The Objective
Marta Martín Llaguno

Política de luna negra

«Son esas mareas invisibles –pactos, medios, redes de poder, negocios que se enriquecen en la penumbra– las que deciden el rumbo del país»

Opinión
Política de luna negra

Ilustración de Alejandra Svriz.

Este sábado 23 el cielo nos regaló un fenómeno tan raro como invisible: la luna negra. No brilló. No iluminó. Nadie la subió a Instagram. Casi nadie reparó en ella. Pero ahí estuvo: con sus fuerzas, rigiendo mareas y relojes.

La luna negra no figura en manuales de astronomía. No es canónica ni oficial. Es un término popular para designar una distorsión: la segunda luna nueva en un mismo mes o la tercera en una estación que, excepcionalmente, tiene cuatro. Cuando la Luna se interpone entre la Tierra y el Sol y borra totalmente su rostro hasta desaparecer, la llaman negra. Invisible, pero no inocua. Altera mareas. Condiciona ritmos biológicos. Señala comienzos y finales de ciclo. Y trae consigo las noches más oscuras del año.

No sorprende que alimente mitologías. Se la asocia a lo iniciático, al poder en la sombra. Lovecraft la invocó como presagio de fuerzas siniestras. Astrólogos modernos la llaman Lilith: lo reprimido, lo que manda sin mostrarse.

La luna negra es metáfora perfecta de lo invisible que, sin exhibirse, gobierna la vida. Nuestras vidas.

Hace años que la política española orbita bajo una luna negra. No se explica de otro modo que, pese a los desmanes –traición a su partido amañando urnas; traición a sus votantes incumpliendo promesas; traición al país con amnistías e indultos; traición al Estado de derecho con ingeniería institucional–, pese a la corrupción que lo cerca y pese a su flagrante inutilidad como gestor (a Correos, trenes, incendios, apagones y demás me remito), Pedro Sánchez resista.

«La pregunta ya no es por qué sigue ahí este simulacro de Gobierno, sino para qué sigue ahí»

Ayer Sigma 2 publicaba que la valoración del presidente se hunde a un 3. En una democracia robusta, esa nota sería la lápida política de cualquiera. Aquí, en cambio, funciona como combustible de resistencia.

La pregunta ya no es por qué sigue ahí este simulacro de gobierno, este ejecutivo fake –la oposición y la sociedad civil deberían hacérselo mirar–. La pregunta es para qué sigue ahí.

Y la respuesta es todo menos romántica: podría haber intereses nacionales e internacionales que están ganando, y mucho, con este sindiós. Y que no piensan dejar de hacerlo. Porque todo indica que, pese a toda la ignominia, tenemos Sánchez para rato.

Alguien –¿por ejemplo, la oposición?– podría –debería, digo yo– seguir la pista del dinero embuchado por ciertos sectores y personajes en estos siete años. Sin ambages.

«El sanchismo no necesita proyectos. No necesita valores. No necesita principios»

Quizá entonces se entendería por qué, como la luna negra, este presidente que no brilló, no brilla ni brillará jamás, se mantiene incomprensiblemente en su puesto.

El sanchismo no necesita proyectos. No necesita valores. No necesita principios. Lo ha demostrado.

Le basta con engrasar y untar bien corrientes visibles, pero, sobre todo, invisibles.

Desde el origen, el poder de la banda se ha alimentado de lo oculto. Habitaciones paralelas en el Congreso. Pactos de madrugada en Bruselas y Waterloo. Geometrías variables con filoetarras. Asesores redactando titulares. Cabeceras dóciles insertando consignas. El BOE convertido en boletín de favores. La red clientelar que parasita empresas públicas y… puticlubs como ministerios paralelos.

Todo eso se sabe (algunos lo sabían hace mucho tiempo).  Y todo eso se tolera.

¿Para qué? Ahí está la clave.

«Sánchez ha aprendido a gobernar en penumbra. A nutrirse de corrientes subterráneas»

Sánchez ha aprendido a gobernar en penumbra. A nutrirse de corrientes subterráneas. A sostenerse en lo que no se ve. Un tablero entero condicionado desde la oscuridad. Ese ha sido desde el principio su secreto.

Los fuegos artificiales de la propaganda nos distraen. Pero son esas mareas invisibles –pactos, medios, redes de poder, negocios que se enriquecen en la penumbra– las que deciden el rumbo del país.

Lo más grave, lo más inquietante: todo apunta –oposición mediante– a que este sistema seguirá resistiendo.

La política española gobernada por lo que no se ve. Todo en orden.

Conviene recordar no obstante que, la luna negra, esa tenebrosa distorsión, trae la noche más oscura del año. Siempre.

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