Democracia frígida frente a tiranía orgásmica
«Alguien está quemando la Transición, la democracia, las libertades, la Constitución, la Monarquía parlamentaria y tantos sacrificios que se quieren convertir en baldíos»

Ilustración de Alejandra Svriz.
El historiador Bertrand Patenaude, en su libro sobre Stalin, citado por Costica Bradatan en Elogio del fracaso, cuenta cómo una vez el dictador y asesino comunista confesó a sus permanentemente aterrados colaboradores más cercanos, que su mayor placer consistía en señalar al enemigo, prepararlo a conciencia, vengarse en todos los sentidos y echarse a dormir. ¿Habrá meditado esto mismo el hombre de La Mareta? ¿Querrá imitar a Tiberio prolongando su estancia en la isla de Lanzarote, como el emperador romano lo llevó a cabo en la isla de Capri? ¡Arde España! O, por lo visto, solo arde la España del PP, de la oposición. Y él ni se inmuta ni nos deleita con su lira como Nerón. Aquellos «culpables» eran los cristianos. Hoy lo son los fachoesféricos, los ajenos a su voluntad que son quienes, según él y sus esbirros periodísticos, aquellos que únicamente defienden la libertad de expresión para sí mismos y la censura neofranquista para los demás, se merecen todas las calamidades. Y como le dijo Petronio al incendiario de aquellos tiempos: «Suicidándome evitaré tus aterradores versos».
¿Ya únicamente nos queda el suicidio colectivo para enfrentarnos a los decretos-leyes, los ataques a la separación de poderes, o la insumisión humillante a ETA y al nacionalismo latrocínico catalán? Un suicidio masivo pero no total, pues hay muchos fanáticos en la fe de este Pedro, de esta piedra sobre la cual los de Puebla y los antidemócratas de todo el mundo quieren construir su propia iglesia. ¡Maravillosa Puebla! ¿En qué lugar de esta bella ciudad querrán construir el nuevo y adefésico Palmar de Troya? ¡Arde España! ¡Pero si ya se había inundado casi toda, pero si ya la peste había ejecutado a miles de españoles! ¿Quedará terreno virgen para dos años más?
La capacidad que tiene el presidente para sobrevivir a tantas y plurales catástrofes solo la tienen aquellos que las provocan. Y que no comparezca en ningún sitio porque todo lo que allí prometa jamás será cumplido. Yo he llegado a la conclusión de que Sánchez es un ejemplo calvinista de la predestinación. Calvino en su Institución de la religión cristiana, un libro atroz, explica que Dios ha predestinado a unos a la salvación; mientras que a otros a la destrucción. Como vamos viendo, el presidente estaría en el primer grupo, mientras al segundo perteneceríamos la mayoría de los españoles. Decretum horribile de Dios.
Cuando los feligreses se quejaban a Calvino porque Dios no les hacía caso a sus peticiones, éste, citando a San Pablo en Romanos 9-18-24, les respondía lo siguiente: «¿Quién eres tú para pedirle cuentas. Acaso el alfarero le da explicaciones a sus ánforas?». Al ser Sánchez su propio Dios no tiene por qué darle cuentas a nadie, excepto a esos mediocres idolillos pueblerinos que le bailan el agua.
Max Weber escribió que «toda criatura está separada de Dios por un abismo infranqueable y ante Él solo merece la muerte eterna, si Él no ha decidido otra cosa para la glorificación de su majestad». Él (Sánchez), siguiendo a Calvino (Dios), no está aquí por los ciudadanos, sino que nosotros estamos aquí por su deferencia. Los méritos individuales no valen para nada cuando se enfrentan a la corrupción política-económica-moral y ética de los suyos propios, incluso de su familia más allegada. Elegidos y réprobos. Afortunados y fracasados. A todos los necesita como vasallos. «¡No me basta con ganar, otros tienen que perder!», según Calvino. El sueño de Stalin, Hitler y tantos otros salvadores de la patria. Y los que pierden nunca son los suyos.
«Los fracasos políticos de este régimen neofranquista para Sánchez tienen un valor terapéutico. Fracasan los demás»
Los fracasos políticos de este régimen neofranquista (el INI, la prensa nacional del movimiento, la corrupción avalada, el aislacionismo internacional, la autarquía, el favorecimiento económico al Pais Vasco y a Cataluña que hizo el Caudillo y un largo etc) para Sánchez tienen un valor terapéutico. Fracasan los demás. Sánchez es la seducción misma. Al menos eso cree él. Ni siquiera arenga, ni racionaliza, ni emociona su rostro que, cargando con tantas mentiras, le ha cedido un poco. Pero una multitud comparte con él un goce colectivo aunque no diga ni una sola verdad. O quizás por eso.
