'Bermudismo' radical
«Ir con pantalón largo en verano es un ascetismo muy español, y muy de esos remilgados que creen que llevan inscrita en el espíritu la noción de la elegancia»

Bermudas. | Bexley
Llevar pantalón largo en verano es de botarates. Hablo de los hombres y en regiones calurosas. Yo mismo incurrí durante años, por simple inercia, en esa aberración. Hasta que un día volví al pantalón corto de la niñez y caminé ligero como entonces. Ir con pantalón largo en verano es como llevar las piernas enfundadas en plomo. Un ascetismo muy español, y muy de esos remilgados que consideran que llevan inscrita en el espíritu la noción de la elegancia. Autoproclamada convicción que no resiste que les echemos un vistazo.
Suelen ser los denostadores igualmente del glorioso mangacortismo camisil. Todo lo corto les agrede, no me extrañaría que porque tratan de suplir con la extensión de las prendas otras cortedades más perentorias. Una vez me salió una buena frase (algo, por otro lado, no escaso en mí) cuando, al darme cuenta de que me presenté a la cita con un amigo con camisa de manga corta, pantalón corto y chanclas, le dije: «¡Llevo todos los cortismos que puede llevar un hombre, y si lleva más, no es un hombre!». Aventuro que entre los larguistas de todo género hay más de un picha corta.
Ir con pantalón corto o bermudas (para mí es indistinta la denominación, lo que importa es que la pierna vaya en cueros) es ir haciendo un ballet delicioso por la ciudad, con un alivio que responde al principio estético (este sí lo es, y no los churriguerismos de los otros) de la ligereza. El bermudista va haciendo durante todo el verano, vaya por donde vaya, patinaje sobre fresco.
Las dos posiciones básicas del bermudista callejero son a) caminando o b) sentado. En la posición a), el movimiento alternativo de las piernas produce una remoción del aire de lo más higiénica, es un efecto de ventilador no circular sino en bucle, como una serpiente de viento que se va enredando y desenredando en una perfecta danza invisible. En la posición b) son las piernas las que, inmóviles, aguardan que la brisa se acople en ellas; o al menos, si no hay brisa, que no cause más estrago del imprescindible el calor. En ambas posiciones existe la quimérica posibilidad (no por quimérica menos posible) de que una transeuntesa nos avance una caricia.
«Mis piernas desarrollan con los días un rechazo textil que también se me instala en la cabeza»
Yo ahora en los veranos, como pueden comprender, no me pongo un pantalón largo ni loco. Mis piernas desarrollan con los días un rechazo textil que también se me instala en la cabeza. Confieso que no solo soy un bermudista práctico, ni solo un bermudista convencido, sino además un bermudista militante: ¡un bermudista radical! Cuando me cruzo con un pantalonlarguista, hago porque se note mi desprecio. Más de una vez el afectado se ha arremangado el pantalón por frenar mis disparos de criptonita.
Al amigo que se presenta en una cena con pantalón largo, lo siento mucho pero no le dirijo la palabra. La mera imaginación del calor asfixiante de sus piernas, abrasadas entre telas estólidas, resulta disruptiva. Aunque los amigotes pantaloncortistas no estamos exentos de peligro: más de una vez tendemos, bajo la discreta mesa, al roce de rodillas fraternal.
Hay algo hermoso al término del verano, cuando el frío picotea los tobillos: la vuelta al pantalón largo tras el estiaje. Para entonces su calorcillo de estufa se recibe como grato y nuestras piernas son otra vez las del niño: aquel niño que fuimos y sobre el que después de las vacaciones se cernía la amenaza escolar. Qué formalitos de repente con las piernas tapadas por entero, lo que nos inculcaba un propósito adulto durante el curso para volver a ser, en el verano siguiente, indómitos arapahoes.