El hotel y el conde, en tiempos del soviet
«Hay novelas que rompen fronteras, que te abren horizontes de belleza interior, solitaria y solidaria. ‘Un caballero en Moscú’, de Amor Towles, es una de ellas»

Ilustración de Alejandra Svriz.
Hay lecturas que agrandan la vida. Que la hacen más llevadera. Que te descubren personajes inventados con tanta fuerza, dignidad, humor y empatía que superan lo imaginado, lo conocido y lo soñado. Son pocos los escritores capaces de viajar al reino de las mentiras, de la ficción, para mostrar realidades con una potencia narrativa excepcional. Hay lecturas que te permiten, benditas sean, olvidar por un rato –y la vida es un rato– lo que pasa en la calle. Lecturas que te aíslan de la realidad para fortalecer esa mirada. Para querer vivir a cada instante. Será la historia que cuenta, serán los personajes que surgen de las palabras, será el ambiente descrito.
En medio de una de las más sangrientas dictaduras de la Historia, la soviética, Amor Towles (Boston, 1964, ya había enviado un aviso de su genialidad como escritor, La autopista Lincoln, 2022) con Un caballero en Moscú (Salamandra, 2025, traducción de Gemma Rovira Ortega), se marca una historia que si no fue real, lo merecía. Primero, porque advierte de una paradoja (ya escribió Bergamín que «la paradoja es un paracaídas del conocimiento») muy a tener en cuenta. En un régimen salvaje, dictatorial, asesino, que te degraden es un honor; que te humillen, una satisfacción; que te persigan, un título. Qué ocurre aquí. Todo y nada.
Al conde Aleksandr Ilich Rostov el régimen soviético recién instalado le condena el 21 de junio de 1922, a vivir lo que le resta de vida (y era mucha), en el fabuloso hotel Metropol de Moscú (uno ha estado allí en dos ocasiones y puede asegurar que era uno de los grandes hoteles del mundo). ¿Por qué tan atrabiliaria condena? Al conde le iban a enviar directamente al paredón (así lo expresa la sentencia firmada por V.A. Ignátov, M.S. Zakovski y A. N. Kósarev) porque «ahora representa una amenaza para los mismos ideales que antaño defendía». Y ¿qué ideales eran esos? los expresados en su poema prerrevolucionario ¿Qué ha sido de él?.
El poema le salva, pero la condena es irremisible: vivirá confinado en el hotel Metropol, como señala la sentencia: «regrese usted a ese hotel que tanto le gusta. Pero no se confunda: si vuelve a poner un pie fuera del Metropol, será ejecutado. Siguiente caso». Del poema el lector conocerá los versos del 1 al 19. Y podrá leer: «Esto es lo único que sé:/no se perdió entre las hojas de otoño de la Plaza de Pedro./No está entre las cenizas de los cubos de basura del Ateneo./Ni en las pagodas azules de vuestras bonitas chinoiseries./No está en las alforjas de Vronski;/ni en la primera estrofa del soneto XXX,/ni en el veintisiete rojo…»
El poema es de 1913. Sin duda, tiempos prerrevolucionarios. Y a partir de aquí, lo que viene. Una fiesta para el lector. Un viaje al interior del hotel, del régimen soviético y de un plantel de personajes memorables. El conde Rostov en esta novela se erige en uno de esos nombres que quedan en la memoria del lector con tanta fuerza, bondad y emoción como algunos de los grandes novelones del XIX y del XX. Sin más. El carácter de Rostov, en una alquimia sugestiva y fascinante de «palabras, palabras, palabras» (Hamlet, qué otra cosa si no es la literatura), cautiva por su humor, ironía inteligente, basada en la melancolía del tiempo de ayer, del tiempo que no volverá, de sobrevivir a cada instante, con una lozanía, vitalidad, desparpajo, solidaridad y filosofía dignas de alguien que está convencido de que vivir, incluso en el mayor de los horrores, es un don cuya consigna es no dar ni un momento por perdido, o vencido.
«Son cuatro décadas, de los primeros, y siniestros pasos de la mal llamada Revolución Rusa al ascenso de Kruschev»
La sutil manera de Towles de contarnos las miserias y el terror del régimen, al tiempo que maneja con maestría los tiempos –cuatro décadas se tirará el conde entre las exquisitas paredes del hotel, y describir la vida cotidiana, los objetos, las epifanías, las tensiones, las envidias, las ambiciones, los momentos de sensaciones auténticamente verdaderas del conde en su cautiverio–, hacen de esta novela que merezca ser conocida algo más, mucho más que la curiosa serie televisiva que se estrenó, con notable éxito. Sin embargo, que su éxito en la pantalla no oscurezca su mérito literario. Su notable éxito literario. Si uno tuviera que destacar, entre varios de los valores narrativos esta obra, no hay duda, elegiría, a distancia, el centón de personajes que entran y salen de sus maravillosas páginas.
Rostov como protagonista, Mishka, Andrei, Vasili, Marina, Yuri, Emile, Yaroslav, el Obispo, Audrius, Ósip Ivánovich Glébnikov (fascinante personaje, interlocutor de Rostov, excoronel del Ejército Rojo, funcionario del Partido y deslumbrado por la película Casablanca), Richard Vanderwhile y, de manera especial, relevante, con una emoción que ennoblece cada capítulo de la novela, tres mujeres: Nina, Anna y Sofía. Descubra el lector a cada uno de ellos. Descritos con una precisión y economía propia de los grandes narradores completan el universo personal de Rostov. Son cuatro décadas, de los primeros, y siniestros pasos de la mal llamada Revolución Rusa, a los juicios de Stalin, la Segunda Guerra Mundial, la Guerra Fría, la muerte de Stalin (qué maravilla cómo relata Towles el ascenso de Kruschev) y el final que ni por asomo uno revelará porque es un golpe de efecto a la altura de Lubitsch, Wilder o Donen o, para seguir en la vieja Rusia, Chejov.
Son 500 páginas, que más que leer se beben, de exaltación de la mejor vida, de la vida buena, de seres que si no existieron habría que inventarlos, y eso es lo que hace Towles, inventarlos para el lector. Regresemos al principio. Hay novelas que agrandan la vida, que rompen fronteras, que te abren horizontes de belleza interior, íntima, solitaria y solidaria. Ésta es una de ellas. Con lo que tenemos encima, y lo que vendrá, su lectura es un bien infinito, una gracia caída de la estantería de cualquier biblioteca o librería. Un bien que habrá que cuidar como oro en paño. En este paño de lágrimas que es la realidad de verdad que cada día, de este feroz verano, aguantamos, nadie lo dude, estoicamente.