Lecciones de Hiroshima
«Dada la opacidad absoluta con que Sánchez presenta su política exterior, ésta solo puede entenderse por puro oportunismo de una política de imagen»

Ilustración de Alejandra Svriz.
Al cumplirse el 80 aniversario de los bombardeos atómicos sobre Hiroshima y Nagasaki, y de la consiguiente rendición japonesa, sigue abierto el debate entre quienes denuncian la enormidad del precio humano pagado por esa paz y los que recuerdan el coste, asimismo enorme, que hubiera tenido la conquista de Japón sin el mazazo de las dos bombas. A partir de entonces, el primer plano fue ocupado por la carrera nuclear entre las dos grandes potencias y sus repercusiones geoestratégicas en las décadas que siguieron.
Esa visión histórica, centrada en un conflicto dual de apariencia insuperable –capitalismo o comunismo–, y en la sombra de un previsible enfrentamiento, catastrófico para la humanidad, deja en la oscuridad el otro lado del espejo. Ciertamente, no resulta lícito ignorar el riesgo que implicaba tal amenaza, desde el protagonismo de dos bloques enfrentados, que además se vio reforzada con la proliferación de potencias nucleares, China en primer plano, susceptibles de provocar el incendio general.
Solo que, visto desde hoy, el balance no fue tan desastroso como cabía augurar en los comienzos de la guerra fría. A lo largo de casi medio siglo, hasta el desplome de la URSS, no solo faltó el temido enfrentamiento nuclear entre USA y URSS, sino que la conciencia del riesgo y el consiguiente respeto al arma nuclear del otro, dieron lugar a una prolongada estabilidad, o por lo menos a una estabilización relativa del núcleo de las relaciones de poder internacionales, extensible a conflictos secundarios.
En esa partida de ajedrez donde el sistema soviético estaba en posición de atacante, con Jruschov en el lugar de Stalin, cobrando nuevas piezas a favor del antiimperialismo. Cuba fue la más espectacular, y también la ocasión para mostrar como el riesgo nuclear actuaba como factor de retención al borde del abismo. Fue en la Crisis de los Misiles en 1962, y tanto Kennedy como Jruschov pagaron un alto precio por ello a título personal.
Con el paso del tiempo Hungría 56, Praga 68, Polonia 81 –esta vez mediante autogolpe–, fueron otras tantas pruebas de que Occidente admitía la doctrina Brezhnev, en virtud de la cual, la URSS podía recurrir al uso de la fuerza impunemente para mantener su esfera de dominio. Rusia y China intervinieron a su vez, haciendo fracasar la empresa bélica de los Estados Unidos en Vietnam, pero sin enfrentamiento directo. Los arsenales nucleares crecían; la guerra fría, entre tanto, era un prolongado ejercicio de contención recíproca. Culminado incluso con el idilio entre los componentes del ménage à trois, formado en los años 80 por Reagan, la Thatcher y Gorbachov.
«El fin del comunismo dio paso al sueño de una hegemonía duradera de los Estados Unidos»
El fin del comunismo, por hundimiento del bloque soviético y reconversión de China, dio paso al sueño de una hegemonía duradera de los Estados Unidos a escala mundial, de una unipolaridad asentada sobre el capitalismo y la democracia. Era el sueño del «nuevo siglo americano», elaborado por los think tanks del tiempo de George Bush Jr., cuya fragilidad quedó pronto demostrada por el inesperado impacto de un nuevo protagonista de la escena mundial: el yihadismo, el 11-S.
La revolución tecnológica socavaba al mismo tiempo los fundamentos de las sociedades industriales, cuyas estructuras sólidas del pasado sigo fueron sustituidas por un clima de permanente inseguridad, en la nueva modernidad líquida, estudiada por Zygmunt Baumann. Y a su modo, esa sustitución se proyectó también sobre las relaciones internacionales, con la entrada en juego de un nuevo aspirante a la hegemonía, la China de Xi Jinping, y a su lado el regreso del nacionalismo agresivo ruso, heredero del soviético.
Cobró forma así una nueva bipolaridad, imperfecta pero operativa en lo esencial –febrero de 2022–, que ha permitido la entrada en juego de otros actores, empezando por Turquía e India, con sus propias reivindicaciones que hubieran sido sofocadas en el marco de la bipolaridad anterior a 1989. Más la variable independiente, pluriforme pero siempre disruptiva –al Qaeda, Estado Islámico, Hamás– del yihadismo islámico.
