No es un Gobierno progresista
«En realidad, la derecha está gobernando hace mucho tiempo. No solo porque manden Puigdemont y el PNV, sino porque la política aplicada no es de izquierdas»

Ilustración de Alejandra Svriz.
Al comienzo del verano, Julio Anguita fue citado en la prensa en varias ocasiones. Sus palabras se interpretaron en uno u otro sentido. Hay siempre algo de utilización deshonesta cuando se recurre a alguien que ya no está vivo como argumento de autoridad o respaldo de nuestras propias ideas. No me parece adecuado.
Como también encuentro bastante oportunista que se organizase hace tres meses en Córdoba una mesa redonda para recordar cinco años de la muerte del que fuera alcalde de esa ciudad y que apareciesen como participantes en ella un representante de Esquerra Republicana y otro de Bildu, y además bajo el rótulo de En la misma orilla. No puedo, ni debo ni quiero, fantasear acerca de lo que hubiera podido decir Julio de ese acto. Sin embargo, me viene a la memoria lo que tuvo que batallar en su etapa de Coordinador de IU con Iniciativa por Cataluña Verdes, que, por lo menos entonces, estaban muy lejos de Esquerra, y con Ezker Batua-Izquierda Unida (EB-IU) que, por supuesto, no era Bildu.
Todo esto viene a cuento de que pretendo coger prestado un eslogan de Julio el de «programa, programa, programa». Mi disculpa radica en que la utilización de ese eslogan por su parte –más que eslogan, consigna– era tan reiterativa, que a menudo se le tomaba el pelo por ello y por lo tanto nadie podrá decir que falseo su relato. Lo del programa era una obsesión como contrapuesto a las siglas, y a ese creer y aceptar que todos estamos en la misma orilla.
Yo incluso dejaría atrás lo de programa para afincarme en los hechos. Los programas pueden incumplirse. De hecho, casi siempre se incumplen. Tan es así que el viejo profesor y alcalde de Madrid, con esa dosis de cinismo o más bien escepticismo que se gastaba, decía aquello de que en las campañas electorales los programas están hechos para no cumplirse.
El tema es antiguo. La Biblia ya lo consideraba. Concretamente en San Mateo, capítulo 7, Jesús previene a sus discípulos de los falsos profetas, que vienen vestidos de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces. «Por sus frutos los conoceréis». Es decir, por los hechos. «No todo el que dice Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de Dios».
«No valen las siglas, las etiquetas, las marcas, los nombres, los grupos, los partidos, los bandos, etc. Lo importante son los hechos»
No valen las siglas, las etiquetas, las marcas, los rótulos, los nombres, los grupos, los partidos, los bandos, las agrupaciones, etc. Lo importante son los hechos. Rufián, después de exigir a Sánchez que jurase y perjurase –lo que parece que, que según su mentalidad, es lo mismo–, ha afirmado que la izquierda es incompatible con la corrupción. La conclusión es lógica: su partido, a pesar del nombre, Esquerra, cuyos líderes han sido condenados en firme por malversación de fondos públicos, no pertenece a la izquierda.
Ante los llamativos escándalos de corrupción que están saliendo a la luz, el Gobierno y la mayoría de los partidos de la alianza Frankenstein intentan escudarse en lo importante que es el mantenimiento de un Gobierno progresista. Una vez más, los hechos no se adecúan a la etiqueta. ¿Cómo llamar progresista a un grupo en el que se encuentran Junts (Sucesora de CiU) y el PNV, dos formaciones políticas que a lo largo de los años han mantenido siempre las posturas más reaccionarias?
