The Objective
Pablo de Lora

'It felt so good'

«Más allá de las dificultades —sempiternas— de marcar con precisión de relojero suizo las fronteras entre los géneros, la pregunta es obvia: ¿importa tanto?»

Opinión
‘It felt so good’

Chuck Mangione.

Julio de 1979. Savannah, Georgia. Mi primer “verano americano”. Manuel, ‘Manny’, mi anfitrión, bajaba en su pijama de cuadros, nos preparaba, junto a Sandra, los Corn Flakes e inmediatamente sacaba el vinilo de aquel estuche donde se leía An Evening of Magic. Chuck Mangione. Live at the Hollywood Bowl sobreimpreso sobre la figura ensombrecida de un trompetista con sombrero (en realidad es un fliscorno). Una vez más, como casi todas las mañanas, volvía a sonar Hide and Seek, Land of Make Believe, The XIth Commandment, y, por supuesto, Feels so good, el hit que le lanzó a la popularidad musical masiva allende las fronteras del jazz allá por 1977. 

Me sé los temas de memoria, la cadencia y el orden de cada uno de los solos, las presentaciones que hace de los músicos, su procedencia (“from Los Angeles, California, James Bradley Junior”), aprendí a escribir lo que yo entendía como pokipsi (“Poughkeepsie, New York”), allí donde nació Chris Vadala (murió en 2019). He escuchado ese disco cientos de veces. Y lo seguiré haciendo (lo hago ahora mismo mientras escribo estas líneas). 

Marzo de 1994. Chuck Mangione visita la Setnor School of Music de la Universidad de Syracuse (Nueva York) donde andaba yo haciendo mi segundo año de cursos de doctorado. Me faltó tiempo para sentarme en las filas delanteras de un auditorio que bullía de estudiantes —muchos de ellos portando el estuche en el que guardaban su saxo, trompeta, quién sabe si también algún fliscorno— ávidos de escuchar a la ya entonces leyenda del conocido como smooth jazz. Mangione relató sus orígenes musicales, sus primeros pinitos junto a su hermano, sus influencias, el padrinazgo de Dizzy Gillespie y tocó incluso partes de algunas de sus piezas. Llegó el momento del coloquio y una estudiante le preguntó sobre sus planes inmediatos. “¿Por qué quieres conocerlos?”, le respondió Mangione. “Porque querría formar parte de ellos”, le contestó la estudiante con el desparpajo típico de los estadounidenses bien imbuidos del espíritu “tú puedes”. “Y tú, ¿qué sabes hacer?”. “Yo canto”. “Sube y demuéstralo”. ¡Y vaya si lo demostró! Otro estudiante, sin siquiera ser invitado, subió con su saxo al escenario y se arrancó a acompañarlos. Otro prodigio. Ambos estudiantes tocaron aquella noche junto a la banda de Chuck Mangione en el CNY Jazz Central de Syracuse. 

Entre Savannah y Syracuse me había adentrado en otras muchas avenidas de ese universo que llamamos “jazz” y que tiene multitud de apellidos. Descubrí el jazz-rock de la mano, claro, de Miles David, el jazz-fusión, el latin-jazz (Arturo Sandoval, Paquito d’Rivera) y a los músicos del sello GRP, en particular al guitarrista Lee Ritenour, y, finalmente a los iconos más reconocidamente jazzísticos: el mentado Dizzy Gillespie, Oscar Peterson, Bill Evans, las grandes divas, Ella Fitzgerald, Sarah Vaughan… la nómina sería interminable.

Hace algunos años en un documental sobre el mítico bajista Jaco Pastorius, éste se mofaba de ese estilo melódicamente blandito y facilón de Chuck Mangione. Otros muchos consideran que ni Mangione, ni George Benson, ni David Sanborn, Marcus Miller y tantos otros que “fusionan” y llegan al gran público, son auténticos jazzistas. Tampoco la magnífica vocalista Laufey, de quien se dice ha revitalizado, como en su día Diana Krall, un género siempre dado por muerto, pero que, sin embargo, no alcanza a dotar a sus producciones de los elementos característicos del jazz (una forma determinada de swing, el fraseo, las improvisaciones sucesivas de los músicos…). 

Más allá de las dificultades —sempiternas— de marcar con precisión de relojero suizo las fronteras entre los géneros, la pregunta es obvia: ¿importa tanto? Yo dudo de que Benny Goodman, y no digamos un ortodoxo como Wynton Marsalis, aceptara como un disco de jazz el fabuloso y más que legendario Heavy Weather de Weahter Report que incorporaba al propio Pastorius (y que fue lanzado el mismo año en el que Mangione alcanzó la fama con Feels so Good); como me parece que es distinguible el prodigioso concierto de Paco de Lucía junto a Aldi Meola y John McLaughlin en San Francisco de una velada de “puro” flamenco en la cueva La Rocío en el Sacromonte granadino. ¿Y?

Chuck Mangione murió el pasado 22 de julio en Rochester, Nueva York a los 84 años. Voy a poner su B’bye de ese discazo que lleva por título An Evening of Magic

Va también por ti, Manny.

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