Burka y juventud reaccionaria
«No es que los jóvenes sean contrarios al feminismo, al ecologismo y a la inmigración, es que están hartos de la arrogancia y la discriminación legal»

Ilustración de Alejandra Svriz.
Vox ha puesto un par de vallas en El Ejido en las que se ve a una persona oculta tras un burka con las etiquetas de PSOE y PP, y a una chica sonriente, en tirantes, morena y despeinada, con la etiqueta de su partido. Las dos están bajo el lema «¿Qué Almería quieres?». La prensa de izquierdas rápidamente ha sacado las etiquetas de «xenofobia» y «racismo», pero no analiza si la pregunta cala entre los jóvenes o cuáles serían las respuestas. La campaña pretende denunciar una realidad: la denigración de la mujer en el islamismo, con el matrimonio forzoso o la ablación genital. Esto merece debate. ¿Hacia dónde nos lleva el progresismo? ¿Nos están obligando a cerrar los ojos y a callar ante las injusticias? ¿Debemos impedir que aquí se vulneren los derechos humanos, o hay que respetar otras costumbres por muy salvajes que sean?
La discusión merece la pena. Tapar las vallas por orden de la alcaldía del PP para no ofender a nadie y no dar «mala imagen» nos hace más débiles como democracia y comunidad política. No quieren hablar del tema porque han convertido los dogmas progresistas en tabúes, pero eso tiene un coste, ya que lo que no sale a la luz con normalidad acaba explotando. Ese modo autoritario de ciudadanía está generando una reacción a pesar de que la máquina institucional para fabricar «progres» trabaja sin parar.
Alguien debería explicar por qué si todo está pensado para ser progresista, la nueva generación está saliendo de derechas. Está ocurriendo en Francia, Alemania, Estados Unidos, Italia, Portugal, el Reino Unido y otros países europeos. La izquierda académica se ha alarmado. ¿Cómo es posible que salgan «fachas» de la máquina de ciudadanía izquierdista? La respuesta que obtienen en las encuestas y estudios no les gusta: esos jóvenes no son «progres» porque se rebelan contra los dogmas del sistema.
Tantos años de presupuestos públicos para al final olvidar una regla tan sencilla de la sociología histórica como es que una generación se cuestiona la verdad impuesta por la anterior, con el objetivo de encontrar su propio mundo. Cuanto mayor es la presión oficial, más rebelde es. No hay ejemplo en sentido contrario. Esa regla sociológica funciona ahora porque la idea de justicia que se les vende no les encaja, por lo que la sumisión al dogma progre acaba reventando. A esto la izquierda responde mal. Piensa que la solución es más «pedagogía» y subvenciones. Demuestra que no ha entendido nada. Es eso justamente lo que les convierte a la nueva generación en derechista: el adoctrinamiento insultante y burdo, y la paguita.
Vamos con el caso de España. El conservadurismo va ganando terreno entre los jóvenes universitarios, especialmente en las carreras técnicas, y algo menos en humanidades. Lo dicen las encuestas de autoubicación. No es que esos jóvenes sean contrarios al feminismo, al ecologismo y a la inmigración (banderas de la izquierda), es que están hartos de la arrogancia y la discriminación legal que pagan de sus bolsillos y les denigra. Por ejemplo, la hipocresía del PSOE en el trato al sexo femenino, su corrupción general y su prepotencia han hecho mucho para que los jóvenes giren a la derecha. La reacción no es una respuesta al «avance de las mujeres», como dice la inquieta izquierda académica, sino a las imposiciones por genitales, que las degrada a ellas también.
«Es lógico que esa reacción se produzca antes en los varones porque es el grupo más atacado»
Es lógico que esa reacción –palabra demonizada por el progresismo que habría que recuperar– se produzca antes en los varones porque es el grupo más atacado, aunque el ascenso entre las mujeres es muy considerable. Ese avance entre ellas se debe a su rechazo a la imposición del sexo como construcción cultural y al paternalismo político que las trata como discapacitadas. Eso es rebeldía.
No hay mayor insulto que la desvalorización de la naturaleza involuntaria, en el caso de las mujeres, o la condena solo por tener genitales masculinos, en el caso de los hombres. Tampoco ayudan mucho las gilipolleces sin fundamento científico. Es el caso de James Hamilton, cirujano que tuvo una infancia con abusos sexuales. Haber sido víctima no libra de decir tonterías. Este chileno ha escrito en Homo exul (2025) que el problema de la especie humana son los varones, y que si Trump, Putin y Netanyahu fueran mujeres el mundo sería mucho más bonito. En sus afirmaciones podemos cambiar «varones» por «judíos» y «mujeres» por «arios» y tendríamos la misma validez científica: ninguna.
La reacción al rodillo progresista era previsible según fuera aumentando la presión para comulgar con el dogma. Si a esto añadimos que el clero progresista se ha degradado enormemente al carecer de categoría intelectual, dando la sensación de vivir en una burbuja privilegiada, pues ya está todo dicho. Por eso los jóvenes no soportan este feminismo pero creen en la igualdad ante la ley, no quieren las energías renovables a la fuerza cuando van contra la lógica económica o la vida cotidiana, rechazan la inmigración ilegal y no al extranjero, o aceptan todo tipo de familias mientras no le insulten la suya por muy tradicional que sea.
Por supuesto que esta reacción la podemos encajar en el proceso decadente que vive Europa y Estados Unidos. Está en los clásicos que han estudiado el devenir de las culturas y civilizaciones. En los procesos surgen una o dos generaciones que tratan de conservar su tradición, a la que identifican con la verdad y la justicia, frente a la degradación inducida y obligada por los que mandan. Es una ley de la historia.