Illa ha llamado a movilizarse a la gente de izquierdas para «desmontar las mentiras de la derecha» y «trabajar para la España plural y diversa»: «Todos aquellos progresistas que puedan dar un paso al frente es el momento de que lo den». El exministro de los expertos inexistentes y de la ciencia imaginaria, aguijoneado por Sánchez, se ha lanzado al ruedo político, llamando a rebato a los progresistas, tan de izquierdas como él, que ha conseguido la presidencia de la Generalitat a condición de prometer desmantelar el sistema fiscal español, rompiendo la progresividad tributaria y la justicia interterritorial. De llevarse a cabo dicho plan, la regresión social y política en el Estado español sería enorme. No parece demasiado progresista. Hay que desmontar, sí, las mentiras de las derechas, de esa gran derecha que forman el PSC y los partidos independentistas.
De los miembros de Sumar –como son más bien restar–, no ha hablado uno solo, sino varios, pero todos vienen a decir lo mismo, que la corrupción resulta odiosa y que no se puede permitir, pero no quieren irse del Gobierno, así que lo que hay que hacer es resetear y tomar medidas contra la corrupción. Un poco tarde. Sobre todo, después de haber modificado el Código Penal para rebajar las penas de malversación, haber indultado a los corruptos, aprobado la ley de amnistía y no se sabe cuántas medidas más, todas ellas dirigidas a conceder algo tan progre como que se incremente más y más la desigualdad territorial.
«Ni Sánchez es de izquierdas ni su política económica y social ha sido nunca progresista»
Sánchez, ante los escándalos, no quiere dimitir ni convocar elecciones. Debe de sacrificarse por los ciudadanos. El país necesita este Gobierno progresista y, ya que no puede gobernar, dedica su tiempo libre a demostrarnos lo de izquierdas que es, y lo progresistas que son las medidas que está tomando.
Pero lo cierto es que los hechos, siempre los hechos, nos muestran que ni Sánchez es de izquierdas ni su política económica y social ha sido nunca progresista. Un Estado no puede ser liberal y democrático si no es social, pero tampoco puede ser social si no es democrático y de derecho. Difícilmente, por tanto, la política del Gobierno Frankenstein puede ser social cuando ha asumido el relato y las acciones de los partidos golpistas e independentistas.
Más bien se ha adecuado a los cánones más puramente populistas. Entre las enormes diferencias existentes entre una política socialdemócrata y una populista se encuentra la consideración o no del coste de oportunidad. La primera tiene conciencia de que todo tiene un precio, y asume que los recursos deben orientarse a los objetivos mejores. No basta con que sean buenos, sino que deben ser los óptimos. La política populista, por el contrario, ignora el coste de oportunidad, supone que todo es gratuito; en ella se adoptan las decisiones como si los recursos fuesen infinitos, atendiendo exclusivamente a la rentabilidad electoral.
El sanchismo, a la hora de adoptar medidas, lo ha hecho siempre con frivolidad y sin establecer su financiación, es decir, sin considerar la alternativa al gasto. Desde esta perspectiva, ¿quién va a estar en desacuerdo con las dádivas planteadas por el Gobierno? Se mueve en el reino de Jauja, allí donde ha desaparecido la necesidad y todo es posible. Es el mundo del populismo. Un conjunto de medidas heterogéneas sin conexión ni coherencia. Es curioso que cuando las anuncia su discurso se centra principalmente en alardear de los cuantiosos recursos que se van a emplear, sin mayor concreción, y sin indicar nunca cómo se van a financiar. Parece que el mérito político radicara en la relevancia de la cuantía. Bien es verdad que posteriormente resulta difícil comprobar si se han cumplido o no las previsiones.
«El empleo apenas ha crecido en estos años e igual ha ocurrido con los salarios reales»
El ingreso mínimo vital (IMV) puede considerarse un buen paradigma de lo afirmado. Una prestación que se configuró como una especie de impuesto negativo sobre la renta, totalmente inadecuada para la finalidad que se pretendía y las características de los teóricos beneficiarios. Se les obliga a presentar todos los años la declaración del impuesto sobre la renta, lo que ya es un contrasentido teniendo a quien va dirigida la prestación pero es que además a muchos de ellos se les exige reintegrar con dos ejercicios de desfase parte de la prestación, al haber recibido otro tipo de ingresos en años anteriores. Han sido muchas las voces privadas y públicas que han señalado el devenir caótico de esta ayuda social. A ello hay que añadir los enormes problemas de gestión que se han acumulado en la administración de la Seguridad Social, y del Servicio Público de Empleo. Todo made in Escrivá. Pobre Banco de España.
