The Objective
Manuel Pimentel

¿Desde cuándo navegamos?

«Tenemos evidencias arqueológicas de largas navegaciones en nuestra prehistoria que avalarían el poder marítimo de las culturas atlánticas durante el neolítico»

Opinión
¿Desde cuándo navegamos?

Petroglifos de la Edad del Bronce hallados en Backa (Suecia) que muestran embarcaciones y animales. | Wikimedia Commons

Tiempo de veraneo, de playa y mar. Para algunos, de navegación. Pero, ¿desde cuándo navegamos por nuestras costas? Pues fueron los fenicios hará unos 3.000 años, le responderán. Pues no es correcto. Navegábamos desde mucho antes, y nosotros sin saberlo.

Según el paradigma dominante, Ex Oriente Lux, la sabiduría y el conocimiento proceden de oriente. Egipcios y sumerios navegarían a vela desde hace 6.000 años. De ellos aprenderían los fenicios, expertos marinos, para traer la ciencia de marear hasta la antigua Iberia, pobres salvajes atrasados.

La arqueología desmiente ese paradigma. Las pinturas de Laja Alta, por ejemplo, un pequeño abrigo en Jimena de la Frontera, abrazado por densos alcornocales, muestra, con toda nitidez, una serie de embarcaciones a vela y remos. Las dataciones realizadas por la universidad de Granada las datan, al menos, con 6.000 años de antigüedad. Es decir, que naves avanzadas ya navegaban por las costas andaluzas en el neolítico, cuando se erigían enormes megalitos en el suroeste de la península, 3.000 años antes de que arribaran los fenicios.

Esas navegaciones prehistóricas han sido confirmadas en el sorprendente yacimiento de Valencina de la Concepción. Los ajuares encontrados en el dolmen de Montelirio, en Castilleja de Guzmán, incluyen piezas talladas sobre marfil de elefante africano y asiático, lo que necesariamente presupone navegaciones que unirían los dos extremos del Mediterráneo hará unos 5.000 años. La presencia en la tumba de piezas de ámbar siciliano también demuestra ese activo tráfico marítimo. ¿Por qué mantener entonces que fueron los fenicios los primeros navegantes cuando miles de años antes ya surcábamos el Mediterráneo?

La arqueología desvelará el secreto oculto de las primeras navegaciones. Pero mientras lo consigue, muchos observan con escepticismo esas navegaciones prehistóricas, a pesar de que las evidencias se acumulan. Muchos arqueólogos niegan el cruce del Estrecho de Gibraltar incluso a los neandertales, apenas unos 50.000 años atrás. Incluso, afirman, que nosotros, Homo sapiens sapiens iniciamos desde los Pirineos la colonización de la península. Sin embargo, es probable que, desde hace al menos un millón y medio de años –y ahí está Orce–, nuestros antecesores ya dispusieran de tecnología náutica suficiente como para navegar los escasos kilómetros que separan –o que unen– a África con Europa.

«Navegamos desde mucho antes de lo que pensábamos. Incluso especies anteriores a la nuestra ya lo consiguieron»

¿Nos puede ayudar en algo la arqueología para alumbrar la oscuridad de esas remotísimas navegaciones? Pues sí. Las excavaciones en el yacimiento paleoantropológico de Mata Menge, en la isla de Flores, Indonesia, descubrieron restos de Homo erectus con, al menos, 700.000 años de antigüedad, que tuvieron, necesariamente, que llegar a la isla de Flores a través del mar. Útiles tallados en piedra, con más de un millón de años de antigüedad, han sido encontrados, asimismo, en la isla indonesia de Sulawesi, lo que reafirma la existencia de navegaciones de esas cronologías. Algunos científicos postulan que pudo tratarse de hechos fortuitos, pero lo más normal es que lo hicieran en grupo y con barcas o balsas especialmente diseñadas para eso. Cada vez más voces autorizadas lo ven posible. Y los Homo erectus, de alguna forma, ya éramos nosotros.

