The Objective
José Carlos Rodríguez

Muñoz Molina predica la pobreza

«Hay un motivo para la hipocresía desbordante de nuestros santones progresistas. Se puede resumir en: bastante hago yo con decirle a la gente lo que tiene que hacer»

Opinión
Muñoz Molina predica la pobreza

Ilustración de Alejandra Svriz.

Ha adquirido cierta relevancia la entrevista que le realizó recientemente el diario El País a Antonio Muñoz Molina, escritor, y español neoyorquino. «Si hay una salvación posible de este mundo es recuperar la idea de escasez». Ya sabe: los católicos siempre mirando por la salvación. 

Estas palabras se han interpretado dentro de una estricta moral progresista: haz lo que digo, no lo que hago. Así Daniel Rodríguez Herrera, que señala su dicho (tenemos el deber ético de vivir con menos) y su hecho (vive desahogadamente en tres ciudades y dos continentes, porque con un lugar no le da). 

Y no habría escrito este artículo si la entrevista no diera para más. Pero resulta harto interesante; su brevedad no lo desmiente. Por ejemplo, El País, que publica homilías a diario, nos quiere reconvenir ahora por tirar la comida. Le dedica toda una sección, El banquete del desperdicio, a esta admonición. Es aquí donde el periodista le pregunta a Muñoz Molina. 

Hay un motivo para la hipocresía desbordante de nuestros santones progresistas. Muñoz Molina lo conoce bien, y de hecho lo menciona. Se puede resumir en: bastante hago yo con decirle a la gente lo que tiene que hacer. Pero yo no pienso seguir mi consejo porque el cúmulo de desastres e injusticias es tal que mi comportamiento no va a tener impacto. Y reconoce que «ese es un argumento estupendo para no hacer nada». Él llama a la acción de todos, y se pone como ejemplo. 

Pero el ejemplo de Muñoz Molina nos debe dar igual. Lo más importante son las ideas que han empapado a toda una generación, y que se niegan a abandonar el espacio público. Vagan como zombis. Están muertas, y muy muertas, de las puñaladas que han recibido de décadas, siglos, de fracasos, y de las que le han asestado otras ideas mucho mejores. Pero ahí están. 

«Si por algo destaca la economía de mercado es por llevar los bienes allí donde se necesitan, y en la cantidad necesaria»

Por ejemplo, al capitalismo se le ha condenado por fas y por nefas; por ser cicatero y crear escasez de forma artificial, y por despilfarrar los bienes. Aquí, el diario-homilía, y el escritor, apuntan al despilfarro. Es una crítica completamente fuera de lugar; si por algo destaca la economía de mercado es por llevar los bienes allí donde se necesitan, y en la cantidad necesaria.

¿Hay desechos? Pues de nuevo los precios vienen al rescate. Esto lo sabía Karl Marx, a quien estos marxistas de segunda mano no han leído. Decía que la producción capitalista «se extiende a la utilización de excrecencias de producción y consumo» y que «los llamados desechos juegan un papel importante en casi todas las industrias». La prueba es que hay varias aplicaciones que le dan una segunda vida a las sobras de los restaurantes, algo de lo que no nos informa el especial de El País

Otra idea zombi es la de que vivimos en un mundo físicamente finito, y que la riqueza creciente no es sostenible. De nuevo Muñoz Molina: «Este mundo, tal como está ahora mismo, no puede durar. Hay un sistema económico que se basa en el crecimiento permanente y un entorno físico en el que los recursos son muy limitados». Lo que no tiene en cuenta es que, como decía Julian Simon, tenemos un recurso que es potencialmente ilimitado: el ingenio humano. Pese a que ingenio no le falta, lo que propone el escritor para salir de ese embrollo es consumir menos. No hay más salvación que volver a la escasez. Es decir, volver a la pobreza.

Ciertamente, los caminos del Señor son inescrutables. Si al comienzo de la entrevista se había valido de su siervo Muñoz Molina para hablarnos de la salvación, ahora le utiliza para predicar la pobreza. La caridad no, que eso atenta contra el progresismo. Pero la pobreza sí. La pobreza para el lector, claro. 

«¿Inspirará al lector a abandonar su trabajo y la vida azarosa de la ciudad para refugiarse en los Pirineos?»

Además de pobreza, nuestro hombre recomienda al lector un par de libros, claro. Uno de ellos es Walden, de Henry David Thoreau. El libro narra la vida del autor en una cabaña que construyó él mismo sobre un terreno que le cedió Ralph Waldo Emerson. Buscaba llevar una vida «espartana»; lo dice Thoreau en el libro. Buscaba despojarse de la carga de la civilización; sacudirse sus capas por medio del ascetismo, para encontrar un yo sin disfraces. La obra ha inspirado a otros autores, como B. F. Skinner, o Theodore Kaczynski. ¿Inspirará al lector a abandonar su trabajo y la vida azarosa de la ciudad para refugiarse en los Pirineos? Conmigo que no cuente. 

La otra referencia es aún mejor: Silent spring, Primavera silenciosa, de Rachel Carson. Es el epítome del ecologismo: un libro catastrofista, mentiroso y dañino. Es una diatriba contra el DDT, que en su momento era la mejor arma frente a la malaria. Carson dijo, sin base científica, que el DDT era cancerígeno. Apuntaba a unos datos que lo que demostraban era que el tabaco, no el DDT, era cancerígeno. Cinco partes por millón, decía, serían suficientes para crear todo tipo de fallos orgánicos. Pero hubo varios voluntarios que ingirieron 35 miligramos a diario durante dos años, sin efecto negativo alguno.

Los Estados Unidos prohibieron el uso de DDT en 1972 por el escándalo creado tras la publicación de Primavera silenciosa sólo diez años antes. La Academia Nacional de las Ciencias (Estados Unidos) concluyó, en 1965, que «en poco más de dos décadas, el DDT había evitado la muerte de 500 millones (de personas), que de otro modo habrían sido inevitables». La Organización Mundial de la Salud dijo en un informe que el DDT «había matado más insectos y salvado más vidas que ninguna otra sustancia». ¿Cuántos millones de vidas se han perdido por hacer caso a Rachel Carson? Dejamos a Muñoz Molina que dé la respuesta.

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