Ira y fuego
«Cuando todo ese humo se disipe, lo que quedará no será un país más próspero ni más justo, sino más pobre, más dividido, más irrelevante y, lo peor, más resentido»

Ilustración de Alejandra Svriz.
Pedro Sánchez reapareció tras días de silencio mientras los incendios devoraban montes y pueblos enteros. Interrumpió sus prolongadas vacaciones, un lujo fuera del alcance de la mayoría de españoles, apenas 24 horas. Llegó, dio una rueda de prensa delirante y regresó veloz a La Mareta. Su viaje relámpago no fue para coordinar brigadas, proporcionar medios o apoyar a los damnificados, sino para proponer solemne un «pacto de Estado» contra la llamada emergencia climática. Un salto de guion a la altura del inefable personaje: incapaz de proporcionar y organizar medios para sofocar fuegos concretos, se nos presenta erigido en comandante supremo en la batalla contra el apocalipsis planetario. Lo inmediato, lo urgente, lo tangible se desvanece como el humo, mientras Sánchez, el divino Sánchez, se eleva a los cielos de la abstracción, donde todo son discursos grandilocuentes y promesas para dentro de varias generaciones. El humo de los incendios convertido en retórica humeante.
Las tomaduras de pelo de Sánchez no son una singularidad exclusiva del personaje. La izquierda en general posee una habilidad muy peculiar: fracasar en lo mundano –sanidad colapsada, educación en retroceso, vivienda inaccesible, seguridad deteriorada– para, sin embargo, presentarse como campeona de las grandes causas universales. En lo concreto es una nulidad; en lo cósmico, infalible. Pura prestidigitación: mientras aseguran estar combatiendo al Mal con mayúsculas, la pésima gestión, los abusos de poder y la corrupción galopante quedan desdibujados como simples daños colaterales de una misión más elevada y trascendente. ¿Cómo te atreves a reprochar tan pequeñas miserias a quienes aseguran estar salvando al planeta? Este es el juego de espejos con el que la izquierda termina dando gato por liebre al ciudadano: le vende discursos sublimes mientras le proporciona una gestión catastrófica.
El resultado es una España atrapada en paradojas. La macroeconomía presume de cifras de trazo grueso en los foros internacionales, pero la microeconomía de Juan Español muestra otra realidad: salarios estancados desde hace décadas, clase media en vías de extinción, oportunidades que brillan por su ausencia. Los únicos que prosperan son los cortesanos del poder: contratistas y conseguidores bien relacionados, comunicadores obedientes, políticos sin oficio ni beneficio enchufados en puestos de responsabilidad, ex altos cargos reciclados en consejos de administración u organismos internacionales. El resto, como reses mansas, contempla desde los corrales cómo unos pocos señoritos (y señoritas, claro está) se reparten el botín en nombre de un futuro luminoso que nunca llega. Porque de eso se trata: que los crédulos corran en la rueda del ratón.
Un ejemplo de la justicia social que la izquierda consuma a menudo lo tenemos en Irene Montero. Excajera de supermercado reconvertida también en vendedora de humo, cobra del Parlamento Europeo 279.638 euros brutos anuales (cifra aproximada que contempla todos los conceptos posibles, aunque la cantidad real puede variar ligeramente según su actividad parlamentaria), mientras que el salario bruto medio de un ingeniero joven en España oscila entre 24.000 y 26.500 euros. Esto es un neto 19.356 (1.613 euros/mes en 12 pagas o 1.350 euros/mes en 14 pagas). Así se comprende mejor por qué la izquierda identifica al binomio mérito y esfuerzo como una trampa conservadora. Y también por qué aspira a reformar las matemáticas, con la perspectiva de género o lo que haga falta, para que dos más dos no sumen cuatro, sino lo que más convenga.
Lamentablemente, la factura sanchista no sólo se paga en casa, también se gira en el exterior. España, cuarta economía de Europa y con potencialidades para ascender, debería aspirar a ser actor decisivo en el tablero internacional. Sin embargo, cuando se discuten los grandes acuerdos de seguridad sobre Europa, nuestro presidente ni siquiera es invitado. No es Sánchez quien queda fuera, como algunos celebran; es España en su totalidad la que se ve marginada. Y esa irrelevancia, más allá del golpe al prestigio, conlleva consecuencias muy terrenales: inversiones que se desvían, proyectos que renuncian a establecerse en nuestro país, influencia política y comercial que se evapora. Así, la incompetencia global de este presidente acaba traduciéndose en menos bienestar para el españolito de a pie.
«Lo peor no es el aislamiento, sino las amistades peligrosas cultivadas por Sánchez y, más aún, por su mentor Zapatero»
Con todo, lo peor no es el aislamiento, sino las amistades peligrosas cultivadas por Sánchez y, más aún, por su mentor José Luis Rodríguez Zapatero. Venezuela, convertida en un narco Estado, es el mejor ejemplo. El llamado Cartel de los Soles –liderado, según el Departamento de Justicia de EEUU, por Nicolás Maduro y Diosdado Cabello– no es ya un rumor de la oposición, sino, según los propios tribunales, una organización criminal designada, con todas las letras, como grupo terrorista por Washington.
Los negocios de los amigos de Zapatero y Sánchez no se limitan a la cocaína, aunque exporten cientos de toneladas al año en alianza con los grupos disidentes de las FARC y el Cartel de Sinaloa; también trafican con armas, oro, coltán e incluso personas utilizando infraestructuras estatales, puertos y aeropuertos bajo control militar. Varios generales y ministros venezolanos han sido señalados en tribunales internacionales, y la conclusión es clara: en Caracas, el Estado y el cártel son lo mismo.
Que una parte de la izquierda española mire hacia otro lado, e incluso legitime y blanquee al régimen chavista, encaja perfectamente con esa bula hecha a su medida: quienes se arrogan la misión de redimir al mundo pueden permitirse las alianzas más obscenas y los negocios más turbios. La coartada es siempre la misma: el fin, indiscutiblemente supremo, justifica los medios por indecentes que sean. Y, si de paso se enriquecen ilícitamente, ¿qué más da?, ¿acaso tan elevados servicios no merecen una recompensa a la altura?
Así es como España, atada a alianzas indeseables por la gracia de un presidente y un expresidente indecentes, se hunde en una irrelevancia diplomática que pasa desapercibida para muchos, pero que erosiona poco a poco su posición en el concierto internacional, con consecuencias políticas, económicas y sociales incuantificables.
«Lo que arde no son sólo los montes, también se quema la credibilidad de un país»
Por más que nos parezcan pavorosos los incendios que vemos en los reportajes, lo que arde no son sólo los montes convertidos en bombas de relojería por el fanatismo climático –a menudo más negocio que fanatismo–, también se quema la credibilidad de un país que se ha ido convirtiendo en comparsa de proyectos tan siniestros como ajenos.
España se queda sin asiento en las grandes mesas, se arrima a regímenes indeseables y ve cómo su nivel de vida se estanca o retrocede mientras sus dirigentes juegan a salvar el mundo. Una tragicomedia humeante: humo en los pinares, humo en los discursos, humo en las relaciones internacionales… y cenizas en la sociedad. Cuando todo ese humo se disipe, lo que quedará no será un país más próspero ni más justo, sino más pobre, más dividido, más irrelevante y, lo peor, más resentido, más iracundo.