El dedo por el mapa
«El viaje, en estos días airados, está en la habitación de cada uno, como en la obra llena de ironía de Xavier de Maistre, y de ahí, sí el resto del universo»

Un hombre recorre un mapa con su dedo. | Serhiy Hudak (Zuma Press)
Fue Ramón Gómez de la Serna (Madrid, 1888-Buenos Aires, 1963) quien describió uno de los viajes más fascinantes que cualquiera pueda realizar a lo largo de su vida. Una aventura que permite viajar en la infancia, que se recrea en la juventud, que adquiere la dimensión de fantástica en la madurez y a la que se vuelve, una y otra vez, cuando el atardecer de una vida, comienza a dar los primeros avisos: el viaje del dedo por el mapa. Recorrer, por ejemplo, la ruta del Transiberiano, de Moscú, o Praga, hasta Pekín, es un viaje que el dedo realiza, con sus paradas intermedias, y el regocijo de no depender de horarios. El tren, el dedo, parte cuando uno quiere y se detiene el tiempo indefinido que uno decida. El viaje del dedo por el mapa es uno de los más satisfactorios que uno pueda realizar a lo largo de su vida. Sólo depende de la voluntad de viajar y de un buen mapa. Lo demás queda para cada cual. Y allá él.
Hay otros viajes, en este mes de agosto, canícula cruel, que también pueden realizarse. Uno de ellos lo contó Xavier de Maistre (Chambéry, 1763-San Petersburgo, 1852) en Viajes alrededor de una habitación (1794, en español, la edición de Mármara 2021), la suya. En la que estaba recluido como arresto domiciliario después de ser condenado por un duelo, a todas luces ilegal –el duelo, no el arresto, claro. De Maistre era un personaje especial. Poseía uno de los dones que la naturaleza, o la experiencia, o el conocimiento o vaya usted a saber qué le habían otorgado: la más exquisita y delicada de las ironías.
Así que, ante la perspectiva de pasarse 42 días sin salir de aquellas cuatro o más paredes decidió, ya puestos, describir y reflexionar sobre tan pintoresca situación. Lo vio como una oportunidad no como un castigo y ahí comienza el manual de ironía que es todo el libro. Para empezar, cómo entiende el tiempo: «No es más que un castigo de la mente». Menudo castigo, si es así. Las páginas se llenan de observaciones variopintas, llenas de un placer tan morboso como desternillante. Comienza con la latitud geográfica de su habitación, para conocimiento del lector y continúa con la pormenorizada narración del dormitorio, del viaje desde éste al escritorio, de los cuadros que adornan, ilustran, embellecen las paredes, y la silla de posta. Puesto que lo suyo es un viaje.
Las observaciones son precisas, repletas de una gama que ennoblece la estancia y su vida: «El placer que uno encuentra viajando en su cuarto le guarda a uno de las envidias de los hombres; es independiente de la fortuna». Y uno, al leerlo descubre que cada cuarto, que cada habitación, que cada pasillo tiene una historia que contar. No hay los previsibles obstáculos de horarios, reservas, inconvenientes, equívocos, compañías desagradables, climas inhóspitos, porque desaparece el tiempo y el espacio. El espacio es solo uno, el más grande, el de la imaginación. Qué hace Alonso Quijano en el desván de su desvencijada mansión manchega sino viajar hacia los bosques mágicos de las novelas de caballerías. Muy cervantino, así, resulta de Maistre: «Que no se reproche el ser prolijo en los detalles, pues es propio de los viajeros». Y prolijo, vaya si lo es.
Como en cualquier viaje cuya duración supere los 30 días, y eso es viajar de verdad, hay alegría, tristeza, desánimos, ilusión, ímpetu, recuerdos, encuentros inesperados, una geografía que permite romper los límites convencionales de las fronteras: «¡Me han privado de recorrer la ciudad, un lugar concreto, pero me han dejado el universo entero!». Porque la clave de este viaje, de cualquier viaje, es uno mismo. Nada encontrarás nuevo, asombroso, distinto, que no lo lleves contigo, diría un poeta, por ejemplo, mediterráneo.
«La cuestión está en lo que uno lleva consigo: su memoria, el recuento de esa serie de epifanías que conforman una biografía»
De Maistre se mueve sin un itinerario fijado, otra de las claves de un gran viaje, no sabe dónde irá mañana, ni cómo y por qué: «No me gustaría por nada del mundo que se pensasen que he emprendido este viaje únicamente por no saber qué hacer, y forzado, de alguna manera, por las circunstancias: aseguro aquí, y lo juro por todas las personas que me son queridas, que tenía el propósito de emprenderlo mucho antes del suceso que me ha hecho perder mi libertad durante cuarenta y dos días. Este retiro forzado no ha sido sino una oportunidad para echar a andar más pronto».
Porque la cuestión, cuántas veces habrá de recordarse, está en lo que uno lleva consigo: su memoria, el recuento de esa serie de epifanías que conforman una biografía, los juegos de la imaginación, que como a Alonso Quijano, le permiten seguir como si tal cosa: «A buen seguro –me dije– que las paredes de mi cuarto no están tan profusamente decoradas como las de un salón de baile: el silencio de mi camarote en nada se parece al agradable ruido de la música y la danza; pero, entre los brillantes personajes que se encuentran en esas fiestas, los hay que se aburren más que yo, no cabe duda». Y no le cabe. Porque: «En fin, las percepciones del espíritu, las sensaciones del corazón, incluso los recuerdos de los sentidos, son para el hombre una fuente de placeres y felicidad. Que uno no se extrañe en absoluto de que el ruido que hacía Joannetti al golpear la cafetera contra el morrillo, y el aspecto que presentaba de repente la taza de leche, hayan dejado en mí una impresión tan viva y agradable».
La vida está en los detalles. Éstos no son tiempos para libros como el escrito por Xavier de Maistre, de ahí su profundo, su ameno, su incorregible interés. Volver al dedo por el mapa desde la habitación y recorrer miles de kilómetros en el pasillo de casa. Quien lo sintió lo sabe, como el viejo Edgardo (Juan Espantaleón) en esa película magistral de Rafael Gil, basada en otra genial pieza teatral de Enrique Jardiel Poncela, Eloísa está debajo de un almendro (1943), que todas las noches sin salir de su habitación, en homenaje al Ramón citado, tomaba el expreso del Norte y cumplía con cada una de las estaciones del trayecto. El viaje, en estos días airados, está en la habitación de cada uno, y de ahí, sí el resto del universo.