Una guerra civil que llamaron Revolución Cultural
«Frank Dikötter culmina su ‘trilogía del pueblo’ con un libro sobre el infierno de violencia y represión que desató Mao Zedong en China entre 1962 y 1976»

Ilustración de Alejandra Svriz.
Se conoció como la Revolución Cultural, pero lo cierto es que fue una guerra civil encubierta que se saldó con cerca de dos millones de muertos. Ocurrió entre 1962 y 1976. Fue en la China de Mao Zedong. Una plaga que recorrió el antiguo Imperio del Centro con una rabia y violencia revolucionaria brutal. Tras el monumental fracaso de lo que Mao había denominado El Gran Salto Adelante, la década anterior, en la que el dirigente comunista había pretendido superar la producción de acero de la Unión Soviética y los países occidentales, y que se saldó con millones, sí millones de muertos por la hambruna, las cifras varían, pero cualquiera de ellas que se acepte conmueve, su liderazgo había entrado en clara decadencia.
Frank Dikötter (Stein, Países Bajos, 1961), culmina su «trilogía del pueblo», con La Revolución Cultural. Una historia popular (1962-1976), (Acantilado, 2025), junto con los dos volúmenes que completan la serie: La gran hambruna en la China de Mao (2017) y La tragedia de la liberación (2019), recientemente, en 2023, publicaría un libro aleccionador, Dictadores: El culto a la personalidad en el siglo XX, también en Acantilado. Es decir, sabe de lo que habla, lo ha investigado, ha buscado en archivos y testimonios, repasado bibliografías, diarios, crónicas, y ha aportado nuevos datos sobre uno de los fenómenos claves del siglo pasado. La historia de la China contemporánea hasta hoy es un laberinto invisible de conflictos, dentro del mismo poder y sigue la rueda.
«Mao Zedong (Mao Tse-tung), que durante décadas ejerció un poder absoluto sobre la cuarta parte de los habitantes de la Tierra, fue responsable de la muerte de más de setenta millones de personas en tiempo de paz. De ningún otro líder político del siglo XX puede decirse tanto», escriben Jung Chang y Jon Halliday en Mao: la historia desconocida (Taurus, 2006).
La obsesión de Mao fue aparecer como el máximo teórico del marxismo, después de la muerte de Stalin, «el socialismo con características chinas» junto a sus excelentes composiciones poéticas, plagadas -¿plagiadas?- de elementos de la monumental poesía china clásica; aparecía la gestación y desarrollo de sus visionarios programas políticos: la Larga Marcha –llegaron sólo 8.000 de las 80.000 personas que la iniciaron-, la trampa maquiavélica del citado Gran Salto Adelante –que significó, nunca será poco lo que se insista sobre ello la muerte por hambruna de decenas de millones de chinos- y su apocalipsis final con la instauración de la Revolución Cultural Proletaria –una revolución dentro de la revolución, y una encubierta guerra civil que costó, de nuevo, millones de vidas. Todo por una única e intransferible razón: el poder.
El propio Dikötter recordaba: «Toda la Revolución Cultural es una cuestión de lealtad, de ver quién era más fiel». Acuciado por el fracaso del Gran Salto Adelante, la única salida que le queda es la movilización de los radicales, entre ellos jóvenes adolescentes que no dudarán en denunciar a sus padres, a sus profesores, y a todos los que desde el Pequeño Libro Rojo sean declarados como «capitalistas». Es la gran purga. La gran represión. Desde arriba y hasta el más humilde profesor de bachillerato.
«No es extraño que hoy en China exista una etapa de su creación literaria que recuerda los hechos como ‘la literatura de las cicatrices’»
Quien esto escribe vivió en China y recogió testimonios de sus colegas de la Universidad de Lenguas Extranjeras Número 2 de Beijing, en las que impartía clase, espeluznantes. No es extraño que hoy en China exista una etapa de su creación literaria que recuerda y denuncia aquellos hechos como «la literatura de las cicatrices». Mao se deshizo de todo aquel que se interpusiera en su poder: Liu Shaoqi, el propio Deng Xiaping, y miles de cuadros del Partido. En el imaginario maoísta se trataba de la transición del socialismo al comunismo, y la persecución de lo que denominaba revisionismo que había detectado en la URSS al comienzo del mandato de Nikita Jruschov.
