Zapatero y Sánchez: el guion oculto
«España vive en crisis política permanente, con sus instituciones deslegitimadas y un proyecto nacional disolvente. No es un accidente. Es el fruto de una estrategia»

Ilustración de Alejandra Svriz.
En política, las casualidades rara vez existen, más bien suelen tener un guion oculto. Este texto parte de una hipótesis inquietante pero plausible: que tanto Zapatero como Sánchez no fueron meras casualidades desconectadas entre sí, sino productos de una misma operación de largo plazo para capturar el Partido Socialista, transformarlo en una herramienta al servicio de intereses que van más allá del ámbito nacional, y, desde ahí, controlar España.
Como en el caso de la toma del Partido Demócrata por parte del ala de extrema izquierda en EEUU, o del Laborismo británico bajo Jeremy Corbyn, a veces los partidos no evolucionan: son tomados al asalto, lenta y meticulosamente.
El hombre que vino de ninguna parte
Tras la estrepitosa derrota electoral de Joaquín Almunia en el 2000, el PSOE quedó en estado de shock. Hasta entonces, la izquierda había asumido la victoria electoral de la derecha de 1996 como un salto de guion sin demasiado recorrido. Pero la mayoría absoluta conseguida por el PP el 12 de marzo de 2000 disparó todas las alarmas. Los gobiernos de la derecha amenazaban con convertirse en normalidad democrática. Y eso era intolerable.
Se abrió entonces un proceso de sucesión interna donde el gran favorito era José Bono, presidente de Castilla-La Mancha, con una trayectoria mucho más conocida. Sin embargo, contra todo pronóstico, fue un gris diputado leonés, sin experiencia de gobierno ni peso mediático, quien se alzó con la Secretaría General.
Pocos en Ferraz conocían a José Luis Rodríguez Zapatero en los días previos a su ascenso. Hay quien lo recuerda como un personaje tan gris que se mimetizaba con las paredes de la sede socialista, sentado pacientemente a las puertas de algún despacho, aguardando turno para ser recibido. Otros evocan su triste figura haciendo pasillos, desplazándose desde León con la esperanza de obtener alguna limosna política en Madrid, para luego regresar perdiéndose de nuevo en su propia insignificancia. Que ese personaje acabara dirigiendo el partido y, más tarde, el país, no puede explicarse sólo por la voluntad personal o el azar.
«¿Fue ZP el primer experimento de un nuevo modelo de liderazgo, de puertas adentro beligerante pero servil de puertas afuera?»
Zapatero proyectó su victoria con un discurso que aprovechó las debilidades de un felipismo bajo la sombra de la corrupción y enzarzado en luchas internas. Sin embargo, algunos analistas señalan que su triunfo se cimentó sobre todo en un conjunto de alianzas poco visibles, pactos de despacho con olor a puro habano y una operativa interna que aún hoy genera preguntas. ¿Hubo una red de apoyos ajena al aparato formal? ¿Fue el primer experimento de un nuevo y conveniente modelo de liderazgo, de puertas adentro beligerante pero servil de puertas afuera?
La sombra del 11-M
El 11 de marzo de 2004, tres días antes de las elecciones generales, un atentado terrorista sacudió Madrid. La torpe gestión del Gobierno de Aznar y el clima de tensión informativa alimentado desde Ferraz volcaron el resultado electoral a favor del PSOE. Zapatero, que hasta entonces no lideraba las encuestas, ni siquiera en su León natal, ganó las elecciones y fue investido presidente. El atentado, que formalmente fue atribuido a una célula yihadista, no puede desvincularse del vuelco electoral que propició ni de los intereses geopolíticos a los que benefició.
Para algunos, cualquier alusión a esta conexión roza lo conspiranoico; sin embargo, el 11-M supuso un punto de inflexión que allanó el camino para el giro estratégico de España y debilitó sus alianzas, particularmente con Estados Unidos, en beneficio de actores como Marruecos o Francia.
Estudios como los de Foreign Affairs señalan que tras el atentado se reforzó significativamente la cooperación de España con Francia en detrimento del alineamiento transatlántico. En esta misma línea, en mayo de 2004, con ese candor tan francés, Le Monde publicó un análisis en el que se reconocía que el atentado de Atocha permitió a Francia recuperar su ascendencia sobre España, perdida durante los años de Aznar.
«España pasó, en apenas unos años, de codearse con Washington a ser el mayordomo de Rabat y París. Y más tarde, de Pekín»
Más allá de las dudas que rodean la investigación del 11-M, lo cierto es que el PSOE se benefició de forma directa. Fue a partir de entonces cuando se inició una transformación radical del sistema político español: negociación con ETA, reformas estatutarias en Cataluña que desbordaban la Constitución, y una nueva política exterior alineada con actores antes marginales como Venezuela o Marruecos. España pasó, en apenas unos años, de codearse con Washington a ser el mayordomo de Rabat y París. Y más tarde, de Pekín.
Dos milagros, un mismo manual
En 2014, Pedro Sánchez apareció como un candidato de recambio tras la crisis abierta por Alfredo Pérez Rubalcaba. Sólo un grupo testimonial de dirigentes le apoyó. Sin embargo, logró imponerse en unas primarias en las que se detectaron irregularidades y falta de control en el voto.
