¿Rosalía cómplice? Tra, tra...
«Los medios empleados por el diseñador Miguel Adrover, como si el activismo que él practica fuese un deber y no un derecho, no están justificados»

La cantante Rosalía sobre el escenario en Ciudad de México. | Carlos Santiago (Zuma Press)
A estas alturas de mi vida laboral, permítanme que recele poderosamente de la publicación de los emails cruzados entre el equipo de la cantante Rosalía y el diseñador Miguel Adrover, protagonista de The designer is dead, un documental sobre su trayectoria vital y profesional. Sin ser una entendida en moda ni en el mundo del espectáculo, en todos estos años sí he tenido ocasión de adquirir ciertas nociones básicas sobre el oportunismo, el marketing y el don de la oportunidad. Al no haber visto el documental, desconozco si el mismo recoge el auge artístico de Miguel Adrover en el mundo de la moda, en Nueva York, el porqué de su caída empresarial y su retiro voluntario a la isla de Mallorca, o si la cinta analiza en profundidad las motivaciones y causas de su peripecia personal, así como su peculiar forma de afrontar la realidad.
El documental en cuestión se estrenó ayer (¡Oh, casualidad!) en el Atlántida Mallorca Film Fest y unos días antes (casualidad, también) el diseñador decidió de forma unilateral hacer público su cruce epistolar con el equipo de la cantante catalana en el que el modisto se niega a diseñar vestuario para Rosalía, por considerar que ella mantiene un silencio cómplice sobre los horrores, devastación, hambruna y asedio que está viviendo la población en Gaza. ¿Rosalía cómplice de Netanyahu? ¿En serio?
De acuerdo con el razonamiento de Adrover, «silencio es complicidad» especialmente cuando se trata una persona con proyección pública, como es el caso de Rosalía. Curiosamente, el razonamiento de Adrover –le guste o no al autor– entronca con aquella frase de José María Aznar, «El que pueda hacer, que haga» aunque va mucho más allá: es como si Aznar, que dejó a criterio y conciencia de cada cual qué puede y debe aportar en la cruzada por «derogar el sanchismo», como diría Alberto Núñez Feijóo, o por no andarse con rodeos, para acabar con Pedro Sánchez y su Gobierno, hubiese arrancado una campaña de señalamiento al grito de «¡Sanchista tú y todo el que no haga todo lo que pueda para cargárselo!». Eso es lo que, en una jugada a múltiples bandas, ha hecho Adrover.
Lo haya querido o no el diseñador, ha puesto en marcha una notable promoción de la película sobre su persona y su peripecia y ha hecho un señalamiento muy personal de la cantante Rosalía, aunque en su email diga que «no es nada personal» y le lance unas flores y alabanzas, no precisamente sobre su personalidad e intimidad, sino sobre su trayectoria profesional. Casualmente, una generación que, quizás, no sabía siquiera de la existencia de Miguel Adrover, recluido como está voluntariamente desde hace años en la isla de Mallorca, ha descubierto al diseñador, para bien o para mal, como followers o como haters, pero gracias a Rosalía y a la exhibición pública, impúdica y quién sabe si delictiva (por atentar contra la intimidad de Rosalía y por revelación de secretos, ahora que está tan en boga) de sus emails, un nuevo público joven ha reparado en la existencia de Miguel Adrover.
«Adrover ha logrado forzar que la cantante, en su respuesta, haga esa condena, así sea por pasiva»
Por seguir con los efectos del «señalamiento» del modisto que fuera distinguido con el Premio Nacional de Diseño de Moda de 2018, Adrover ha logrado forzar que la cantante, en su respuesta, haga esa condena, así sea por pasiva. Dice Rosalía que «no haber usado mi plataforma de forma alineada con el estilo o expectativas ajenas no significa en absoluto que no condene lo que está pasando en Palestina. Es terrible ver día tras día como personas inocentes son asesinadas y que los que deberían parar esto no lo hagan».
Al hilo de este cruce Adrover-Rosalía, el diseñador-activista ha logrado su objetivo principal: poner el foco sobre la terrible situación que sufre la población de Gaza y las tragaderas, la impotencia o la escasísima acción de la comunidad internacional para ponerle fin de una vez por todas.
Suspicacias sobre las curiosas coincidencias y el tufillo a oportunismo que desprende la acción de Miguel Adrover al margen, el fin puede ser noble, pero los medios empleados por el diseñador y la campaña de señalamiento, como si el activismo que él practica fuese un deber y no un derecho, no están justificados. Y no solo eso. Rozan peligrosamente prácticas que están tipificadas en nuestro Código Penal.