Parece que fue ayer
«La canción ‘Yesterday’, cuya melodía dijo soñar Paul McCartney, celebra este mes de agosto su 60 cumpleaños. Bienvenida a la tercera edad»

Ilustración de Alejandra Svriz
«Los artistas menores toman prestado.
Los grandes artistas roban»
Igor Stravinsky
Paul McCartney afirma que la melodía de Yesterday se le presentó en un sueño una noche de 1964, y que nada más despertar fijó los acordes al piano para no olvidarla. No es raro, sobre todo entre músicos, soñar con música (a mí me pasa con frecuencia, y sólo soy un aficionado). Pero lo que parece imposible es componer en sueños una melodía original. A decir verdad, él nunca dijo que hubiese compuesto la canción en sueños, sino que soñó con una melodía, y que supuso que se trataba del recuerdo de un tema escuchado en alguna parte, aunque no conseguía identificarlo. Y sólo después de haberlo interpretado durante meses ante todo aquel a quien se encontraba, sin que nadie lo reconociese, llegó a la conclusión de que podía considerarlo original.
Detrás de esta anécdota resuena una vieja pregunta: ¿de dónde viene la música? ¿cómo surgen las melodías? La pregunta puede parecer muy profunda debido a la persistencia de la idea —entre ingenua y perversa, pero muy difundida— de que la música es la expresión pura e inmediata de los sentimientos. Sin embargo, esta romántica suposición puede refutarse empíricamente de un modo sencillo: cuando a usted le venga al corazón una emoción intensa, colóquese ante el teclado de un piano de cola Steinway y, si no tiene noción alguna de cómo tocar ese instrumento, comprobará —esto sí— inmediatamente la imposibilidad de convertir sus sentimientos en música y, por tanto, la falsedad de la citada opinión. A propósito de esto, el mismo Paul McCartney dijo una vez: «No sé si los poetas creen que tienen que experimentar las cosas antes de escribir sobre ellas, pero le diré que nuestras canciones proceden casi en su totalidad (en un 90%) de la imaginación». Y entonces, si no basta con tener sentimientos para hacer música (aunque quizá sea necesario escuchar algo de música para tener sentimientos propiamente humanos), ¿de dónde vienen las melodías?
A mi modo de ver, una vez descartadas las hipótesis místicas, la pregunta tiene una respuesta muy sencilla: toda música se inspira en otra música anterior. Ya comprendo que esto puede suscitar la cuestión metafísica: «¿De dónde vino, entonces, la primera música?». No conozco la respuesta a esa pregunta, pero mi instinto me dice que la primera voz humana que cantó sobre la tierra fue la de una madre acunando a su hijo. Afortunadamente, no tenemos que remontarnos tan atrás: en 1964 la música popular estaba por todas partes y, como dice Joan Manuel Serrat, las canciones no eran solamente asunto de los cantantes, la gente cantaba mucho, en su casa y hasta en la calle. Es cierto que la radio tuvo un gran impacto sobre esta costumbre, pero no liquidó la tradición de la música popular (ni tampoco de la culta) sino que, al contrario, la continuó, adaptándola a los nuevos tiempos modelados por los medios de comunicación de masas.
En muchas canciones de los Beatles se puede señalar a menudo su vínculo con la tradición de la música popular: el Come Together de Lennon se inspiró en el You can’t catch me de Chuck Berry, como su Sexy Sadie se inspiró en I’ve been good to you de Smokey Robinson y los Miracles o como la Lady Madonna de McCartney se inspiró en el Bad Penny Blues de Humphrey Lyttelton. En todos estos casos se trata de inspiración legítima o, si se quiere decir de este modo, de seguir una serie de líneas marcadas por la tradición: las canciones de cada una de esas líneas, más que inspirarse simplemente unas en otras, es como si fueran todas ellas versiones de un mismo original, un original que nunca escucharemos completo, pero del que sólo podemos hacernos idea a través de esas versiones.
Aunque a veces una de ellas nos parece tan perfecta que no pensamos que sea una versión, ni siquiera una muy buena versión, sino que, al menos durante años (y a veces siglos), la consideramos el original que todas las demás imitan. Pasa esto incluso con las versiones propiamente dichas: después de escuchar a Maria Callas cantar Casta Diva o a Frank Sinatra cantar Fly me to the moon sentimos que ambos han acabado por completo esas piezas, que les han dado la forma que corresponde exactamente a su contenido. No fueron los primeros en interpretarlas, pero se diría que ya no merece la pena que otros cantantes vuelvan a intentarlo, porque sus versiones son insuperables. Eso es lo que llamamos un clásico, porque su valor sobrevive a su contexto de producción, y no necesitamos que nos expliquen sus circunstancias para rendirnos ante su belleza.
