Pedro Sánchez ante el espejo
«Sus fotos parecen el retrato de Dorian Gray. Pero Sánchez no ha vendido su alma al diablo, sino que nos ha vendido a todos los españoles para permanecer en el poder»

Ilustración de Alejandra Svriz.
Es habitual referirse a Pedro Sánchez como un narcisista, término que proviene de la psicología y que, a su vez, toma el concepto de un mito grecolatino. Narciso era un joven de gran belleza y todos los hombres y mujeres que lo veían caían rendidos a sus pies, pero él era incapaz de enamorarse de nadie. Tras desdeñar a la ninfa Eco, Némesis lo castigó y se enamoró de sí mismo al ver su imagen en el arroyo y, tras contemplarse absorto y ser incapaz de separarse de su reflejo, acabó arrojándose al agua y en el lugar donde estaba nació una hermosa flor: el narciso. Lo primero que cabe destacar de dicho mito es que no ve su imagen en un espejo, sino en el agua, porque durante gran parte de la historia los espejos han sido inaccesibles para la inmensa mayoría de los seres humanos.
Los primeros espejos eran de obsidiana pulida y más tarde de metal bruñido. Su proceso de elaboración era tan laborioso que los convertían en unos objetos carísimos que solo las personas más poderosas podían poseer. En el s. XIII se inventó el espejo de vidrio y cristal de roca, pero seguía siendo muy exclusivo y no fue hasta el s. XVI cuando empezó a usarse en los palacios. De hecho, en la serie Isabel, Fernando le regala un espejo a su esposa y ella lo desdeña por su conocido gusto por la austeridad. No hay ninguna documentación que acredite tal episodio, pero nos da una idea de lo poco usual que todavía eran en esa época, ya que no se popularizó hasta bien entrado el s. XIX.
Explico esto porque me parece importante entender que como especie no estábamos acostumbrados a ver nuestra propia imagen y que ahora no solo la vemos constantemente, sino que también podemos adecentarla con diferentes filtros y creo que eso tienen mucho que ver con los problemas de salud mental que afectan a una ingente cantidad de personas, sobre todo adolescentes.
Volviendo a Pedro Sánchez y su narcisismo, según el Manual de diagnóstico y estadística de trastornos mentales (DSM-5), una persona narcisista presenta los siguientes rasgos: sentido grandioso de la importancia con logros y talentos exagerados; fantasías de éxito ilimitado, poder y belleza; demanda excesiva de admiración, explotación de las relaciones interpersonales para fines propios; falta de empatía y comportamiento arrogante y engreído. Por supuesto, una no se puede dedicar a ir diagnosticando a nadie y mucho menos sin tener la formación para ello, pero, a simple vista, da la impresión de que Pedro Sánchez se ajusta bastante a esta caracterización. ¿Qué me dicen de sus conocidos «yo estoy bien», «si quieren ayuda, que la pidan» o «son las 5 y no he comido»? No parece un dechado de empatía, precisamente.
Pero hay otro aspecto que me interesa más en el tema del narcisismo y es el de las máscaras. Paradójicamente, esa persona que magnifica su grandiosidad es un ser vacío que no se gusta y necesita recurrir a las máscaras para mostrar una imagen mejorada. Y estaremos de acuerdo que todo, absolutamente todo en Sánchez, excepto su ambición desmedida, es máscara y falsedad. Pedro Sánchez se vendía a sí mismo como un hombre humilde y valiente capaz de enfrentarse al poder y que recorriendo España con un sencillo Peugeot logró conquistar la presidencia de su partido. La realidad es que él tenía un coche de alta gama y que el Peugeot era solo para las fotos porque viajaba en un monovolumen con chófer y que, por lo que parece, fue ganando primarias a golpe de amaños y pucherazos.
«Sánchez se nos presentó como el adalid del feminismo, pero lo cierto es que sus personas de confianza son unos puteros»
También se nos presentó como el adalid del feminismo, pero lo cierto es que sus personas de confianza son unos puteros que tratan a las mujeres como meros objetos y cuyas conversaciones hacen sonrojar a cualquiera por su ordinariez y su bajeza moral. Y, a todo esto, él mismo ha vivido gran parte de su vida adulta del lucrativo negocio del lenocinio de su familia política sobre la que pesan sentencias por su trato vejatorio e ilegal a mujeres inmigrantes, mientras se ha dedicado a llamar racista a todo el mundo y a montar una operación contra Nacho Cano por sus becarios mexicanos. ¿Y qué decir de su esposa? Crearon el relato de que era una ejecutiva con una brillante trayectoria académica cuando, en realidad, ha vivido siempre de los prostíbulos de papá y no tiene ni una mala licenciatura. Claro que tampoco Sánchez le va a la zaga con su tesis doctora plagiada. Como pueden ver, todo en él es máscara y falsedad y lo mismo Begoña, que ha llegado a encabezar manifestaciones feministas a favor de la abolición de la prostitución.
Cabe destacar que uno de los motivos del éxito de Pedro Sánchez ha sido su belleza, el conocido como efecto halo, es decir, ese sesgo cognitivo según el cual tendemos a valorar mejor a las personas que consideramos atractivas y eso puede influir en que le atribuyamos otras consideraciones positivas solo por su aspecto físico. De ahí que en publicidad se recurra mayoritariamente a personas guapas y solo hay que ver, por ejemplo, el exitazo de una marca de tejanos al escoger a la bellísima Sydney Sweeney como imagen frente a las fallidas campañas de la época de la «positividad corporal», un eufemismo para decir que las personas que protagonizan los anuncios no se corresponden con los cánones de belleza.
Es por eso que me pregunto cómo se sentirá el presidente del Gobierno en este momento. No solo han ido cayendo una a una todas las máscaras con las que había construido su imagen pública, sino que son frecuentes los comentarios sobre su aspecto desmejorado, su maquillaje y esas fotos que lejos de reflejar su antigua lozanía parecen el retrato de Dorian Gray. El problema es que Sánchez no ha vendido su alma al diablo, sino que nos ha vendido a todos los españoles para poder permanecer en el poder.