Pedro Sánchez, panderetero de Gustavo Petro
«Prefiere ganarse el aplauso fácil del club bolivariano, aunque sea a costa de entregar la memoria española como ofrenda en el altar del populismo»

Ilustración de Alejandra Svriz.
Pedro Sánchez cruzó el charco la semana pasada para escaquearse del Congreso de los Diputados y estar en el aquelarre de la izquierda latinoamericana en Santiago de Chile. Allí, entre sonrisas y fotos con Lula, Boric y Petro, se creyó protagonista de una escena histórica, un líder global marcando tendencia. Pero la realidad es otra: Sánchez fue figurante en el festival del populismo indigenista, el músico de fondo en una banda que desafina a propósito para reescribir la historia.
Y no ha pasado ni una semana desde aquella reunión de amiguetes para que uno de sus nuevos mejores amigos, Gustavo Petro, sacara la artillería pesada contra España. Lo ha hecho este martes en la conmemoración de los 500 años de la fundación de Santa Marta, la primera ciudad española en el actual territorio colombiano. Un acto solemne convertido en tribuna de infamia.
Petro no se ha limitado a insinuar, fue directo a la yugular. «No podemos celebrar el comienzo de esta historia que pasa por un genocidio», proclamó con el tono del que cree hablar en nombre de los justos. Y siguió cargando contra nuestra memoria histórica: «Tanto Rodrigo de Bastidas como Gonzalo Jiménez de Quesada no fundaron civilizaciones, iniciaron masacres. No le hagamos celebraciones a quienes trajeron la sangre». Ahí lo tienen. Los fundadores de Santa Marta y Bogotá convertidos en criminales de guerra por decreto de un exguerrillero comunista convertido en presidente.
Pero había más. Petro decidió explicar la historia de América con el catecismo del rencor: «Para llamarse América tuvieron que hacer un genocidio, millones de personas murieron asesinadas o por la enfermedad que traían. Como hoy, decenas de miles de personas, niños, muchos, mueren. Ya no por la espada, sino por la bomba. Ya no por la enfermedad, sino por el hambre». Un salto mortal con triple giro para conectar el siglo XVI con la geopolítica del hambre.
«España no puede seguir siendo el único país del mundo que financia a quienes le insultan, que paga con cooperación a quienes reescriben la historia para humillarnos. Pero con Sánchez en Moncloa, la rendición es la norma».
Y la guinda llegó con la comparación más obscena: «Así como hoy no podemos celebrar un genocidio que pasa en los días de hoy, pasa en Colombia y pasa en Oriente Próximo, tampoco podemos celebrar el genocidio de hace cinco siglos». Gaza, Oriente Próximo, hambre, conquista… todo en el mismo batido ideológico, servido con el eslogan perfecto para la barra brava del populismo.
¿Y qué ha hecho Pedro Sánchez? Nada. Silencio. Ni una línea en el BOE de su vanidad para defender la verdad. Ni un gesto que recordara que España no es culpable del pecado original universal. Y ya saben: quien calla, otorga. Porque cuando te sientas en Santiago de Chile con Petro, avalas su discurso. Cuando sonríes para la foto, das legitimidad al aquelarre indigenista que vive del agravio.
España no puede seguir siendo el único país del mundo que financia a quienes le insultan, que paga con cooperación a quienes reescriben la historia para humillarnos. Pero con Sánchez en Moncloa, la rendición cultural es la norma. Porque Pedro no está allí para explicar la historia ni para defender la dignidad nacional. Está para posar. Para colgar la foto en Instagram. Para convencerse de que es un estadista global mientras actúa como comparsa en la procesión del rencor.
Sánchez prefiere tocar la pandereta, bailar al son de Petro, y aplaudir como un turista ideológico en la América de Bolívar. Y todo para ganarse el aplauso fácil del club bolivariano, aunque sea a costa de entregar la memoria española como ofrenda en el altar del populismo.
Elvira Roca Barea debería reservarle un capítulo entero en la próxima edición de Imperiofobia: «Pedro Sánchez, de la Moncloa a la batucada». Porque esto no es un desliz anecdótico. Es la enésima prueba de cómo la izquierda española ha comprado el relato del resentimiento. Ha decidido que para quedar bien en Bogotá o en Santiago hay que pedir perdón por Bastidas, por Quesada, por Cortés y por quien haga falta. Hasta por el caballo de Pizarro, si se tercia.
Sánchez cree que callar es diplomacia. Cree que posar junto a Lula, Boric y Petro lo convierte en el César de la socialdemocracia global. Pero la realidad es otra: lo reduce a palmero en la fiesta del indigenismo. Cree que está escribiendo un capítulo épico y no pasa de nota al pie en el panfleto del resentimiento. Y así, mientras España sigue callando, otros escriben la historia. Con tinta roja. Y con nuestra firma al pie.
Guillermo de Orange, padre espiritual de la leyenda negra, debe de estar descorchando champán en el más allá. Ha encontrado heredero en el siglo XXI. Y pensar que este hombre gobierna España.