la Secretaría General frente a Bono. El empeño fue impulsado por un dúo formado por un personaje siempre presente cuando el poder estuvo en juego, José Blanco, y por su supuesto «amigo del alma», José Luis Balbás, un empresario que fundó una corriente interna, los «Renovadores por la Base». Nunca renovaron nada y sí en cambio tumbaron a Simancas con el tamayazo para presidir la Comunidad de Madrid. Con su voto abrieron paso a más de dos décadas de gobiernos populares.
«José Blanco fue ministro con ZP y ejerció de nuevo como hacedor de reyes para el nombramiento de Pedro Sánchez»
José Blanco fue ministro con ZP y ejerció de nuevo como hacedor de reyes para el nombramiento de Pedro Sánchez. Cuando Blanco, llamado familiarmente Pepiño Blanco estaba al frente de la organización del partido, Sánchez, Óscar López y Andrés Hernando eran conocidos como «los chicos de José Blanco» o los Blanco’s boys.
El ascenso de Pedro Sánchez al liderazgo supremo e indiscutido del PSOE es de sobra conocido. Aquí nos interesa solo subrayar cómo reproduce la pauta anterior, propia del PSOE a diferencia del PP, de promoción del recién llegado, sin contar con una ejecutoria relevante ni con un proyecto ideológico definido. El «no es no” sirvió de eficaz consigna de movilización, que le permitió cumplir su propósito de alcanzar el poder por el poder, al frente de una pequeña minoría activa, el grupo del Peugeot, tanto o más desaprensivos que él, cuyos verdaderos objetivos y procedimientos hoy ya conocemos. Puede decirse que no fue el poder lo que produjo la corrupción, sino la expectativa de lograr beneficios personales, en definitiva, de ejercer la corrupción, lo que empujó a los colaboradores de Sánchez hacia el poder.
Una vez conseguida la jefatura indiscutible del PSOE por Pedro Sánchez, dada su desconfianza respecto del partido, tras la derrota de 2016, la banda del Peugeot ejercerá como sucedáneo de grupo dirigente, oficiando de transmisor de sus órdenes indiscutibles sobre la organización. Esta pierde toda autonomía, según muestran los mensajes filtrados por Ábalos. No estamos ante la lógica del poder jerarquizado, propia de partido político, sino ante la de una organización gansteril, donde los hombres del entorno de Sánchez adquieren una posición privilegiada por encima del partido, en beneficio propio, sin cuidar de norma alguna estatutaria. Queda instaurado el principio de que siendo leal, puedes robar. Hasta que la UCO los descubre, sin que la corrupción desaparezca por ello, ni el presidente haga nada para limpiar sus establos de Augías.
Respecto de José Blanco, en 2019 los caminos en apariencia se separan, ya que el político gallego se dedica al lobby de su fundación, Acento Public Affairs S.L., con Antonio Hernando a su lado (hoy reintegrado junto a Sánchez como ministro, al lado de López). No obstante, las puertas giratorias son aquí, entre el Gobierno y el lobby, de ida y vuelta. El capital inicial de Acento era de 3.000 euros, pero el éxito resultó fulgurante. Más de seis millones de euros de negocio, y más de uno de beneficios en 2022. Casi diez millones de negocio y dos millones de beneficio, el pasado año.
«Blanco sigue siendo amigo de Zapatero y desde 2020 emprendió una ampliación de Acento a Asia, vinculada a Huawei»
Blanco se cuidó de fichar a expolíticos -en principio- de todo el espectro, y fundamentalmente del PP, con un exalcalde de Vitoria de «presidente» y él siempre a la cabeza. Da la sensación de que tan amplio reclutamiento, que alcanzó a un exministro comunista, tiene una clara finalidad de cobertura. Entre sus clientes, han figurado los intereses de Marruecos en Bruselas, Huawei, la Liga de Fútbol… Blanco sigue siendo estrecho amigo de Zapatero y desde 2020 emprendió una ampliación de Acento a Asia, vinculada a Huawei, punto de entrada en un laberinto de siglas mutantes, muy útil a efectos de encubrimiento. En este mismo diario, Fernando Cano ha descrito puntualmente como Blanco, ZP y Sánchez han hecho de España el «caballo de Troya» para la penetración de China en Europa.
Ahora que están en primera plana, y en principio con razón, los tráficos de influencias en la era Montoro, y es denunciado el posible delito de legislar a favor de intereses empresariales concretos, puede resultar útil reseñar el objeto de las actividades legales de Acento: se trata de influir sobre las decisiones políticas a favor de las empresas afiliadas. En 2021 ofrecía abiertamente «relación directa con varios ministros del Gobierno»: José Luis Ábalos, Reyes Maroto, Teresa Ribera. Luego fueron más discretos y se limitaban a ofrecer a toda empresa «tu solución en la gestión de los asuntos públicos·. José Blanco es más explícito cuando habla de cómo ayudar a «los clientes en las relaciones con las administraciones públicas». Naturalmente no se trata de suprimir una ley incómoda, pero sí de «buscar unas reglas (sic) que se ajusten a los intereses de nuestros clientes». El margen de influencia es, pues, muy amplio. No resulta fácil saber hasta dónde llega la presión de un lobby y cuando comienza el tráfico de influencias.
¿Al margen de la intervención política abierta? Es dudoso, si nos atenemos a las declaraciones de Ábalos en El Confidencial. Al asumir este el ministerio, Blanco le recomienda una serie de nombramientos, entre ellos Pardo de Vera para Adif, y luego atiende consultas de Acento. Cuando deja el ministerio en 2021, Blanco es el único testigo de la entrega de la cartera de Transporte a su sucesor. Acento aparece también, como «una consultora en la órbita de la formación política», léase del PSOE, en la oferta de empleo de Cerdán a Ábalos, si este renunciaba al acta de diputado.
Lo único claro es que existen puertas giratorias de doble sentido entre Acento y el Gobierno de Pedro Sánchez, a pesar de la curiosa supresión del muro, trazado por él frente al PP en la política general. El funcionamiento del próspero lobby es mucho más sofisticado que el del «Equipo» de Montoro. No existen pruebas ni indicios de ilegalidad, aunque sí de una posición excepcional respecto del Gobierno. Tampoco este ha atendido las recomendaciones de la UE para proceder a una regulación de los lobbies.
«¿Qué relación tiene Acento con la política promarroquí de Sánchez o con ese visible acercamiento a China?»
Y sobre todo desoye sus advertencias de exclusión por riesgo de espionaje de Huawei, a quien el Gobierno ha encargado el almacenamiento de las escuchas judiciales. ¿Qué relación tiene Acento con la política promarroquí de Sánchez o con ese visible acercamiento a China? A la vista de las idas y venidas de Antonio Hernando, fundador de Acento y hoy Subsecretario de Estado de Tecnología, y más aún tras la operación de control de Telefónica, resulta difícil pensar en la existencia de vidas solo paralelas entre Gobierno y consultora.
El frente de la escena corresponde en todo caso a los escándalos descubiertos en torno a Sánchez por las indagaciones de la UCO, que culminan el recorrido de la corrupción en España, reproduciendo la fórmula de Appelbaum, con la autocracia como generadora de la cleptocracia. En el monólogo de autobombo desde la Moncloa, con el cual ayer lunes Pedro Sánchez ha suplantado al debate sobre el estado de la nación, silencio total sobre el tema. El paraíso sirve siempre para ocultar la negrura de la realidad.