Y convirtió China en un infierno. Asesinatos, supuestos suicidas, persecuciones, humillaciones públicas, destrucción de templos e imágenes budistas, prohibición de obras literarias, musicales y artísticas de Occidente («Al infierno con las esculturas budistas, están llenas de mierda de perro», era la consigna), adoctrinamiento en campos de trabajo, cierre de las Universidades, y un enfrentamiento civil de dimensiones escalofriantes. Todavía en 1985 cuando uno vivió allí te enseñaban los impactos de morteros en fachadas de las universidades. «Subir a las montañas y bajar a las aldeas».
Era el culto a Mao, de nuevo. De El Gran Timonel que había proclamado en Tiananmen, el 1 de octubre de 1949: «Hoy, China es una, entera y en pie» al culto sin límites, sin fisuras. El salvoconducto de la Guardia Roja era el brazalete, porque los símbolos en época revolucionaria salvan o condenan vidas. Recupera Dikötter, entre tanta valiosa documentación, el diario de un joven soldado, Li Feng en el que se lee: «La sangre entregada al partido y al presidente Mao ha penetrado en todas las células de mi cuerpo». Incluso relataba cómo el propio Mao se le había aparecido en sueños: «Anoche tuve un sueño. Soñé que veía al presidente Mao. Como un padre compasivo, me acariciaba la cabeza. Me hablaba con una sonrisa en los labios: ‘Estudia. ¡Sé siempre leal al Partido, leal al pueblo’. El gozo me abrumó. Traté de hablar, pero no pude».
Lo curioso es que se llamó Cultural cuando Mao despreciaba a los intelectuales. Señala Dikötter: «Mao despreciaba a los intelectuales, pero al igual que Stalin trató de mantener a unos pocos como compañeros ocasionales. Igual que Stalin los aplastaba a la mínima insinuación de desacuerdo. Un ejemplo de ello fue Liang Shuming, un notable pensador que el Departamento de Filosofía de la Universidad de Beijing había contratado en 1918 (…) En una breve visita a Yan ‘an realizada en 1938, Liang había regalado ejemplares de sus obras al presidente. Mao se había sentido halagado y a partir de 1949 había dispensado un buen trato al profesor». A partir de 1952 y con motivo de una defensa de Liang de los empresarios comenzó la caída. Mao lo reprendió en público y escribió: «Hay dos maneras de matar. Una consiste en matar con pistola y la otra matar con la pluma. La manera que se disfraza con mayor astucia y no derrama sangre es la que mata con la pluma. Ésa es la clase de asesino que tú eres».
«El horror del Marlowe en ‘El corazón de las tinieblas’ se transformó en el siglo XX en el terror como acción política»
Y así todavía la denominaron Revolución Cultural. Toma ya que vienen curvas. Sí, se trataba del poder, del poder absoluto, conseguido a través del tiempo, de la persecución y de lo que los citados Chang y Halliday recordaban: «Pasados diez minutos de la medianoche del 8 de septiembre de 1976, Mao Zedong murió. Su mente se mantuvo lúcida hasta el final; una mente en la que sólo había lugar para un pensamiento: él mismo y su poder».
El horror del Marlowe de Conrad en El corazón de las tinieblas se transformó a lo largo del siglo XX en el miserable culto a la personalidad, en el temor, el miedo, la represión, el terror como manual de acción política. Uno de los más reconocidos sinólogos, J.D. Spence, respecto a la Revolución Cultural se preguntaba y nos preguntaba: «¿Se trataba del último y desesperado intento de Mao de llevar a la práctica sus ideales revolucionarios en la nación que había llegado a dominar? ¿Era Mao consciente de sus palabras? ¿Actuaban aquellos políticos especialmente agrupados en torno a la esposa de Mao, en Shanghái, en su propio beneficio, o creían realmente las cosas extraordinarias que decían de sus antiguos camaradas? ¿Cómo fue posible que millones de jóvenes quedaran atrapados en la retórica de Mao y en su delirante atracción del caos?»
Una cita de Mao abre el libro de Dikötter y sobrecoge con pavor, visto lo que se nos viene encima: «¿Quiénes son nuestros amigos? / ¿Quiénes nuestros enemigos? Esa es la pregunta principal de la revolución». Mientras, en Occidente, determinadas gentes contemplaron la Revolución Cultural como algo formidable. Pero esa sí que es otra historia para otro día, cuando pase el calor.