Hamás y el nazismo
«La admiración por el nazismo es algo muy extendido no solo entre Hamás y el resto de yihadistas; también entre los muchos islamistas o simplemente musulmanes»

Una persona pisa un papel con la imagen del primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, durante una protesta en apoyo a los palestinos. | Tom Nicholson (Reuters)
En mayo de 1947 vio la luz, en una revista literaria de Bucarest, una de las joyas de la literatura del Holocausto: el bellísimo poema Fuga de la muerte, obra del escritor judeo-europeo que por entonces llevaba el nombre de Paul Antschel y a quien el mundo acabaría conociendo como Paul Celan. Aunque traducido al rumano, el texto fue originariamente escrito en alemán, lengua materna del poeta, y en él, como en buena parte de su obra posterior, se evocaba lo ocurrido en los campos de la muerte nazis. El interés que el autor sintió por este tema no obedeció solo al hecho, suficiente de por sí, de haber nacido judío en la Europa de los años veinte. En su caso, además, hubo agravantes.
Celan se había salvado de milagro de acabar en uno de esos campos, pero no pudo impedir, en cambio, que sus padres fuesen deportados en 1942 ni, por tanto, que terminasen allí sus días: por agotamiento y tifus en el caso del padre; por un balazo en la nuca, en el de la madre. Informado de estos hechos por un pariente que había sobrevivido, tuvieron que pasar cuatro años para que pudiera convertirlos en materia de un texto con el que, además de desmentir el conocido aserto de Adorno sobre la imposibilidad de escribir poesía después de Auschwitz, nos legó uno de los poemas más bellos y de mayor significación moral del siglo XX. Es también uno de los más originales, puesto que el autor consiguió crear la ilusión (literaria) de que no era él, Celan, sino los propios asesinados quienes estaban contando lo vivido en las fábricas de la muerte en el momento mismo de vivirlo.
Les prestó, pues, su voz, y con ella hizo que los imaginarios protagonistas del poema abrieran el relato de los hechos con estos dos extraordinarios versos: «Negra leche del alba la bebemos de tarde/ la bebemos a mediodía de mañana la bebemos de noche». En ellos se aludía a la repugnante y oscura sopa (la misma de la que habló también Primo Levi en Si esto es un hombre) en la que consistía toda la alimentación que los destinados a morir recibían en aquel lugar. La imagen más impactante del poema era, con todo, la que seguía a estos versos: en ella un hombre que salía de «la casa» -y en quien había que reconocer por eso al comandante del campo- silbaba «a sus mastines» y «a sus judíos», a quienes luego ordenaba a gritos que cavasen «una fosa en la tierra» y también que cantasen y tocasen. Tal como informó Petre Solomon en su nota introductoria al poema, estos versos remitían asimismo a hechos reales y muy habituales en los campos de la muerte, donde –explicó- «se obligaba a un grupo de los allí prisioneros a cantar nostálgicas canciones mientras otros cavaban sus tumbas».
Traigo a colación este magistral poema de Celan por el parecido que guardan estas dos imágenes, la de la muerte por inanición y la de la fosa en la tierra, con las que la organización yihadista Hamás ha difundido de uno de los pocos rehenes del 7 de octubre que todavía sigue vivo, pero, según ellos mismos han querido mostrar al mundo, en estado de total sometimiento y en condiciones tan infamantes como las que acabo de evocar con la ayuda del poema de Celan.
«En una enigmática inversión de la realidad, solo atribuible al poder de la propaganda, es a Netanyahu a quien se viste de uniforme nazi»
Netanyahu, que puede tener muchos defectos, pero no desde luego el de la ignorancia sobre antisemitismo y nazismo (su padre fue especialista en la materia), ha destacado ya este asombroso parecido al denunciar que Hamás estaría matando de hambre a los rehenes igual que hicieron los nazis, es decir, de manera completamente intencionada. Pero a este paralelismo, completamente fundado, habría que añadir el que se deriva del motivo de la fosa, que, al igual que en el poema Fuga de la muerte, estaría siendo cavada por el mismo judío al que pretenden enterrar en ella.
Al difundir esta imagen, algo de lo que parecen haberse arrepentido pronto, los dirigentes de Hamás habrían puesto en evidencia no solo su catadura moral y lo perverso de su psicología -ese sadismo que se le ha reprochado desde algún medio de comunicación-, sino también y sobre todo su identidad ideológica. Lejos de ser la de un movimiento de liberación nacional, tal como sus aliados de la izquierda global han querido vendernos durante años, sería, como han defendido siempre los especialistas en la materia, la de una agresiva organización yihadista, regida por ideales muy similares a los que inspiraron hace un siglo a los nazis y muy capaz por eso de recurrir a sus mismas armas y procedimientos.
La admiración por el nazismo es, de hecho, algo muy extendido no solo entre Hamás y el resto de organizaciones yihadistas, sino también entre los muchos islamistas o simplemente musulmanes que han sido educados en el odio visceral a Israel y los judíos. Se trata, además, de una fascinación que nunca se ha tratado de ocultar, tal como ilustra
un insólito género periodístico y académico de gran predicamento en el mundo árabe musulmán: el de los discursos a favor y en defensa de Hitler.
Por poner un ejemplo de lo que digo, en 2001 un columnista habitual del periódico estatal egipcio Al-Akhbar no tuvo pudor alguno en escribir las siguientes y encendidas palabras de reconocimiento al responsable de la Shoah: «Gracias a Hitler, bendita sea su memoria, que en nombre de los palestinos se vengó por anticipado de los criminales más viles en la faz de la tierra». Tras ellas añadió que tenían, sin embargo, «una queja en contra de él porque su venganza no fue suficiente».
El siniestro fenómeno, que a día de hoy ha dejado de estar confinado en determinados países para convertirse en universal, explica los vivas a Hitler y los gritos de muerte a los judíos que han atronado en las calles de Europa durante los dos últimos años. Y a él se debe también que el presidente Macron haya tenido que suspender el programa de refugiados de Gaza tras descubrirse que una estudiante palestina, aceptada en el Instituto de Ciencias Políticas de Lille, había compartido en las redes una imagen de Hitler acompañada del siguiente y elocuente comentario: «Hitler: mata a los judíos de todas partes. No quiero un linaje judío en esta tierra».
Sin embargo, y por extraña paradoja, no son los palestinos y propalestinos que así piensan y se expresan, ni tampoco los yihadistas a los que apoyan, quienes a día de hoy son percibidos y valorados en medios políticos, de comunicación y en redes como nazis y genocidas. En una enigmática inversión de la realidad, solo atribuible al poder de la propaganda, es a Netanyahu a quien se viste de uniforme nazi, es el símbolo de la Estrella de David el que se asocia a la cruz gamada, y son Israel, el sionismo y los judíos los que son comparados con sus verdugos. Cien años después de que Paul Celan fuera un niño de la Bucovina que respondía al nombre de Antschel, en toda Europa -y, lo que es peor esta vez, en todo el mundo- parece haber prendido de nuevo la mecha de aquel inexplicable delirio colectivo en que consistió precisamente el nazismo.