Hace muy poco, en Sicilia, un político local me dijo que la única razón por la que nuestro presidente se mantenía en el poder era porque «Cummannari è megghiu ´ca futtiri» (en el dialecto isleño). Es decir, «mandar es mucho mejor que joder». Y sobre todo, pensé yo, si es a los enemigos. Además, por lo que vamos sabiendo, parece que tuvo una buena escuela. Cuando los diputados de este partido socialista se levantan de sus asientos para aplaudirle, están expresando un priapismo escatológico. A esta masa acrítica le dan lo mismo las frases trilladas, las mentiras o las conspiraciones que se inventan.
Popper escribió que la teoría conspirativa de la que son especialistas nuestros dos ministros Óscar, que hubieran sido antiguos Alféreces Provisionales y Jefes locales del Movimiento –ahora sanchista-, se inicia tras abandonar la idea de Dios. A Él se le podían echar todas las culpas sin obtener represalias. Y sin esa idea suprema, se cree en cualquier cosa, incluso en Sánchez. Hoy la mayoría de los líderes políticos carecen de moralidad y méritos. La secularización radical destruyó un marco referencial tradicional. La desaparición del mérito, de los valores, de la vergüenza, de la moral o la ética. Y el dinero quemó al espíritu.
La conducta política hoy debería estudiarse en los zoológicos. La democracia auténtica no hace grandes promesas. No seduce ni hechiza. Solo aspira a elevar la dignidad humana. La democracia es frígida a diferencia de los populismos. La democracia da mucho trabajo y pocos placeres. Tiene amigos respetuosos, pero no clientes. La autocracia va creando un ejército proveniente de aquella famélica legión, a base de ayudas. Y aún no hemos llegado a los piqueteros argentinos de la última «Evita».
«Nuestra democracia languidece en los prostíbulos. Nuestra democracia languidece con el pago a los proxenetas del nacionalismo»
Nuestra democracia languidece en el Palacio de los Deportes (sección lucha libre y boxeo) del Congreso. Nuestra democracia languidece en los prostíbulos. Nuestra democracia languidece en las cárceles. Nuestra democracia languidece con el pago a los proxenetas del nacionalismo. Nuestra democracia languidece en toda la ruta de Elcano. La tiranía es soberbia, altiva, violenta, chulesca. El amor del tirano a nuestra democracia es tóxico. La democracia ha cometido muchas insensateces. A Sánchez le gusta la democracia orgánica del franquismo y el sindicalismo vertical. ¿Y la Constitución? La democracia domesticó muchos de los peores instintos humanos, pero no supo extirparlos. En el Parlamento le dan todos los días cicuta a Sócrates.
La democracia, desde la antigua Grecia, es un ideal por el cual mueren unos y progresan otros, los corruptos. Con esa lista se incendian los campos, se destruyen vidas y haciendas. También nuestros animales. ¡Arde España! Pronto ya no habrá nada más que quemar o inundar. Ninguna hecatombe mejor al Dios de la herejía política. Fracasamos en la educación, fracasamos en enseñar bien el civismo. Y fracasamos, como en Francia durante de Revolución de fines del XVIII fracasó aquella Sociedad de Amigos de la Verdad. Alguien está quemando la Transición, la democracia, las libertades, la Constitución, la Monarquía parlamentaria y tantos y tantos sacrificios que se quieren ahora convertir en baldíos.
Nuestra democracia languidece entre la frigidez y la impotencia frente a una tiranía orgásmica. El poder puede saltarse las leyes sin que sea juzgado por golpista; mientras que la oposición hoy más que nunca debe ser la guardiana de la legitimidad democrática. La verdadera democracia es un ideal remoto. Siempre ha estado en un período de prueba. Si repasamos la Historia, casi todas han acabado en fracaso. Por esa senda vamos ya desde hace mucho tiempo. Y desandar el camino andado es muy difícil.
Sánchez hoy confía en su inmortalidad política. Y quienes se están beneficiando de su régimen (los nombres son del todo conocidos) le susurran al oído aquello que canta Trimalción en el Satiricón: «¡Ah, pobres de nosotros,/la humanidad no es nada!/Todos seremos esa nada/cuando el Orco nos haya tragado./¡Vivamos, pues, mientras nos vaya bien!». Y aquel esqueleto de plata sigue bailando encima de las mesas de los despachos.