«No debemos confundir la tradición con el plagio, que no sólo son cosas distintas sino exactamente contrarias»
Por tanto, como nos recuerda Eugenio D’Ors desde el frontispicio del Casón del Buen Retiro, no debemos confundir la tradición con el plagio, que no sólo son cosas distintas sino exactamente contrarias. Por ejemplo, George Harrison creía haber concebido su canción My Sweet Lord (1970) inspirándose legítimamente en el Oh, Happy Day de los Edwin Hawkins Singers (1969), que a su vez bebía de una tradición de himnos religiosos que se remonta como mínimo al siglo XVIII.
Si, no obstante, incurrió en plagio («plagio inconsciente», según sentenciaron los tribunales) no fue por su parecido con esas melodías precedentes, sino porque su canción era casi literalmente la misma que el He’s so fine de las Chiffons (1963); puede que Harrison, que la habría escuchado mil veces, no lo advirtiera, aunque tiene aún más delito que Phil Spector, que fue el productor de My Sweet Lord y que se había criado profesionalmente en ese tipo de piezas, no se lo hiciera ver.
Y era eso mismo —el plagio— lo que Paul McCartney quería evitar con su insistencia en cantarle a todo el mundo la canción con la que soñó en 1964, antes de poder considerarla suya. Pero, como se trataba de una canción y no de una simple melodía, para poder cantarla había que ponerle letra. Y como no quería dedicarse a esa tarea —más ardua para él que la de enhebrar melodías— antes de estar seguro de su paternidad, ideó una falsa letra disparatada, y tituló provisionalmente la canción Scrambled Eggs (huevos revueltos):
Scrambled Eggs.
Oh, my baby, how I love your legs…
(Huevos Revueltos.
Oh, nena, cómo me gustan tus piernas…)
A McCartney le bastaba haber establecido mediante esta encuesta espontánea que la canción no era un plagio de ninguna otra anterior para proceder a grabarla. Pero si, como dice D’Ors, sólo hay verdadera originalidad cuando se está dentro de una tradición, entonces lo que no es plagio debe vincularse a una tradición. Y hay dos razones para que, en el caso de la canción «soñada» por Paul McCartney, la veta de la tradición popular en la que se inscribía resultase difícil de identificar.
«’Yesterday’ amplió el alcance y el concepto de lo que eran los Beatles»
Una es que, debido al período excepcional de «verificación», cuando la canción estuvo terminada, nadie —excepto Paul— había intervenido en ella, y supongo que los otros tres Beatles estaban hartos de oírsela interpretar («¿Se había creído que era Beethoven?», criticó más tarde Harrison). Así que, cuando grabó la canción solo, acompañándose exclusivamente con la guitarra, el productor discográfico del grupo, George Martin, le preguntó qué arreglo quería que él hiciera con el tema; Paul dijo que no había que añadir nada, que así estaba bien. Pero Martin, que había estudiado en el prestigioso conservatorio Guildhall de Londres y era muy aficionado a la música barroca, probó a vestirlo con un cuarteto de cuerda. A McCartney no le convenció demasiado, porque temía que pareciese pretencioso (¿los Beatles van a hacer ahora música clásica?), pero confió en el instinto de Martin, como solía hacer. Y esto contribuyó a promover la peregrina idea de que la inspiración pudiera proceder de la música culta, sin que, por supuesto, nunca se llegase a encontrar ese hilo.
Todo esto convirtió a Yesterday en una suerte de excepción: el productor pensó que aquella no era ya una canción «de los Beatles», y le planteó a Brian Epstein, el manager, la posibilidad de publicarla como un tema de Paul «en solitario». Epstein lo consultó con sus representados, y la sentencia de Lennon fue tajantemente negativa; es más: exigieron que no se publicase jamás como single, sino como una más de las canciones del álbum siguiente (Help). Aunque la sentencia sólo se cumplió del todo en el Reino Unido (y solamente al principio), hay que reconocer que fue una buena decisión, porque amplió el alcance y el concepto de lo que eran «los Beatles» y ayudó a que se convirtieran en algo más que otro grupo de rocanrol, aunque fuese un grupo muy bueno. Pero ello no evitó que la canción fuese algo «especial», como surgido de ninguna parte. De hecho, cuando el grupo la interpretaba en directo, Paul se quedaba solo en el escenario (cosa que no sucedía con ningún otro tema del grupo), sin que nadie echase de menos los arreglos de cuerda.
