Nacionalismos
«Los demagogos se aprovechan de la fragilidad de la conciencia nacional. Sánchez se pliega a los caprichos de Puigdemont, Abascal aplaude el matonismo de Trump»

Alejandra Svriz
El profesor Carlos Granés, ahora instalado en España, es uno de los nuevos y mejores escritores latinoamericanos y escribió en ABC un artículo sobre los nacionalismos latinoamericanos y españoles. Respecto a estos últimos expresó lo siguiente:
«Un catalán o un vasco que tiene como lengua materna el español, que trabaja en una compañía española, que tiene un estilo de vida equiparable al de cualquier ciudadano del Reino, y que además recibe una atención envidiable por parte de las instituciones españolas, puede darse el lujo de no sentirse español y abominar de España»
Lo curioso es que, a la fecha, en España los demagogos se aprovechan de la fragilidad de la conciencia nacional. Sánchez se pliega a los caprichos secesionistas de Puigdemont, Abascal aplaude el matonismo antihispánico de Trump. Y sus seguidores no se inmutan.
En el norte de España, el 31 de julio de 1895, Sabino de Arana fundó el Partido Nacionalista Vasco. La historia es conocida: Arana construyó su partido sobre la supuesta raza vasca y sobre una retrógrada confesionalidad católica verdaderamente cerril (“Dios y leyes viejas”). Detrás de todo ello estaba una clara xenofobia. Aquel cuento convenció a sectores de Vizcaya, se extendió después a Guipúzcoa y a Álava y mucho más tarde a Navarra. El invento nacionalista se mostró impasible ante todos los cambios de finales del siglo XIX: la secularización, el liberalismo y las migraciones.
Me ayudaré en lo que sigue de dos personas que conocen bien esta triste historia: José Antonio Zarzalejos y Jon Juaristi. Bien mirado, detrás del nacionalismo vasco ha estado siempre el supremacismo racial. Pero la historia del PNV, que ha logrado absorber toda la expresividad del nacionalismo hasta la irrupción de la banda terrorista ETA, es también un relato de traiciones.
El nacionalismo vasco es el linaje político más oportunista en la historia de España en los siglos XX y XXI. El PNV estuvo presente en todos los escenarios nacionales. En la Restauración (1876-1931), de la que obtuvo el mantenimiento del privilegio económico de los conciertos-, en la República, en el franquismo proteccionista y en la democracia de 1978. En ninguna de esas épocas el PNV adquirió un verdadero compromiso con el resto de España.
Dejemos para la historiografía la ilustración detallada sobre el oportunismo histórico del PNV y vayamos al aquí y ahora. Los nacionalistas vascos compadrearon con la violencia etarra hasta finales del siglo XX, desdeñaron la Constitución de 1978, pero se aferraron a los privilegios que les otorgó. Han conseguido, además, tener una buena prensa, y luego llegó el sanchismo, que les recibió cordialmente en 2018 tras la última traición del PNV a la derecha española.
En 1996 Xabier Arzalluz y José María Aznar llegaron a un acuerdo de investidura, pero en 1997 el PNV se echó en brazos de ETA y firmó con la banda el pacto de Estella. En 2016 votó contra la investidura de Rajoy y acordó con él los Presupuestos de 2018, días antes de respaldar su censura. Ahora se ha embarcado con Sánchez en una travesía de la que se recela cada día más en las bases del partido, preocupadas por la nueva dirección que congenia mal con las exigencias autóctonas de nombres vascos (Pradales Gil y Esteban Bravo) y que, además, le obliga a viajar con compañeros históricamente poco compatibles mientras observa a un sanchismo más próximo al abertzalismo radical de Otegi. La colaboración con el PSOE (otra cosa es el PSE, que desde que lo dirigió Patxi López se ha convertido en algo inútil) le está siendo rentable a Bildu.