La consecuencia es que el mundo, al faltar la estabilización de la guerra fría, se movió y se está moviendo de modo cada vez más rápido, hacia la guerra, en un cuadro de conflictos a dos niveles. El superior por la hegemonía mundial, paradójicamente ha entrado en erupción por un actor en principio secundario, la Rusia de Putin con la invasión de Ucrania. El inferior, con una sucesión de conflictos bélicos susceptibles de responder a iniciativas autónomas, activadas adecuándose a las demandas y las limitaciones de los protagonistas del primero.
«Ante cualquier irredentismo en espera de ser activado, una coyuntura internacional movediza puede crear la oportunidad para su éxito»
Un buen ejemplo fue la guerra en dos tiempos mediante la cual, en 2020 y 2023, Azerbaiyán ha ocupado Nagorno-Karabaj, imponiéndose en dos golpes a Armenia con ayuda de Turquía. Aprovechó, primero, el disparate de la orientación pro-americana del presidente armenio, que propició la neutralidad de Putin en la primera guerra, mientras Turquía amagaba con reivindicaciones a Grecia en el Egeo. Por fin, remató la faena al encontrarse Putin metido en la guerra de Ucrania, y necesitar la asistencia económica, tanto de azeríes como de Erdogan.
La lección es clara, pensando en otros escenarios de posibles conflictos, y de modo concreto en nuestros intereses. Ante cualquier irredentismo en espera de ser activado, una coyuntura internacional tan movediza como la presente, puede crear la ventana de oportunidad para su éxito, aun asumiendo altos riesgos, y más si la víctima se mantiene despreocupado como la gacela que en los documentales nunca se entera de la aproximación de un felino.
Más aún cuando Europa en sus dos vertientes, UE y OTAN, tropieza con crecientes dificultades, iniciadas en el orden económico con la inferioridad respecto de China, puestas al descubierto en el plano militar tras la invasión de Ucrania por Putin, y rematada con la segunda presidencia de Trump. Una situación muy compleja, favorable para las maniobras de desestabilización frente a las exigencias de una mayor contribución económica y de solidaridad a los miembros, así como de suma dificultad para valorar el comportamiento de la presidencia de la UE, enfrentada al ultimátum arancelario de Trump. Nuestra barrera de protección ofrece grietas por todas partes, y no solo por defectos propios.
Europa no forma parte de la agenda internacional de Trump, salvo como peón subordinado a su estrategia, menos errática de lo que exhiben otros planos de su actuación. Su concepción de la prioridad exclusiva de América le lleva a excluir toda consideración moral o humanista. El débil, que reviente. De ahí su apoyo absoluto a Israel contra Gaza e Irán, y su bronca a Zelenski, que se atreve a obstaculizar su acercamiento a Putin, dirigido a separarle –sin éxito– de Xi Jinping, el verdadero adversario. Y de ahí que se sucedan sus intentos de esgrimir su big stick, pero para imponer la paz, entre India y Pakistán, entre Tailandia y Camboya, o entre Azerbaiyán y Armenia, ayer mismo, enfrentamientos secundarios que podían enturbiar la situación. Segundos, fuera.
«De nada sirve atender solo al paleopacifismo anti-OTAN de sus aliados izquierdistas, si ello debilita la posición internacional de España»
En este escenario, la postura desafiante de Pedro Sánchez tiene mucho de suicida y refleja su ignorancia de las responsabilidades propias de un jefe de Gobierno, en la línea del gesto célebre de Zapatero. De nada sirve atender solo al paleopacifismo anti-OTAN de sus aliados izquierdistas, si ello debilita la posición internacional de España en un escenario ya de por sí muy complicado.
Dada la opacidad absoluta conque Sánchez presenta su política exterior, la misma solo puede ser entendida, bien porque dispone de una lámpara mágica como guía de sus incomprensibles decisiones, o porque estas reflejan el puro oportunismo de una política de imagen, instalada sobre un encefalograma mental plano. Lo más probable, con los datos a nuestra disposición. Excepción aparente: Gaza, donde tocó la tecla del progresismo y Netanyahu compensó sobradamente los deliberados errores de juicio iniciales, minusvalorando el 7-0.