Otros muchos descubrimientos reafirman la asombrosa antigüedad de la navegación. Por ejemplo, alcanzamos Australia hace 65.000 años tras atravesar las aguas del estrecho de Torres, una travesía de al menos 100 kilómetros en los tiempos de mayor bajada del mar, tal y como demuestran los restos descubiertos en el abrigo de Madjedbebe. Los yacimientos de la isla de Mindoro, en Filipinas y los de la isla de Timor-Leste, demuestran ocupación humana, y por tanto navegación, con más de 40.000 años de antigüedad. Navegamos desde mucho antes de lo que pensábamos. Incluso especies anteriores a la nuestra ya lo consiguieron. ¿Por qué extrañarse, entonces, de las navegaciones prehistóricas que nos afectan?

En el lago Brascciano, en las cercanías de Roma, se descubrió, sumergido, un espectacular yacimiento neolítico bautizado como La Marmotta. El lago se formó por un hundimiento súbito hará unos 8.000 años, que sorprendió y sumergió a una aldea neolítica. Fue excavado por arqueólogos subacuáticos. Encontraron abundante material arqueológico, entre los que destacan varias canoas, con un sorprendente estado de conservación y un diseño que parece actual a pesar de tener 8.000 años de antigüedad. Esas grandes canoas, ayudadas por unas pequeñas velas permitían navegaciones marítimas de cabotaje. De hecho, se han realizado viajes desde Italia hasta España con reproducciones de estas canoas, en un ejercicio práctico de arqueología experimental. 

Hace 6.000, las embarcaciones, al menos en el extremo occidental, habían evolucionado hasta diseños complejos que permitirían singladuras más extensas y navegaciones mar adentro, como nos muestra Laja Alta. ¿Quiénes fueron sus navegantes? ¿Atlantes, acaso? Fenicios, tartesios y cartagineses retomarían posteriormente las grandes navegaciones, herederos, de alguna manera, de un saber acumulado durante esos miles de años previos.

«En 1970, Thor Heyerdahl lograría atravesar el Atlántico en una travesía de 57 días, desde Marruecos a Barbados, en una balsa de papiro»

¿Desde cuándo cruzamos el Atlántico? ¿Cuándo se descubrió, en verdad, el continente al otro lado del océano? La historia oficial nos habla del famoso viaje de Colón, en 1492, anticipado por incursiones vikingas a Groenlandia y sus saltos esporádicos a la península de Labrador, en el actual Canadá. Pero, sin embargo, algunas voces creen que se consiguió desde fechas más remotas. Por ejemplo, José Orihuela, en Atlántida. La luz de Occidente, defiende la posibilidad de viajes transatlánticos en base a la afirmación de Platón de que los atlantes navegaban las islas del Atlántico, a través de las cuales alcanzaron el continente que cierra el océano por el otro lado. Pero, ¿realmente existía tecnología náutica en el calcolítico para lograr atravesar todo un océano?

Esa misma pregunta se la formuló el famoso Thor Heyerdahl. Quiso demostrar, en un principio, que las poblaciones precolombinas de Sudamérica colonizaron las islas de la Polinesia. Y para ello, tendrían que haber realizado una larga travesía en embarcaciones precarias. No le creyeron, y se dispuso a demostrarlo de la manera más convincente posible, realizando de nuevo la navegación en una balsa similar a la que pudieran haber usado aquellos remotos navegantes. Y, tras muchas dificultades, construyó con fibra de totora del lago Titikaka la balsa Kon Tiki. En 1947, tras una travesía de 101 días, logro arribar a la Polinesia partiendo de Perú. Más adelante, en 1970, lograría atravesar el Atlántico en una travesía de 57 días, desde Marruecos a Barbados, en una balsa de papiro bautizada como Ra II, tras el fracaso del previo intento con la Ra I. Quedaba pues demostrada la posibilidad de atravesar el Atlántico con tecnología náutica conocida desde, al menos, el paleolítico. Y si con el simple papiro era suficiente, ¿qué decir de las embarcaciones complejas, de vela y remo, representadas en Laja Alta y botadas en pleno neolítico?

