The Objective
Francesc de Carreras

Problemas para los inmigrantes

«La inmigración sale barata. ‘Menas’ aparte, llegan ya formados, son mayoritariamente jóvenes, se dedican a los trabajos que rechazan los autóctonos»

Opinión
Problemas para los inmigrantes

Ilustración de Alejandra Svriz.

La inmigración es un problema en España. Sin duda. Pero sobre todo para los inmigrantes. 

En los inicios de este verano se han producido incidentes y altercados en Torre Pacheco y Jumilla, dos ciudades de la región de Murcia, que han puesto este problema sobre el tapete. Se ha escrito bastante sobre estos dos casos, no vamos a repetir lo ya dicho. Sólo algunas reflexiones al hilo de los mismos. 

España está históricamente preparada para entender cabalmente la cuestión: hemos sido un país de emigración exterior e interior. América Latina es un ejemplo, no sólo en un pasado lejano sino también durante fines de siglo XIX y la primera mitad del siglo XX. Cuba, Argentina, México, Venezuela, fueron el destino de muchos españoles. También en los países más desarrollados de Europa en los años cincuenta y sesenta: un millón y medio de españoles se fueron trabajar a Suiza, Francia, Alemania y Bélgica. 

Y sobre todo, en estos mismos años, la emigración interior –especialmente, hacia Cataluña, Madrid y País Vasco– fue muy intensa. En ciertos casos, doblaba la población autóctona. En Cataluña y País Vasco ya había empezado a fines del XIX, especialmente en Barcelona y Bilbao, esa fue una de las causas de los nacionalismos respectivos. ¿Fue un problema? Sin duda. ¿Se solucionó? Tarde y mal, pero se solucionó. 

Ahora estamos en otra etapa. No somos un país de emigración, ni externa ni interna. Somos un país de una inmigración acelerada: latinoamericana, de Europa del Este y norteafricana. Necesitamos a los inmigrantes porque nuestra natalidad es extremadamente baja y los inmigrantes producen riqueza al aportar la fuerza de trabajo que no ofrecen los autóctonos. Contrariamente a lo que se dice, la inmigración sale barata. «Menas» aparte, llegan ya formados, son mayoritariamente jóvenes, se dedican a los trabajos que rechazan los autóctonos. Económicamente son rentables y debemos agradecer que vengan a ayudarnos. 

«Lo que realmente quería decir Pujol era que había dos clases de ciudadanos por razón de su origen: los de ocho apellidos catalanes y los recién llegados»

Yo he pasado la mayor parte de mi vida en Cataluña y durante los cincuenta y sesenta del siglo pasado se decía de los inmigrantes provenientes de otras partes de España cosas muy parecidas de lo que hoy se dice de los inmigrantes extranjeros actuales: que nos quitan el trabajo y que vienen a desnaturalizar nuestra identidad. Los nacionalismos siempre son iguales, sea Vox, sea Convergència, sea el PNV. El cuento de la dichosa identidad nacional, una excusa como cualquier otra para afirmar que unos son los propietarios del territorio y otros los ciudadanos de segunda que deben estar sometidos a su voluntad. 

Hace años, a Jordi Pujol se le escapó decir la verdad de lo que realmente pensaba. La socialista Manuela de Madre, alcaldesa de Santa Coloma, una ciudad obrera fronteriza con Barcelona, era de origen andaluz y se mostraba siempre muy beligerante dentro de su partido para que éste no se desviara hacia posiciones nacionalistas. Como podemos imaginar, vista la realidad actual del PSC, su éxito fue perfectamente descriptible. Sin embargo, en sus campañas electorales siempre invitaba a Alfonso Guerra para que participara en el mitin final. No hay que decir que el éxito de Guerra era apabullante y Manuela salía elegida por goleada. 

En una polémica con Pujol, este argumentó con una frase reveladora: «Total, la señora De Madre hace cincuenta años que vive aquí, yo hace quinientos». Claro, uno se imaginaba a Pujol con la vestimenta de la época al lado de los Reyes Católicos recibiendo a Colón en las escaleras de la Plaza del Rey… Pero lo que realmente quería decir Pujol era que había dos clases de ciudadanos por razón de su origen: los de ocho apellidos catalanes y los recién llegados. Unos tenían muchos más derechos que los otros debido a su lugar de nacimiento: era una especie de privilegio feudal o aristocrático propio del Antiguo Régimen. Pero esto se aceptaba con naturalidad en la Cataluña pujolista, la que pactaba con el PSOE o el PP. 

En el fondo, se trataba de determinar si uno era catalán de verdad o no, este era el dilema, la ciudadanía no contaba. Y si no es catalán de origen, al menos que hable siempre en catalán: esta era la señal de que prestaba vasallaje a los catalanes de verdad, era el xarnego agradecido. Hace años que en Finlandia hay un partido de notable éxito, naturalmente antieuropeísta y xenófobo, que se llama «Los Verdaderos Finlandeses». Se presupone que los demás partidos son los «falsos finlandeses». Así de claro, para qué más rodeos. 

Por lo que he leído sobre los hechos de Torre Pacheco y Jumilla, la situación es parecida pero ahora la cuestión es la religión. Muchos inmigrantes son musulmanes, algunos de religión, otros de cultura. Si van aumentando, acabarán con nuestras tradiciones y costumbres, habrá más mezquitas que iglesias. Destruirán nuestra identidad nacional. ¡Qué desastre, Dios mío!

Las empresas catalanas y vascas necesitaban en su momento mano de obra –barata, por supuesto– para su pujante industria textil y metalúrgica, y recibían complacidos auxilio de la España agrícola en decadencia. Se beneficiaban de ella, por supuesto. Pero no eran catalanes y vascos de verdad, eran de segunda categoría. Había que obligarles a obedecer: que adoptaran las costumbres y tradiciones, en Cataluña sobre todo la lengua, del país «de acogida» para que se convencieran de que eran inferiores: los de los 500 años debían mandar sobre los de 50, era algo natural y lógico, aunque contrario a los principios de libertad, igualdad y democracia. Parece que ciertos partidos de Murcia –e incluso a nivel nacional– sostienen lo mismo.

Los obispos han acertado y han sido valientes, Vox se ha salido con la suya y dicen que con estas aberraciones ganan votos, aunque yo tenga mis dudas. El PP ha quedado en tierra de nadie, contradictorio y confuso, qué mal lo ha hecho. Los nacionalistas catalanes y vascos supongo que se frotan las manos y deben decir por lo bajinis: «Veis como tenemos razón». 

La peor parte se la han llevado los trabajadores inmigrantes, musulmanes o no, sometidos a los ciudadanos de primera, discriminados y vejados. Murcia me ha recordado a Cataluña. Son los inmigrantes quienes tienen problemas, no los autóctonos.

Publicidad