Recomienda, que algo queda
«’Queridos miembros de la Junta’ de Julie Schumacher es la quinta esencia de este nuevo género. Quizá forme parte de ese distinguido club de las ‘novelas de campus’»

Ilustración de Alejandra Svriz.
Si hay un ámbito en donde la recomendación adquiere la forma de un género literario ése es, sin duda, el universitario. Cualquier profesor que se precie tiene una nómina de recomendados notable. No se trata de convertirlo en una competición, pero por ahí se anda. Recomendaciones de todo tipo y pelaje: becas, subvenciones, empleos, estancias en el extranjero, oposiciones, trabajos alejados de lo universitario y académico, todo vale, si la carta, el correo electrónico e, incluso, la encuesta telemática permite recorrer parte del camino hasta lo más preciado: un empleo.
Queridos miembros de la Junta (Pie de Zapa, 2024) de Julie Schumacher es la quinta esencia de este nuevo género. Quizá forme parte de ese distinguido club de las «novelas de campus». Quizá. Pero al leerlo uno apuesta a que de lo que sí forma parte es, sin duda, a un género tan caro, difícil y complejo como es la más desternillante ironía de la que una profesora de escritura creativa, como es Schumacher, nos invita a disfrutar, o mejor, a gozar. Son más de sesenta cartas de recomendación y tres formularios (magistral la reacción de quien los intenta rellenar).
¿Quién es el autor de las misivas? Una gran creación literaria. Memorable tipo. Atrabiliario, pendenciero, a la deriva –y cuando va a la deriva la felicidad para el lector es completa– y a mil años o dos mil de lo políticamente correcto, no deja títere con cabeza, ni siquiera cuando recomienda. El tipo en cuestión es el profesor de Escritura Creativa y Filología Inglesa, Jason T. Fitger, Universidad de Payne, una de tantas del imaginario, y no tan imaginario, universo académico norteamericano. Cada carta es un desafío al destinatario, un reto, una descarga, un lanzallamas conceptual y, sobre todo, una infinita y ácida provocación. La galería de gentes, o cargos, a los que van dirigidas es ya, sin más, un tratado de sociología académica y laboral. Si la vida fuera como la que contempla Fitger en las recomendaciones, sería para salir corriendo y no parar. Y el caso es que, sí, la vida académica tiene elevadas dosis de las que aplica Fitger en sus cartas.
No es broma, bastante broma es el libro ya, pero uno tiene que parar la lectura y descansar de la tormenta de risas que tal festín alimenta, es absolutamente recomendable. Tampoco se salva la escritura creativa (y aquí la autoironía de la autora es sublime) de la que hacen gala algunos de los alumnos recomendados. Nadie sabe si para favorecerles o hundirles. De todo hay. Por cierto, llegados hasta aquí ¿qué escritura no es creativa? Hasta los más cargantes textos burocráticos tienen su punto.
Schumacher lleva a cabo un auténtico y formidable, y delirante, manual de la recomendación. En las cartas, Fitger no se limita a la recomendación pura y dura, sino que aprovecha para contar a su víctima (es decir, el destinatario), según le venga en gana o le convenga, los males del Departamento, el acoso que sufren los heroicos profesores de Filología frente al auge (sobre todo presupuestario) de los colegas de Economía, ajustar las cuentas (entre otras, con su exmujer, también profesora de la misma Universidad provinciana), recordar favores pasados y pasar la minuta (académica o laboral) correspondiente y así hasta un final tan inesperado como perfecto.
«Invisible como el hilo de Chesterton, hay una trama, siga la trama el lector, es la del alumno Darren Browles y su desenlace»
La descripción y autopsia de la vida universitaria es brutal, pareciera como si para Schumacher exagerar sea la consigna para llegar a una narración de gentes, actitudes, ambientes y perspectivas más cercanas al esperpento valleinclanesco que al antiguo y recio vivir universitario. Hoy los espejos cóncavos del Callejón del Gato madrileño están en este tipo de Universidades (y no sólo en los maltrechos Estados Unidos actuales). Se ha relacionado a Fitger y sus cartas con otro de esos personajes que dejan huella, al menos para quien esto escribe, y que desde su descubrimiento te acompañan a lo largo de la vida. Sí, Fitger recuerda al Ignatius J. Reilly, de la incomparable novela La conjura de los necios.
Lo advertía, con enorme acierto, Fran G. Matute en El Cultural. La novela es epistolar, aunque las cartas sean en una sola dirección, se dirigen a un circo académico y laboral insustituible, si a uno le apuran, conmovedor. Porque poco ha debido de inventarse Schumacher para el catálogo social que presenta: Residencia Literaria, Wexler Foods, S.A., Facultad de Derecho de Paybe, Facultad de Gobierno y Asuntos Públicos de Field-Banny, Paintball Vengadores S.A., Agencia Literaria Hautman & Doyle, Oficina de Becas/Atención al estudiante, Facultad de Medicina, Guardería y Ludoteca Las Nannies de Annie, Soluciones ITech, Corporación Zentex, Comité de la Conferencia de Neologismos de la Universidad de Denwood… y así hasta las poco más de doscientas páginas.
Un festín literario, porque, además, invisible como el hilo de Chesterton, hay una trama, siga la trama el lector, es la del alumno Darren Browles y su desenlace. Cartas, recomendaciones, denuncias ante los recortes, decepción frente a una mediocre carrera literaria de Fitges que aparece y desparece como un Guadiana depresivo, autobiografía sincopada, venganzas y desaires. Al final, uno regresa a la sabiduría del gran Ramón (Gómez de la Serna) cuando ante el desbarajuste total recomendaba: «en la vida hay que ser un poco tonto, porque si no lo son sólo los demás y no te dejan nada». En esta novela, no te dejan ni respirar. Y eso, como sabemos, literariamente hablando, es mucho.