Habida cuenta del antecedente citado de Nagorno-Karabaj, su política marroquí es un ejemplo clamoroso de ese dislate, culminado hasta ahora en el inexplicado asunto de la humillante concesión sobre el Sáhara. Y ayer mismo, ahí está el reciente episodio de la cancelación de la compra de los F-35, sustituidos por futuros cazas made in Europa, aparente respuesta para consumo interno a la exigencia de Trump, de que Europa le compre armas. Decimos aparente porque en estos gestos de Sánchez nunca se sabe si hay o no un gramo de realidad.
Pero lo estupendo es que adopte una posición de tal calado, si es que la adoptó, ignorando su incidencia sobre el conflicto latente entre España y Marruecos. En una palabra, renunciar a armarse y enfrentarse con Trump no es poca cosa, habida cuenta que nuestra relación con Rabat es bifronte. Vaya por delante que escribo desde una postura decididamente filomarroquí, siendo alguien que considera capital una relación de estrecha amistad entre ambos gobiernos y valora, y siente como propios, los progresos evidentes de ese pueblo, por contraste con otros países como Egipto. Tampoco cabe olvidar la inteligencia política del Rey (y del Majzem, su consejo asesor). Pero en sentido opuesto, reconozcamos que la reivindicación de Ceuta y Melilla es irrenunciable para Mohamed VI, tanto por sus sentimientos patrióticos como por el recuerdo de que el trono de su padre fue consolidado por la Marcha Verde.
«El presidente es un buen candidato al suicidio en política internacional. Lo malo es que es trata de nuestro suicidio»
Perejil tampoco fue una broma: el riesgo de guerra fue evitado gracias a la mediación de Colin Powell, y también por la clara superioridad del Ejército español en aquel momento. Y conforme se intensifica la crisis europea, mayores alicientes se dan para que a medio plazo, después de su éxito en la humillante cesión gratuita sobre el Sáhara, el movimiento se repita. Todo invita a ello, en un clima de afirmación progresiva del soft power de Rabat sobre Madrid. Botón de muestra: la Universidad de Córdoba acaba de establecer una cátedra patrocinada y bajo el control de un gobierno que como el marroquí rechaza la libertad de cátedra.
Algo que ahora no cabe olvidar, cuando Pedro Sánchez se desliza hacia esa nada de elección racional, que tanto le gusta, y sobre la cual asienta su autocracia. Solo tiene que secundar el pacifismo ciego de sus socios de izquierda, putinianos, de Yolanda a Santiago, frente a la OTAN que ni siquiera han aprendido la lección de Stalin sobre la necesidad de atender a la defensa militar de los intereses nacionales. Desarmémonos, pues, olvidando primero las exigencias del rearme europeo frente a Putin, y luego la necesidad de mantener una fuerza de disuasión para afrontar una eventual crisis futura con nuestro vecino del Sur. Trump tiene todas las razones para estar de su lado y confiar en él como aliado, a la vista del desafío tonto de Pedro Sánchez, que además juega a la amistad con China. El presidente es así un buen candidato en este tema a su suicidio en política internacional. Lo malo es que es trata de nuestro suicidio.
Última hora. Por lo que se ve, está dispuesto también a contribuir al suicidio de Ucrania. Ante la entrevista Trump-Putin, Zelenski está en su papel proclamando la intangibilidad de su territorio. Y héteme que Sánchez entra en escena, donde nadie le ha llamado y donde nada ha hecho hasta hoy, queriendo arrastrar a Europa a desestimar todo acuerdo entre los monstruos. Él no va a pagar la factura. Así que esperemos a que Putin devuelva Crimea, que nunca fue ucraniana hasta Jruschov, para que haya paz. Es decir, esperemos a que los rusos entren en Kiev. Sigamos provocando.
En tiempos de crisis como las actuales, para un país amenazado, siquiera levemente, más vale tener a Churchill que a Chamberlain. Siguiendo la misma línea de pensamiento, también cabe recordar que si llegaron las tragedias de Hiroshima y Nagasaki, fue por la delirante política guerrera del imperialismo japonés, culminada en Pearl-Harbour, y no solo por culpa del Enola Gay. Se cumple siempre la leyenda del capricho de Goya: Aquellos polvos…