Por qué fracasará el Plan de Vivienda
«En Viena, Singapur y la España de los 60 la promoción estatal de viviendas tuvo éxito porque no coincidió con llegadas significativas de inmigrantes extranjeros»

Inmueble en construcción.
El problema de la vivienda, necesidad prioritaria para la vida de las personas que el mercado lleva doscientos años resolviendo mal en todos los rincones del mundo, sin excepción conocida, cuenta con tres ejemplos de solución a cargo del Estado, por lo demás muy diferentes entre sí, hacia los que muchos andan dirigiendo ahora la mirada en busca de inspiración. Me estoy refiriendo, y el lector acaso lo haya adivinado ya, a la muy socialista ciudad de Viena, a la muy hiperliberal y turbocapitalista isla de Singapur y, por último, a la muy franquista España de inicios de la década de los sesenta. He ahí tres precedentes paradigmáticos donde la intervención decidida de los poderes públicos logró poner fin a una angustiosa lacra colectiva, la del acceso prohibitivo a la vivienda para el grueso de la población, por la vía de sustituir en todo o en parte, según los casos, al sector privado como agente económico encargado de la provisión de ese bien básico.
En la ciudad de Viena, uno de los enclaves europeos con los niveles de vida -y de precios- más altos del continente, resulta imposible tomar una cerveza en cualquier bar por menos de cinco euros. Sin embargo, el alquiler mensual promedio de uno de los 400.000 pisos de propiedad municipal con los que ahora mismo cuenta el municipio (la mitad exacta del parque total de viviendas de la capital de Austria) se cuantificaba durante el ejercicio 2024 en 650 euros, el equivalente al arriendo de una habitación dentro de un piso compartido en muchas ofertas de Madrid o Barcelona publicadas en Idealista. Y con contratos de estancia por periodo indefinido, vitalicio.
¿Cómo se ha obrado semejante prodigio? Bueno, en esencia, es el resultado de un proceso de municipalización progresiva del suelo urbanizable cuya duración ya se extiende a lo largo de más de un siglo (el proyecto se puso en marcha en el año 1917). Singapur, por su parte, consiguió transitar del arquetípico chabolismo tercermundista que definía la estampa de la ciudad-Estado a principios de los sesenta, justo tras la independencia del país, a su imagen vanguardista actual, en poco más de una década.
Consumaron su milagro particular merced a la nacionalización del suelo, tan intensa como en Viena, junto con la promoción de más de un millón de viviendas sociales (nada que ver con el deprimente feísmo suburbial y desangelado de esas moles de cemento tan típicas de sus equivalentes occidentales). Se trata de inmuebles cuyo usufructo se cede durante 99 años, antes de retornar de nuevo al dominio estatal. Rasgo específico de Singapur, los derechos de uso de las viviendas de titularidad pública se pueden revender libremente a terceros, si bien el Estado vela para impedir que surja la especulación.
Un propósito, el de combatir el rentismo que hubiese empujado al alza los precios, que las autoridades implementan por la vía de fijar administrativamente los importes máximos a los que se pueden realizar esas operaciones de compra-venta entre los particulares. Y del modelo franquista, en fin, quizá lo único que cabría rememorar es que, al igual que los otros dos, su filosofía de fondo también se ubicaba en las antípodas de cualquier cosa parecida a la soberanía del mercado.
«Viena y Singapur ponen todos los obstáculos posibles a fin de excluir a los no autóctonos del acceso a las promociones públicas»
Hemos glosado de modo telegráfico tres historias de éxito, memorables las tres; no obstante, la variable oculta que permitió consumar su triunfo compartido todavía no ha sido mencionada. Y es que existió un factor común sin el que no se puede entender la radical eficacia de esas políticas. Porque ni en Viena ni en Singapur, huelga decir que mucho menos en la España de Franco, esas intervenciones volcadas en la promoción de viviendas coincidieron con arribadas significativas de flujos de inmigrantes extranjeros.
Al respecto, tanto Viena como Singapur se encargaron, y ya desde el principio, de poner todos los obstáculos legales y administrativos posibles a fin de excluir a los no autóctonos del acceso a las promociones públicas. Singapur materializa esa voluntad política por medio de gravar con impuestos leoninos a los foráneos que pretendan acceder al uso permanente de una vivienda en el país (los extranjeros deben abonar un impuesto especial equivalente al 30% del precio del inmueble).
La roja Viena, mucho más sibilina, establece en la letra pequeña de los reglamentos que regulan los arriendos que exclusivamente los aspirantes que posean nacionalidad europea podrán inscribirse en el proceso burocrático que conduce a la asignación final de los inmuebles municipales. Y en ninguno de los dos casos es xenofobia, solo se trata de frío y racional realismo. España se apresta a poner en marcha de modo inminente el mayor y más ambicioso programa de política estatal de vivienda desde mediados del siglo pasado. Fracasará. Y cualquiera que conozca los precedentes que lo inspiran tiene que saber por qué.