Tras su caída en 2016, orquestada por el Comité Federal del PSOE, Sánchez inició una campaña paralela. «La banda del Peugeot», como se apodó a su equipo, recorrió España en un coche que, según la leyenda, funcionaba con ilusión y poco más. Los mítines se multiplicaban, los carteles brillaban, y el mensaje populista de Sánchez calaba como un reguetón pegajoso. Pero, ¿de dónde salía el dinero para esa tournée?
Las similitudes entre Zapatero y Sánchez son tan evidentes que parecen sacadas de un manual de «Cómo tomar un partido por asalto»: ascenso inesperado, construcción de poder al margen de las estructuras visibles, financiación opaca, uso intensivo del aparato mediático y una agenda internacional alejada de los intereses estratégicos de España. En ambos casos, el milagro no se produjo a la luz de Fátima sino entre tinieblas.
«Estamos frente a una operación destinada a convertir al PSOE en caballo de Troya de una mutación política profunda»
Esta fórmula, aplicada con éxito en dos momentos distintos, parece responder a una estrategia metapolítica: tomar al asalto desde dentro el Partido Socialista para ponerlo al servicio de intereses ajenos al consenso constitucional. El vaciamiento ideológico del PSOE, rellenado con el falso feminismo, el dogmatismo climático y el wokismo del socialismo del siglo XXI; su reorientación hacia alianzas políticas con fuerzas rupturistas; y su progresivo alejamiento del eje atlántico (OTAN, UE, EEUU) son indicios insoslayables de un cambio de paradigma.
La reiteración del método y sus efectos refuerzan la hipótesis de que no estamos ante casualidades, sino frente a una operación planificada destinada a convertir al PSOE en caballo de Troya de una mutación política profunda, con consecuencias nacionales e internacionales. El resultado es una España institucionalmente más débil, sometida a tensiones centrífugas sin precedentes desde la Transición… y geoestratégicamente vendida.
Es verdad que la crisis financiera global de 2008 —la llamada Gran Recesión— supuso un freno inesperado que, por un tiempo, truncó el avance de la subversión del orden constitucional y del papel internacional de España. Un papel que, durante el Gobierno de Aznar, se había visto notablemente reforzado, para disgusto de potencias como Francia o de actores regionales como Marruecos.
Ese paréntesis lo ocuparon los años de Gobierno de Mariano Rajoy, que, sin embargo, no supo —o no quiso— conjurar el peligro de fondo. Se limitó a una gestión tecnocrática, rehuyendo la confrontación política y dejando que el proceso de subversión continuara latente a la espera de ser reactivado. Y así sucedió. Según Sánchez accedió al Gobierno por la puerta de atrás, el proceso se reinició con impulso renovado.
Subversión y corrupción: el guiso y la salsa
No se trata de construir una teoría de la conspiración desde un sótano con las paredes forradas de papel plata, sino de observar un patrón que, con el paso de los años, se revela cada vez más consistente, a pesar de sus altibajos, chapuzas e improvisaciones.
Es verdad que la corrupción que envuelve al sanchismo es brutal. Pero detrás hay una hoja de ruta. Corrupción y subversión no son incompatibles, son complementarios. El nazismo también estuvo envuelto en una corrupción extraordinaria, con la que se enriquecieron tanto los líderes nazis como una tropa inacabable de oportunistas, intermediarios, conseguidores y empresarios sin escrúpulos. Sin embargo, esto no convierte el nazismo y sus consecuencias en anécdota. Los regímenes más ideologizados suelen estar atravesados por redes clientelares, corruptelas y cálculos de poder. La degeneración moral no invalida el proyecto político: lo apuntala.
Aparentemente, nos encontramos ante una operación de largo recorrido que ha sabido adaptarse a las coyunturas, superar momentos críticos —como la Gran Recesión de 2008— y retomar impulso cuando las condiciones lo han permitido. Lejos de un proceso caótico, lo que se percibe es un plan flexible, a menudo inevitablemente oportunista, chapucero y cleptómano, sí, pero persistente, con un objetivo: desmantelar desde dentro el sistema constitucional de 1978 y debilitar el papel de España como actor en el espacio atlántico y europeo.
Hoy España vive en un estado de crisis política permanente, con una ciudadanía cada vez más desconectada de sus representantes, instituciones deslegitimadas y un proyecto nacional disolvente o directamente desintegrador. Todo esto no es un accidente. Es el fruto de una estrategia sostenida, probablemente ideada o, cuando menos, estimulada desde fuera y ejecutada localmente con oportunismo y determinación por dos personajes que, lejos de ser anomalías, parecen haber sido cuidadosamente elegidos por su docilidad y su ambición sin escrúpulos.
Quien controla el poder no necesita conspirar, sólo necesita que los demás no se den cuenta. Y, como advertía Talleyrand, el arte de la política es hacer que las cosas parezcan lo que no son. Quizá haya llegado el momento de abandonar la ingenuidad, dejar de ver la corrupción como una teoría del todo y empezar a investigar con seriedad cómo, cuándo y por qué España empezó a perder su soberanía desde el corazón mismo de su sistema político.