The Objective
José Luis González Quirós

Modo electoral en el PP

«La responsabilidad del PP no es alcanzar el poder a cualquier precio, sino hacerlo sobre la base de un programa capaz de representar a una mayoría de españoles»

Opinión
Modo electoral en el PP

Ilustración de Alejandra Svriz.

Un poco antes de que el verano empezase a tender su manto playero sobre la actualidad y narcotizase de algún modo el tran-tran de la política, la dirección del PP anunció su propósito de poner al partido en el modo electoral. Se trata, sin duda, de un anuncio sorprendente porque no creo que nadie, ni dentro del PP ni fuera, se imagine que el PP, que en esto es un partido más, pueda no estar en algún momento en ese modo electoral. Yo lo único que he notado es que Feijóo está de vacaciones y Tellado aprovecha el descenso del nivel de las aguas de la reyerta para aparecer todos los días en las pantallas recordando las perversidades del sanchismo, debe imaginar que las calores hacen que nos olvidemos.

En teoría cabe reconocer que cualquier partido podría estar en modos distintos al electoral en ocasiones, por ejemplo, en modo reflexivo o estudioso, en modo debate interno o en modo apertura a la participación de sus militantes y simpatizantes. Ya digo que son modos teóricos, pero, en la práctica, se echan bastante en falta; por poner un ejemplo cualquiera llamaría la atención sobre el sonoro silencio del PP cuando Sánchez anunció que no creía necesaria tanta inversión en Defensa como la que el mismo aprobó en la cumbre de la OTAN, sí, esa, en la que se retrató tan esquinado.

Supongo que el PP no se había estudiado la asignatura y se abstuvo de meterse en un asunto tan delicado, convencido como está de que su victoria futura será fruto maduro de las perversiones de Sánchez sin que importe lo más mínimo la coherencia, la brillantez o la oportunidad de las propuestas que debiera defender el PP y no explica a nadie porque se quedarán para un «ya luego, si acaso…» Es el modelo Rajoy, llegar al poder y ya se verá lo que se hace, aunque en el caso de Rajoy pasó algo todavía más penoso, que sí había propuestas pero se olvidaron, si es que los ministros las habían leído, para hacer luego lo que se le ocurrió a Montoro con la disculpa de que la situación no era la que habían creído, y así pasó lo que pasó y el PP se dejó muy pronto unos millones de votos que todavía no han vuelto a respaldarlo.

En ese modo electoral pervertido lo que prima es decir lo que la gente que puede votarles desea oír, lo que desvirtúa por completo la esencia de la democracia entendida como una competición en la que los electores eligen entre alternativas de distinto significado político que compiten porque pueden ser discutidas en público atendiendo a razones. Ese es, al menos, el modelo ideal.

Bien es cierto que la conducta habitual de los partidos en España –y por desgracia ahora mismo también en otros lugares que gozan de tradiciones políticas muy admirables– no se rige conforme a esa norma elemental porque es habitual ocultar lo que se piensa hacer –cuando se piensa hacer algo, que no siempre es el caso–, y se opta por un modelo en el que los insultos, las caricaturas y la demagogia más desenfrenada ocupan el lugar que en algún momento estuvo reservado a la política decente.

«Únicamente la monarquía, los jueces y la guardia civil son capaces de mantener un mínimo de autonomía respecto del Gobierno»

En el caso español hay algo particularmente grave, y es que las instituciones de carácter independiente que debieran preservar el pluralismo y el respeto a la ley han sido tomadas al asalto y sin el menor rebozo por los partidos con lo que hemos llegado al momento actual, en el que casi únicamente la monarquía, los jueces y la guardia civil son capaces de mantener un mínimo de autonomía respecto a las consignas totalitarias del Gobierno.

Aunque es innegable la especialísima responsabilidad del PSOE en esta situación no cabe desconocer que el PP tampoco ha sabido estar siempre a la altura que le exigía su responsabilidad y su condición de fuerza política inspirada en el legado liberal-conservador. Lo que cabe esperar es que ese PP que ahora dice colocarse en modo electoral empiece a tener en cuenta que su responsabilidad esencial no es alcanzar el poder a cualquier precio, sino hacerlo sobre la base de un programa político capaz de representar a una amplia mayoría de españoles.

Perder las elecciones es un desastre, pero ganarlas sólo a expensas de los disparates ajenos debiera tenerse por un error de funestas consecuencias, por una especie de deshonor moral, además de suponer un lastre insoportable para el futuro del partido que así proceda. Eloy García ha escrito en El Confidencial muy recientemente que los partidos «carecen de proyectos para aplicar a la realidad y de afiliados ante los que responder, y solo aspiran a sobrevivir en su tarea como si fueran dignos profesionales que hacen de su menester un medio de vida honesto con apariencia de oficio respetable, cuando en verdad su conducta no es más que una expresión de la degradación que ha destruido el fin más noble de la política».

La Constitución establece en su título preliminar que la estructura interna de los partidos y su funcionamiento deberán ser democráticos y no se trata de una exigencia baladí o de mera retórica moralista. Cuando un partido no actúa conforme a esa norma se pone en modo electoral y convierte a sus afiliados en empleados y a sus electores en clientes lo que subvierte por completo la misión esencial del partido, la representación y la participación a la búsqueda de las mejores soluciones posibles a los abundantes problemas de la sociedad española que no pueden reducirse a decir que Sánchez es una desgracia cósmica, por mucho que lo sea.

«Los partidos se han convertido no en sistemas de participación y debate político, sino en falanges de adhesión inquebrantable»

Nos escandalizamos, con razón, de que el Congreso de los Diputados y el Senado se hayan visto jibarizados por los partidos, que su misión se haya reducido a votar sin rechistar lo que establece la cúpula partidaria, el caudillo de turno, pero esa degradación ha sido precedida de algo de lo que se habla menos: del hecho de que los partidos se hayan convertido no en sistemas de participación y debate político, sino en falanges de adhesión inquebrantable, con muy pocas excepciones. 

El caso del PSOE –que ha sido un partido esencial en el éxito inicial de la democracia del 78 y se ha visto reducido por la camarilla del Peugeot a un club de adoradores de un líder tramposo cuyas verdaderas intenciones, más allá de seguir usando el colchón de la Moncloa, se escapan a cualquier análisis razonable– debiera servir de serio aviso a un PP que no puede reducir su actividad al modo electoral, porque eso le hará incapaz de prestar a la sociedad española el servicio que cabe esperar de un partido serio, representativo y capaz de formular los ideales y las metas que satisfagan a los amplios sectores de la sociedad española que gustan de pensar por propia cuenta y sin las restricciones y dogmas de ninguna doctrina salvadora.

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