The Objective
Martín Varsavsky

Veranos verdes, veranos mortíferos

«En 2022, más de 60.000 europeos murieron por olas de calor, no por el cambio climático, sino por políticas que castigan a quienes buscan protegerse»

Opinión
Veranos verdes, veranos mortíferos

Ilustración de Alejandra Svriz.

El ambientalismo extremo está matando europeos, y lo hace con la aprobación entusiasta de burócratas que legislan desde despachos climatizados. Net Zero es una teoría cuya premisa básica —que el calentamiento global es causado por la actividad humana— es aceptada. Sin embargo, desconocemos con precisión cuánto se calentará el planeta en el futuro. Lo que sí sabemos con certeza es que, desde que registramos temperaturas, el calor ha sido lo suficientemente extremo para causar decenas de miles de muertes.

En el sur de Europa, ciudades como Sevilla registraron temperaturas récord de los últimos 100 años, hace décadas, no como te hubieras imaginado, recientemente. Concretamente 47,4 °C en 1946, 45,2 °C en 1965, 46,6 °C en 1995. Este calor extremo no es nada nuevo, pero sí lo es la creciente dificultad para defenderse de él. En lugar de facilitar acceso al aire acondicionado barato y eficiente, Europa impone impuestos verdes, restricciones burocráticas y tarifas eléctricas que multiplican por dos o tres las de Estados Unidos. En 2022, más de 60.000 europeos murieron por olas de calor, no por el cambio climático, sino por políticas que castigan a quienes buscan protegerse.

En el norte de Europa la tragedia se repite de manera igualmente absurda. En el Reino Unido apenas el 3% de los hogares cuenta con aire acondicionado, y en países escandinavos la cifra es aún menor. Estas regiones, históricamente adaptadas al frío, carecen de la infraestructura y mentalidad necesarias para enfrentar temperaturas altas. Cuando las temperaturas alcanzan o superan los 35 °C la población queda indefensa. La cultura y voluntad política actuales demonizan el confort térmico, considerándolo casi un lujo indebido. Como resultado, más muertes evitables, menos calidad de vida, y una reducción insignificante en las emisiones globales de CO2, ya que China, India y otros países emergentes aumentan considerablemente su consumo energético.

En marcado contraste, Estados Unidos comprendió desde hace tiempo que tanto el frío como el calor extremos matan y que el aire acondicionado no es un lujo, sino un método para preservar vidas. Ciudades como Nueva York, que enfrentan inviernos duros y veranos sofocantes, tienen sistemas de climatización en casi todos los hogares. Estados Unidos sabe que obsesionarse con si ahora hace 1,5 °C más que en 1900 —algo cierto, pero cuya relevancia práctica es discutible— es absurdo cuando antes de la invención del aire acondicionado morían muchas más personas por calor extremo.

Europa necesita urgentemente abandonar su obsesión puritana con el sacrificio climático y adoptar políticas que garanticen energía barata y accesible, sistemas generalizados de climatización eficientes y enfoques pragmáticos centrados en salvar vidas humanas. De no hacerlo, seguirá perdiendo vidas innecesariamente en nombre de un planeta cuya supervivencia no pasa por castigar el confort, sino por implementar soluciones tecnológicas efectivas y realistas.

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