The Objective
Fernando R. Lafuente

Viajar en solitario

«La vida en estado puro y la manera de escuchar distinguen los libros de dos viajeras solitarias como Karin Muller –’Por el camino del Inca’– y Erika Fatland –’Himalaya’–»

Opinión
Viajar en solitario

Ilustración de Alejandra Svriz.

Como parece que esto del verano consiste en que el calor presente sus cartas credenciales con especial insistencia, desde los tiempos en que son tiempos, viajar se convierte en un aliciente no ya placentero, sino necesario. Salir de casa. Uno, alguna vez, escuchó en una taberna que «como fuera de casa en ningún sitio». Si tan curiosa afirmación la aplicamos al hecho de viajar cabría apuntar, por ejemplo: Mejor viajar solo que bien acompañado.

Hace apenas una semana en estas páginas se recordaba el memorable libro de Xavier de Maistre y su exaltación del viaje alrededor de una habitación. Ahora para animar a la peña lectora, todo lo contrario. A viajar. Y no a cualquier lugar. No. Al Este y al Oeste. Con dos viajeras solitarias: Karin Muller, Por el camino del Inca. Odisea de una mujer en el corazón de los Andes (National Geographic, 2001) y Erika Fatland, Himalaya. Un viaje a través de Pakistán, India, Bután, Nepal y China (Tusquets, 2022).

Para los buenos libros el tiempo transcurrido añade valor, regresar a ellos es descubrir en nuevas lecturas detalles (la vida es un transcurrir de detalles elevados, a veces, a categoría) que habían pasado inadvertidos. Entran a formar parte de la familia bibliográfica, al menos de la familia que uno lee. En ambos viajes, de Muller y Fatland, dos décadas los separan, aparece la vida en estado puro, no hay, ni por asomo, la menor intención de embellecimiento, aventurerismo anacrónico, ni protagonismo por parte de las autoras.

Sí hay, y cuanto se agradece, retornos, o recuerdos, memoria personal que se descubre al hilo del viaje. En ellos, se dan cita la miseria, los anhelos, las costumbres, las leyendas, los ritos, los deseos, los asombros y, más de las veces, la supervivencia de gentes y pueblos. Y, también, los momentos de fiesta, de discreta alegría, de celebración local, de tradiciones envaradas en el tiempo y en el presente, y, claro está, la búsqueda, o la construcción de un futuro que, sin lesionar las esencias de sus vidas y sus antepasados, permita las mínimas condiciones de bienestar.

Conviven los ritos ancestrales y el móvil, las festividades seculares con la antena parabólica. Ambos viajes presentan dos sentidos en su escritura. Uno, el descriptivo, físico, geográfico. Otro, el personal, porque no viaja la IA, viaja alguien, las cosas las contempla alguien, las conversaciones las mantiene alguien. La manera de escuchar (uno de los más relevantes valores de ambos libros) distingue a ambas viajeras solitarias. Karen Muller, suiza, pasó la infancia y la adolescencia en Estados Unidos, el Caribe y Australia, y después su vida son largos viajes por Asia y América del Sur, autora de libros y documentales.

«A quien busque experiencias fuertes, Muller tiene un catálogo que ofrecerles, y al tiempo, una profunda empatía con lo que se encuentra»

Erika Fatland, noruega, alcanzó notoriedad con Sovietistán (2019) y La frontera (2021), antropóloga y viajera solitaria. Muller consiguió una ayuda de National Geographic para realizar un viaje que comenzaba en Otavalo y Quito y concluía en Santiago de Chile. Cuando desde National Geographic le comunicaron que le habían concedido la subvención que solicitaba le preguntaron: «¿Cuándo viajará su equipo a Ecuador? ¿Equipo? Soy yo sola con una mochila. Y salgo en cualquier momento». Dibujó la «delgada línea roja en el mapa» y adelante: «El mapa es mi perdición. Cuando llega el momento de cambiar de casa, me subo de puntillas en la cama para desplegarlo del techo. Aliso con cuidado los bordes engrosados por varias capas de cinta adhesiva amarilleada y lo guardo plegado (…) cada vez que me acuesto por la noche dejo que mis pensamientos vagabundeen por esos caminos».

Del norte del subcontinente al sur. Menudo viaje. Ecuador, Perú, Bolivia, Argentina y Chile. Recorría el camino alto, porque no hubo un solo Camino del Inca, sino varios, y será bueno recordar el camino de postas español que recorría, como puede leerse en El Lazarillo de ciegos y caminantes desde Buenos Aires hasta Lima (1773) de Alonso Carrió de La Vandera (Gijón, 1715-Lima, 1783), comerciante asturiano, formidable libro de viajes, conocido como el Concolorcorvo (que era el apodo de su guía, Calixto Bustamante).

En el libro de Muller se suceden las situaciones insólitas y atrabiliarias, curaciones con una cobaya aporreando tu cabeza, manifestaciones huelguísticas en Quito, trenes por desfiladeros espeluznantes, danzas contra los malos espíritus, cara con manteca y alquitrán y cargar con un cerdo de 100 kilos, perderse en la selva boliviana y el oro, que los incas denominaban «el sudor del sol». A quien busque experiencias fuertes, Muller tiene un catálogo que ofrecerles, y al tiempo, una profunda empatía con lo que se encuentra. La clave de un viaje es escuchar. Atender. Comprender no significa aceptar, pero ayuda a moverse por el mundo.

«En Fatland, cada capítulo es una historia, es decir, una narración llena de vida y expectativas, de memoria y tensiones»

El libro de Fatland va, también, por ahí pero en el lejano oriente. Desde el juego político que enlaza unos países enredados en un damero implacable al champagne de las montañas, del Pequeño Tibet al Paraíso con toque de queda, del guardabosques misterioso a la felicidad nacional bruta, de la aglomeración en las cumbres al vuelo regular a Shangri-La, y el descubrimiento del reino de las mujeres. «Había visto opresión y ansias de libertad, pesimismo y optimismo, coacción religiosa y profunda devoción, intolerancia e iluminación, desesperación y éxtasis (…) ¡Hay tantas maneras de vivir!». Ya escribió Cervantes en el prólogo al Persiles: «Viajar hace a los hombres discretos». Y éste es el mayor bagaje del viajero. En Fatland, cada capítulo es una historia, es decir, una narración llena de vida y expectativas, de memoria y tensiones. Fatland consigue fundir la historia, la política, la sociedad, las leyendas y los mitos en unas páginas deslumbrantes.

Lo único que se le pide a un libro de viajes es que nos provoque la inmediata decisión de ir allí, de seguir la ruta ideada por, en nuestro caso, las autoras. Sumergirse en cada aldea, en cada personaje, en cada conversación y vivirla, nítida, plenamente. Es la feliz conjunción de paisaje y paisanaje, ir un punto más allá de la mera descripción geográfica, o paisajística, leer las piedras, vivir intensamente cada relato confesado, sugerido, soñado, inventado. Escuchar, atender, mirar y contar. Bután, Nepal, Tibet, India (Cachemira), China (Xingyiang), islamismo, hinduismo, budismo, todo en un conglomerado de gentes y vivencias que dejarán una huella indeleble en la autora y, por ello, en sus lectores. Qué más puede uno, como lector, que anhelar. Feliz canícula de agosto.

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