Incendios: dejad de vender humo
«El pueril intento del Gobierno de España de culpar al cambio climático de los incendios resulta tan sonrojante como vergonzoso»

Un voluntario realiza labores de extinción en un incendio. | EFE
Arde España y arde, sobre todo, nuestra paciencia. En apenas unos días hemos visto cómo el fuego se llevaba por delante centenares de miles de hectáreas, obligaba a miles de personas a abandonar sus casas, dejaba al menos cuatro fallecidos y un reguero de daños que ya roza los 600 millones de euros entre agricultura, ganadería e infraestructuras. Los mapas de humo cruzando provincias son la postal de un fracaso, otro más, del colectivismo estatal.
¿Cómo hemos llegado hasta aquí? Probablemente del mismo modo que hemos llegado a tener unos servicios ferroviarios tercermundistas: porque el estado ha decidido gastarse el dinero en otras cosas «más importantes». Si atendemos a la evolución en prevención de incendios, nos percataremos de manera inmediata que las inversiones han caído más de un 50% en los últimos 15 años. Esto, obviamente, es fruto de decisiones políticas de algunos que pensaron que era mejor intentar apagar los fuegos una vez iniciados que tratar de evitarlos. Sin embargo, apagar incendios no es lo mismo que impedirlos.
Y no es que antes los impidiera el estado, sino la gestión privada de las zonas comunales. La ganadería, la agricultura y el utilizar los bosques como un recurso. El estado también puso su parte, se sustituyó la gestión forestal —aburrida, de pico y pala, de desbroces y quemas prescritas— por el espectáculo anual de aviones y ruedas de prensa. Y hoy pagamos todos esa distopía: montes sin gestión, combustible acumulado, aldeas rodeadas de maleza y una temporada de riesgo cada vez más larga. Estudien cómo se gestiona la comarca de pinares en Soria y entenderán de lo que hablo.
Nos encontramos ante un nuevo ejemplo de fracaso en la lucha contra la «emergencia climática». El pueril intento del Gobierno de España de culpar al cambio climático de los incendios resulta tan sonrojante como vergonzoso. El calentamiento global influye, sin duda, en las consecuencias y virulencia de los incendios. Obviamente, un clima más cálido y seco agrava los incendios, los hace más rápidos y virulentos, pero el cambio climático no es el que enciende las cerillas.
¿Qué sería, entonces, lo más sensato? ¿Seguir sacrificando todo en el altar de los Objetivos de Desarrollo Sostenible o adaptarse a las nuevas realidades? ¿Seguir pensando que si reducimos las emisiones vamos a conseguir frenar esta imparable espiral o asumir la realidad profesionalizando los retenes con continuidad, ordenando las interfases urbano-forestales y haciendo prevención con presupuesto, contratos y responsabilidad? Pretender que el problema de los incendios se va a suavizar decretando leyes de emergencia climática es como creer que arreglando el termostato se apaga un fuego que surja en la cocina. Apostarlo todo a «parar el clima» mientras abandonamos el monte es la coartada perfecta para no gestionar nada.
La actitud del Gobierno de España merece mención aparte. Se nos repite que los medios están reforzados, que la flota aérea está «en máximos» y que la culpa es de la «climatología adversa». Permítanme que se lo traduzca: si todo va bien, fue mérito del Ministerio; si va mal, fue culpa del capitalismo salvaje que calienta el planeta. Un plan sin fisuras. Y en medio de todo esto, los trabajadores que apagan incendios dando vueltas en una noria administrativa con la única certeza de que el verano que viene estaremos hablando de lo mismo. Puro cinismo. Si queremos menos humo en agosto, en algún momento habrá que dejar de vender humo el resto del año.
«Si queremos menos humo en agosto, en algún momento habrá que dejar de vender humo el resto del año»
Conviene decir la verdad de manera contundente: la gran mayoría de los incendios son intencionados. Si no afrontamos con seriedad la causa humana seguiremos barriendo cenizas. Y sí, existe ese «efecto llamada» que nadie parece querer asumir. Estar 18 horas al día hablando de lo mismo en las televisiones espoleo a los psicópatas (porque eso es lo que son) que van al monte a meter fuego y admirar su obra en los titulares de los diarios. En mi opinión, es un enorme error convertir cada foco en una épica de prime time.
No quiero olvidarme del fracaso más rotundo al que hemos asistido estos días. El estado pidiéndole a ciudadanos que iban a perderlo todo que abandonaran sus hogares ante la inutilidad de las administraciones para hacer frente a los fuegos. Esos ciudadanos desobedeciendo al todopoderoso Estado y quedándose a defender su propiedad privada ha sido como un rayo de esperanza entre tanta escoria y podredumbre. Esos ciudadanos que, solos y sin medios, consiguieron apagar los incendios que tenían a las puertas mientras el estado con todos los medios que pagamos con nuestros impuestos, los había abandonado. David contra Goliat… y volvió a ganar David. Sigue habiendo esperanza.