Una autora singular, que merece ser reseñada, fue Luisa Isabel Álvarez de Toledo, duquesa de Medina Sidonia, popularmente conocida como la duquesa roja. Escribió África versus América, en el que postulaba viajes transatlánticos previos al de Colón. De hecho, pensaba que, al menos, desde época fenicia, se navegaba a través del océano. Hablaba con convicción y con la autoridad moral de haber estudiado los documentos antiguos que lo atestiguaban, algunos de los cuales se custodiaban en el gran archivo de la casa ducal.

De especial interés a estos efectos resulta la tesis defendida por Lucio Ruso en su obra La América olvidada. Contactos precolombinos ignorados y un error de Ptolomeo. Según el autor, Eratóstenes (siglo III a.C.) calculó las dimensiones de la tierra con una sorprendente precisión, estimando en unos 250.000 estadios la longitud de la circunferencia terrestre. Posteriormente, Ptolomeo, equivocadamente, la calculó en 180.000, haciendo el mundo más pequeño. Eratóstenes quedó olvidado y fueron los datos erróneos de Ptolomeo los que trascendieron. Así, Cristóbal Colón, siguiendo las mediciones de Ptolomeo creyó que las Islas Afortunadas a las que se referían los textos previos eran Canarias, cuando, en verdad, se referían a las Antillas Menores, que habrían sido visitadas en épocas prerromanas.

«Las talasocracias atlantes, tartésicas, fenicias y cartaginesas fueron sustituidas por un nuevo poder –Roma– cuyo foco era la tierra»

Pero, además de la tesis nuclear, Ruso también traslada el cambio de mirada y prioridades que significó la victoria romana sobre el mundo cartaginés y griego en el siglo II a.C. No solo supuso un cambio político, sino que, sobre todo, fue cultural. Las viejas talasocracias atlantes, tartésicas, fenicias y cartaginesas, volcadas al mar, fueron sustituidas por un nuevo poder cuyo foco era la tierra y la dominación territorial. Los conocimientos marítimos arcanos quedaron sepultados por el tiempo y el olvido. Roma no los necesitaba. Las navegaciones trasatlánticas quedaron olvidadas… salvo para los marineros gaditanos y algunos marroquíes.

Afortunadamente, el recuerdo de algunos de esos grandes periplos logró llegar hasta nosotros. Herodoto narra, sin creérsela demasiado, la primera circunvalación a África, realizada por marinos fenicios bajo el mandato del faraón egipcio Neco II, aquel que intentara excavar un canal para unir el mar Rojo con el Mediterráneo 2.500 años antes de que lo lograra Lesseps con el Canal de Suez. Las embarcaciones partieron del mar Rojo allá por el VII a.C. Para sorpresa general, los restos de la flota regresaron, casi tres años después, por la costa mediterránea. Habrían descubierto que África estaba rodeada de agua por todas sus partes, salvo la estrecha conexión con Asia.

En fuentes clásicas también descubrimos el periplo de Hannón, cuya flota cartaginesa, entre los siglos VII al IV a.C. costearía África, tras traspasar las Columnas de Hércules. Desde Lixus –actual Larache– surcarían costas desérticas para fondear en zonas selváticas donde se encontrarían con gorilas.

El marino cartaginés Himilcón navegó a lo largo de la costa Atlántica europea, para llegar hasta las islas británicas. Su periplo inspiró a obras clásicas como la Ora marítima del romano Avieno, sobre la que se basarían tanto Bonsor como Schulten es su infructuosa y apasionada búsqueda de la ciudad perdida de Tarteso.

En resumen, que tenemos evidencias arqueológicas e históricas de largas navegaciones en nuestra prehistoria y protohistoria, que podrían avalar el poder marítimo de las culturas atlánticas durante el neolítico/calcolítico. Incluso, podrían haber logrado atravesar el Atlántico, por más que nos siga sonando a anatema. Pero para que nuestra mirada cambie deben evolucionar algunos de los paradigmas que la condicionan. Y corresponde a la universidad y a sus científicos el dilucidar realidad, fantasía y mito a través del método científico. Mucha suerte en la tarea.

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