The Objective
Paulino Guerra

Réquiem por la España quemada

«En cuanto llegue septiembre se olvidarán las tierras calcinadas, los pactos de Estado y las promesas. La única prioridad gubernamental volverá a ser Cataluña»

Opinión
Réquiem por la España quemada

Un bombero en el incendio de Parafita, Galicia. | Violeta Santos Moura (Reuters)

Cada vez que las campanas de cualquier iglesia de la España despoblada tocan a muerto es otra baja que no se repone, otro viejo guerrero que abandona el frente, otra casa cerrada. También otra porción de campo que en unos pocos meses pasará a engrosar el botín de ese Ejército del Monte que ha puesto sitio a los pueblos y que en cualquier momento puede ser devorado por un incendio de grandes dimensiones.  

En agosto los pueblos reviven fugazmente. Es su mes. Se reabren temporalmente muchas viviendas, se escucha de nuevo el bullicio efímero de los hijos de los veraneantes que corren con las bicicletas y persiguen lagartijas, mientras sus padres y los renqueantes abuelos salen por la noche al fresco para embriagarse de nostalgia y concluir sin derecho a réplica que cualquier tiempo pasado fue mejor.

Pero todo eso es una fantasía pasajera. La verdad de los pequeños pueblos está en el otoño, en los días tristes y silentes del invierno. En cuanto deja de sonar Paquito el Chocolatero y se tira el último cohete de las fiestas, se internan en otro largo año de hibernación y soledad. Los niños desaparecen de repente como si fueran abducidos por el flautista de Hamelin, las puertas de las casas vuelven a sellarse como el féretro de un difunto y una calma luctuosa se apodera de la atmósfera de las calles vacías.

¿Qué por qué se están quemando tantos miles de hectáreas en la España despoblada? Pues en gran medida, por todo esto. Porque los hombres del campo, los agricultores y ganaderos que durante siglos se encargaron de evitar los incendios, cultivando o pastoreando el terreno, en su mayoría están muertos, han sido rendidos por la vejez o emigraron hace décadas.

Allí donde pastaban las ovejas, verdegaban las cebadas, maduraba la malvasía o se cultivaba el olivo, ahora reina una nueva dinastía de flora salvaje: escobas, piornos, jaras, tomillares, encinas, robles. Todo mezclado con hierba reseca y alta que cuando se prende, ya sea accidental o intencionadamente, es muy difícil de apagar. Ese es el paisaje habitual de la España rural más olvidada. Miles y miles de hectáreas en el que se entreveran el monte consolidado con el monte bajo y tierras de cultivo perdidas. Y en medio, pueblos cada vez más diminutos y con una población muy envejecida.

«Molezuelas de la Carballeda, el pueblo de Zamora que da nombre al mayor incendio de la historia de España, cuenta con 45 vecinos»

No es casualidad que la localidad zamorana de Molezuelas de la Carballeda, el pueblo que da nombre al mayor incendio de la historia de España, cuente ahora con tan solo 45 vecinos, cuando llegó a tener 675 habitantes en 1920. Ese mismo factor de despoblación explica que Zamora, que hace tanto solo tres años sufrió ya el devastador incendio de la Sierra de la Culebra, lleve de nuevo todo el mes de agosto en las portadas de los telediarios. Hay muchos zamoranos en Madrid, Cataluña o País Vasco, pero muy pocos viviendo en Zamora. Toda la provincia (166.926 habitantes en 2024), tiene menos población que Móstoles (214.000) o Alcorcón (171.000). La comparación con el pasado es aún más dolorosa porque a comienzos del siglo XX la provincia tenía 275.000 habitantes.

Pero la situación irá a peor. Estamos muy cerca de que llegue el apagón final para cientos de pueblos en todo el país. En Zamora, por ejemplo, la previsión es que la población caiga a los 111.000 habitantes en 2050 y que la mitad de sus pueblos tengan menos de 100 habitantes. Ahí y no en el cambio climático reside el problema, porque con una tropa compuesta únicamente de ancianos, no se puede ganar ninguna guerra, tampoco la del fuego. El drama es que detrás no viene casi nadie. No hay relevo. No hay brazos jóvenes, ni apenas proyectos ilusionantes.

Al contrario, según se quejan los que viven de continuo en los pueblos, todo son trabas. Les ahoga la burocracia. Están atados de pies y manos. El ecologismo, que nació como una ideología progresista, se ha transformado en una tiranía que les acosa y hostiga. Todo requiere permiso: podar una encina, cortar un zarzal o desbrozar las aguaderas de un camino. Los tratan como a presuntos delincuentes. Dicen que hasta los animales salvajes que les rodean gozan de más protección y derechos, cuando ellos son la auténtica especie en riesgo de extinción.

La realidad no tiene nada que ver con ese manual de frases hechas y remedios infalibles para situaciones de crisis que con tanto desahogo manejan los políticos sin vergüenza y sus opinadores mercenarios.  Se puede repetir mucho que los fuegos se apagan en invierno y que las ovejas son el mejor cuerpo de bomberos, pero no hay soluciones fáciles, porque ha crecido mucho la masa forestal. Hasta cierto punto se pueden limpiar algunas zonas del monte, hacer cortafuegos, desbrozar cada primavera el perímetro de los pueblos más amenazados, pero todo eso, además de costar un dinero que las comunidades autónomas más pobres no tienen, será insuficiente si no va a unido a un desarrollo económico y demográfico de esos territorios.

«A Sánchez le preocupa únicamente Carles Puigdemont y cómo sobrevive un año más sin Presupuestos»

Pero el Gobierno y su presidente, forzado a salir de su refugio climático por la presión mediática, están en otras cosas. Es manifiesta la tardanza y la desgana con la que ha visitado las zonas siniestradas y cómo ha evitado el contacto con la población afectada. A él le preocupa únicamente Carles Puigdemont y cómo sobrevive un año más sin Presupuestos. Por eso, su propuesta de pacto de Estado sobre «la emergencia climática» es el hueso que se le tira al perro para que se entretenga y deje de ladrar.

Además, es una película que hemos visto más veces. En cuanto llegue septiembre se olvidarán las tierras calcinadas, los pactos de Estado y las promesas apresuradas. La única prioridad gubernamental volverá a ser Cataluña. En la agenda ya está abrir el curso político con la condonación del 20% de su deuda, 17.000 millones de euros, en gran parte dilapidados en la aventura independentista y que darían para invertir mucho y fijar población en la España abandonada que se quema cada verano.

Publicidad