La otra razón que dificultó la detección del vínculo de la canción con la tradición fue la tardanza en escribir la letra «verdadera». Cuando no se trata sólo de melodías sino, como digo, de canciones, que por tanto tienen música y letra, frecuentemente es esta última la que permite seguir el hilo hasta la fuente de la que bebe (como ocurre en las recién citadas canciones de Lennon). Porque, aunque sin duda la letra puede recurrir a una experiencia privada del autor, el hecho de que su estructura fonética y prosódica tenga que adaptarse al fraseo musical provoca que, al tomar una canción anterior como inspiración, no sólo pueda arrastrarse con ella algo de la melodía, sino también fragmentos de la letra. Así que sólo cuando en 1965 McCartney escribió la «verdadera» letra y fijó el título definitivo de su melodía soñada —Yesterday— se pudo identificar la filiación. Porque los primeros versos
Yesterday
All my troubles seemed so far away
Now it looks as though they’re here to stay
Oh, I believe in yesterday
(Ayer
Todas mis tribulaciones parecían tan lejanas…
Ahora es como si hubiesen regresado para quedarse.
Oh, yo creo en el ayer),
desde el punto de vista prosódico mucho más que desde el semántico, recuerdan a estos otros:
You were mine
yesterday
I believed that love was here to stay
(Ayer fuiste mía
Creí que el amor había llegado para quedarse),
que pertenecen a la versión de Answer me, my love que Nat King Cole grabó en 1954.
Aunque se le ha preguntado mil veces por la «experiencia personal» de la que nació Yesterday, la única declaración que Paul ha hecho (en 2024), a título de mera suposición, es que, leyendo retrospectivamente la letra, se inclina a pensar que la pérdida de la que se habla en ella —«No sé por qué ella se fue, no dijo nada»— podría ser la de su madre, que murió de cáncer (sin que sus hijos se enterasen de su grave enfermedad hasta el final) cuando él tenía 14 años. Lo cual es aún más interesante porque se da el caso de que la música del Answer me de Nat King Cole procede de una melodía popular alemana, Mütterlein, una suerte de Madrecita María del Carmen nórdica. En 1952, Gerhard Winkler y Fred Rauch reescribieron la letra (en alemán), convirtiéndola en una balada de amor desdichado (en la que el poeta pregunta a Dios por qué ha perdido a su amada).
Carl Sigman (sí, el autor del tema de amor de Love Story) vertió al inglés la letra, de la que acabó eliminando a Dios para dirigir la pregunta directamente a la amada ausente, con una combinación de versos trisílabos, eneasílabos y tetrasílabos que son las mismas estructuras que —con otra montura— dominan la letra final de McCartney. No es, por supuesto, la misma melodía, como no es la misma letra. De hecho, Yesterday es tan original que inmediatamente la grabaron Ray Charles, Elvis Presley, Frank Sinatra o Aretha Franklin entre muchos otros (aunque si yo tuviera que quedarme con una sola versión, sería probablemente la de Marvin Gaye). Ostenta el récord Guinness de la canción más veces grabada de la música popular (unas 3.000), y se calcula que en el siglo XX fue interpretada unos siete millones de veces.
Por lo que parece, se seguirá cantando durante bastante tiempo más, y ya puede decirse a estas alturas que el tema de McCartney se ha convertido en el original del que todos los eslabones de esa cadena de la tradición anterior —desde Mütterlein hasta Answer me— nos parecen hoy aproximaciones, como lo son también muchas otras melodías que, desde entonces y hasta ahora, ha seguido inspirando. Así ha llegado a ser una pieza clásica, de esas a las que, como ya he dicho, nada relevante añaden —salvo para los muy devotos, como el que esto firma— todas estas explicaciones con las que acabo de aburrirles. La canción se publicó en 1965, por lo que este mes de agosto celebra su 60 cumpleaños (¡y parece que fue ayer!). Bienvenida a la tercera edad.