El verano de la titulitis
«Hoy obtener un grado universitario no es garantía de nada. La devaluación de los estudios superiores ha hecho que la universidad deje de ser un ascensor social»

Ilustración de Alejandra Svriz.
En España, que un político deje su cargo por sus errores se ha convertido en algo casi tan inusual como ver el cometa Halley en el firmamento. Pues bien, este verano se ha obrado el milagro y ha venido acompañado incluso de un par de dimisiones más. El caso relativamente poco relevante de Noelia Núñez (no era, como suele decirse, una pieza de caza mayor para sus adversarios) ha hecho que salte la sorpresa en Las Gaunas: muchos políticos exageran o directamente mienten en sus currículums. Algunos elevan a máster universitario unos cursos de un par de horas, otros se atribuyen profesiones que nunca han ejercido y los más descarados se atreven incluso a falsificar físicamente sus diplomas universitarios. Sabiéndose incompetentes, un fraude para su electorado, el maquillaje es la única forma de tapar su cualidad de impostores.
Esta práctica se ha convertido en habitual, no solo entre nuestros representantes sino también en buena parte de nuestra sociedad. Claro que, gobernantes y gobernados no son sino un reflejo mutuo, y la falta de ejemplo por un lado y la falta de autoexigencia por otro tan solo incentivan que los vicios compartidos se retroalimenten. Hubo un tiempo en España en el que al menos, en la política, había una cierta «élite funcionarial» que contaba con el respaldo de haber superado una oposición. Hoy, la falsificación de títulos es sólo una forma de autojustificación y de tapar el hecho de que la inmensa mayoría de señorías no saben hacer la O con un canuto, pues su única trayectoria vital es la militancia en el partido desde los 18 años sin haber superado nunca una entrevista de trabajo o una prueba selectiva.
Por supuesto, el principio democrático nos obliga a respetar que cualquiera pueda ser político. Hay muchos trabajadores que, sin tener una licenciatura o grado universitario, conocen mucho mejor su sector que muchos egresados. Se puede decir incluso que muchos políticos, aun siendo verdaderamente titulados, son unos incompetentes. La cuestión es tener experiencia en un ámbito determinado y saber lo que se hace. Para ser buen político, en realidad basta con tener principios, ser capaz de convencer a la ciudadanía y ser competente a la hora de legislar y gobernar, aun si se requiere el apoyo de un equipo técnico. Por eso, es ridículo que los políticos falsifiquen su currículum para tapar su cargo de conciencia. Tener un título no es ya garantía de ser válido académica o profesionalmente.
Y, tal vez, esto es lo más grave de todo. Hoy obtener un grado universitario no es garantía de nada. La devaluación de los estudios superiores y su reconocimiento mediante la obtención de un título ha hecho que la universidad, especialmente la pública, deje de ser un ascensor social. España sufre una titulitis aguda, una verdadera inflación de títulos que, aunque aún mejoran algo las perspectivas laborales, valen más bien poco.
Actualmente, ni siquiera tener un doble grado y un máster es un seguro de vida. Y, así, cientos de miles de jóvenes que han dedicado lustros a estudiar ven cómo sus salarios son una nimiedad si se comparan con los ingresos obtenidos por diputados y senadores que lo único que han hecho ha sido lanzarse desde la tirolina de las juventudes del partido para aterrizar en el cargo público.
«La preparación hoy no se mide en títulos, sino en trayectorias personales que van más allá de las aulas»
Esto, por supuesto, es gasolina para el discurso populista del pueblo contra la élite. Aunque ningún partido está libre de impostores o inútiles entre sus filas, la sociedad percibe que son los partidos «del sistema», PP y PSOE, los que representan mejor a esa casta desconectada de la realidad. Y quien capitaliza el descontento principalmente es un Vox que hoy promete el mismo asalto a los cielos que en su día prometió Pablo Iglesias, cambiando, eso sí, el trasfondo ideológico. A las dos cabezas del bipartidismo debería preocuparles el auge de la derecha populista que su negligencia provoca. Al PSOE por supuestos principios y al PP por mero interés electoral.
Por su parte, la sociedad española debe exigir más y exigirse más. A todos los políticos, que sean personas honestas, útiles y preparadas, entendiendo que la preparación hoy no se mide en títulos, sino en trayectorias personales que van más allá de las aulas. A nosotros mismos debemos exigirnos un mayor umbral moral con nuestros representantes públicos, sí, pero también con nuestras propias acciones. Y, además, los jóvenes en específico hemos de exigirnos también una mayor ambición, y no conformarnos, cuando nuestras circunstancias vitales nos lo permitan, con ir a clase y aprobar. Es nuestro deber formarnos más allá de las aulas si queremos ser parte de una sociedad civil vibrante que impulse al país.
La responsabilidad de sacar adelante España empieza por nosotros, por los propios ciudadanos. La última exigencia que ha de hacerse, esta vez de nuevo en el plano de las instituciones, es una reforma profunda del sistema educativo. La educación debe volver a ser una herramienta de transformación social y económica, sin imposiciones ideológicas. La formación es clave a la hora de lograr un mercado laboral competitivo y de mejorar la productividad, sin duda una de nuestras grandes tareas pendientes. A su vez, la educación no debe dejar de ser nunca la mejor garantía del libre desarrollo de la personalidad y de la igualdad de oportunidades. Si este verano de titulitis sirviera al menos para que avanzásemos en estas líneas, sin duda el espectáculo habría merecido la pena.