La España del supositorio
«Lo que es cristalino, tras siete años de Sánchez, es que la táctica del supositorio ha funcionado. ¿Por qué no iba ahora a hacerlo con el cupo catalán?»

Ilustración de Alejandra Svriz.
Josep Borrell sabe bastante de Cataluña, primero porque es catalán, segundo porque se ha esforzado en conocer a sus votantes. Sabe de Cataluña y de la pasta, y no es por irme al cliché de la relación característica entre el dinero y los agarrados. La pela es la pela. No, qué va. Pero en el fondo, como dirían los cursis, hay que seguir la pista del dinero. Y el procés empezó por la pasta y ha terminado con una sentencia de prisión. Para, indulto y amnistía mediante, ver el resurgir de la pasta. El procés arrancó en febrero de 2012 cuando Rajoy le negó a Artur Mas, un nuevo régimen fiscal para Cataluña. No al cupo catalán, dijo el presidente Rajoy «ni hoy, ni mañana, ni dentro de tres o cuatro meses». El príncipe Arturo, sabedor del presente y futuro nigérrimo de la economía, buscó la bandera. La estelada, para ser precisos, y se envolvió en ella.
Luego vinieron cosas que usted ya sabe. El problema catalán, que dicen los simples, y la guerra, que diría Arcadi Espada. «El problema de Cataluña es uno: es que su élite política y gubernamental se ha levantado contra un Estado democrático y eso no tiene solución política ninguna. Eso es exactamente la guerra. Una guerra posmoderna, por supuesto, sin tiros, con bebés en las carreteras, pero una guerra violenta. Porque la violencia es siempre la quiebra de la ley». La guerra, por seguir en términos arcadianos, la promovieron entre Artur Mas y Oriol Junqueras, a los que luego se le fueron adhiriendo otros personajes que encendieron más los sentimientos de una parte de la ciudadanía catalana. Jóvenes, adultos y ancianos, todos a una, porque les habían dado una misión por la que luchar. Y la pica final era la independencia, y el gran motivo era uno muy goloso: el dinero.
«El hombre del ‘no es no’, casi siempre acaba diciendo ‘sí es sí’ a lo que sus socios le piden»
Los millones de euros que Cataluña tendría otra vez en su alcoba. Las becas comedor de los primos jienenses de Rufián, ya no tendrían que ser pagadas. La arcadia dejaría de ser una utopía, estaría en Cataluña y hablaría catalán. Borrell y Joan Llorach publicaron en 2015 un libro clarividente para hacer pedagogía frente a la manipulación: Las cuentas y los cuentos de la independencia. Han pasado 10 años, y lo que en su día negó Rajoy, ahora lo concede Sánchez. El hombre del «no es no», casi siempre acaba diciendo «sí es sí» a lo que sus socios le piden. Es el Gobierno del bizum, 10 euros para uno, 25 para otro, 32, 50 para el tercero… Y así, repartiendo las cesiones, vamos sorteando el día a día. Se alcanzan los dos años de legislatura sin presentar ni un solo presupuesto al Congreso, o sea, más de 24 meses sin cumplir la Constitución, y no pasa gran cosa. Qué más da, si esto más que mayoría progresista es minoría de bloqueo.
La cuestión es que Borrell, una década después, ve como Sánchez accede a apoyar las cuentas y los cuentos para la Cataluña que preside Salvador Illa. No sabemos grandes detalles, es todo ambiguo, estamos como si fuera una discoteca a las cuatro de la mañana, con pocas luces y dudosos. Y esa es la clave, lo dijo Borrell en la Cadena Ser: «Nos lo van diciendo poco a poco, porque el calibre del supositorio es demasiado grande para que pase de una vez». Ah, y encima se ve en el vídeo como hace el gesto con el dedito. El índice introduce poco a poco el supositorio. Y ese enfermito llamado España, acepta el tratamiento. Casi llega al punto de exigir el tratamiento, porque de eso va la propaganda—amiga del marketing— de que acabes comprando lo que no necesitas.
«Todo lo inconcebible, bajo el arte de la propaganda, pasó a ser necesario, urgente, perentorio, apremiante»
El supositorio es una buena metáfora de los años sanchistas que vivimos. El presidente, que durante mucho ha tenido tomada la medida a sus gobernados, ha sabido aumentar el umbral del dolor. Todo lo inconcebible, bajo el arte de la propaganda, pasó a ser necesario, urgente, perentorio, apremiante. Quizá acuse ahora una falta preocupante de cartas con las que jugar, como si los trucos se le estuvieran acabando, pero no hemos de dar por acabado al mago de Ferraz. Vive de fantasías, de mantener en pie lo que anda con respirador artificial.
Preocupa, ya no cuanto desmantelará del Estado para seguir durmiendo en Moncloa, sino como llegará ese Estado cuando toquen de nuevo las cornetas electorales. Lo que es cristalino, tras siete años de Sánchez, es que la táctica del supositorio ha funcionado, ¿por qué no iba ahora a hacerlo con el cupo catalán? ¿Y por qué no iba a ser eficaz si tuviera que defenderse lo necesario de un referéndum de autodeterminación?