En cuanto a las pensiones, lo único que se ha hecho es mantener su poder adquisitivo. El Gobierno lo presenta como una gran conquista y como apoyo de su apología triunfalista, ha contado con la complicidad de algunos discursos detractores, de corte rabiosamente liberal, que afirman que la actualización de las pensiones constituye un gasto extraordinario e inasumible, olvidando que la inflación no solo incrementa los gastos, sino también y quizás en mayor medida los ingresos.
La política social no se limita a las prestaciones sociales, se asienta también, por ejemplo, en el mercado laboral, que en España está muy lejos de la versión idílica que plantea el Gobierno Frankenstein. El empleo, centrándonos en las horas trabajadas que es el indicador realmente significativo, apenas ha crecido en estos años e igual ha ocurrido con los salarios reales.
Por otra parte, difícilmente se puede presumir de la política social, si las medidas aplicadas en materia fiscal han sido más bien regresivas, incrementando la imposición indirecta y sin modificar los muchos defectos que existen actualmente en la progresividad del sistema, especialmente en los impuestos directos. Así lo explicaba con mayor detalle en mi último libro, Tierra quemada, y en el artículo publicado el 3 de diciembre del año pasado en este mismo periódico digital.
«La lista de espera en la atención especializada ha aumentado desde 2017 por término medio en toda España 21 días»
A todo lo anterior hay que añadir el enorme incremento experimentado desde que gobierna Sánchez en el precio de la vivienda. La sanidad ha seguido una evolución parecida. Deterioro que, al producirse más o menos en todas las autonomías, hay que atribuírselo al Gobierno central. La lista de espera en la atención especializada, por ejemplo, ha aumentado desde 2017 por término medio en toda España 21 días. Tampoco ha habido ningún adelanto en los índices de pobreza o exclusión social y nos cabe el dudoso honor de poseer la tasa de pobreza infantil (34,6%) más alta de toda la Unión Europea (24,2%), si excluimos a Bulgaria (35,1%).
En fin, todo este escenario no es para que Sánchez y sus adláteres intenten justificar la necesidad de permanecer en el Gobierno toda la legislatura, tampoco para que se amparen en palabras como progresistas, socialistas o de izquierdas, ni en siglas o partidos. Los hechos, que son lo importantes, los desmienten. Y eso fijándonos solo en la política social o en la situación del Estado de bienestar, no digamos si consideramos lo que ha ocurrido con el Estado de derecho, con el funcionamiento de la democracia o con la colonización de las instituciones. Resulta imposible pensar que cualquier otro gobierno pueda ser peor.
El razonamiento de Sánchez no tiene desperdicio. Ante los múltiples escándalos y casos de corrupción que lógicamente exigirían convocar elecciones generales, se niega a ello para que no gobierne la derecha. Tres conclusiones:
1. Confiesa que va a perder con toda seguridad las próximas elecciones. Es consciente, por tanto, de que no solo no cuenta con la mayoría parlamentaria, sino tampoco con la social. Y así y todo se niega a disolver las Cámaras.
2. Considera ilegítima la alternancia. La que llama derecha no puede ni debe gobernar.
3. En realidad, la derecha está gobernando hace mucho tiempo. No solo porque manden Puigdemont y el PNV, sino porque la política aplicada, por mucho que se enfunden unos y otros en las siglas, no es de izquierdas. Ya lo dice Rufián, la corrupción es incompatible con la izquierda. Lo es la corrupción económica, pero mucho más la corrupción de las instituciones.