The Objective
Jasiel-Paris Álvarez

La culpa de los incendios la tiene Franco

«La Unión Europea, como buena sucesora de las fantasías nazis que es, anhela el ‘dauerwald’ que Hitler soñó establecer a través de Europa tras la guerra»

Opinión
La culpa de los incendios la tiene Franco

Ilustración de Alejandra Svriz.

La culpa de los incendios la tiene Franco –han llegado a decir estos días en la progresfera– porque inició la despoblación del mundo rural, porque no inauguró suficientes pantanos, o vaya usted a saber. También hay quien dice que la culpa es de Vox, por su discurso «negacionista» del cambio climático, o incluso de Trump como padre de todos los «negacionistas». Les ha faltado culpar a Rusia –país que, por cierto, nos vendió los mejores helicópteros contra incendios, que tenemos aparcados y cayéndose a piezas por unas absurdas sanciones supuestamente contra Moscú pero que parecen contra nosotros mismos–.

De Franco a Trump, en la España sanchista uno tiene permitido recorrer cualquier distancia cronológica o geográfica en busca de culpables, con tal de que no se nos ocurra –líbrenos Dios– mirar aquí arriba y pedirle responsabilidades al Gobierno. No tenemos un sistema presidencialista y nuestro estado es de autonomías, sí, por supuesto, pero de pronto da la impresión de que tengamos más bien una comuna anarco-confederal de cantones soberanos tipo Liechtenstein, donde exigir la mínima coordinación o iniciativa al ejecutivo central es impensable. Hace falta recordarles que dependen del gobierno de España las FyCSE y las FFAA (desplegadas en forma insuficiente), el transporte ferroviario (colapsado por completo sin ofrecer reembolsos ni alternativas de estancia o transporte), la aprobación de decretos leyes (desaprovechados para crear créditos especiales) o el modelo territorial de un país desigual y abandonado a las llamas (de esto hablaré al final).

El gobierno, por su parte, afirma que en todo momento ha dado a las comunidades autónomas más que lo mínimo, ¡se les ha dado todo! O, al menos, a las que lo hayan solicitado, según la infame doctrina del «si necesitan ayuda que la pidan». Lo raro es que, mientras el ejecutivo central saca pecho de haber colmado a las autonomías, a la vez se apresuran a solicitar los mecanismos y protocolos de asistencia europea, previstos para casos de insuficiencia estatal. ¿Íbamos largos o hemos ido cortos? Como esta contradicción hay otras tantas en el relato gubernamental, del que cabría esperar una mayor elaboración, en vista de que «relatar» parece su principal ocupación. 

Hay contradicciones morales, como aquella de hacer decenas de movimientos del muy contaminante Falcon para predicar de pueblo en pueblo la lucha contra el cambio climático generado por el hombre –por los hombres de por esos pueblos, concretamente, que ni separan bien el reciclaje ni cierran fuerte los grifos–. Otras son contradicciones lógicas: por un lado el «cambio climático» es una fuerza global, masiva y terrible, una realidad total sin vuelta atrás. ¡Pero! Por otro lado la solución que se vende a todos los problemas es que el PSOE convenza el PP de un «pacto de estado contra el cambio climático». ¿En serio todo este tiempo detener al titán mundial del calentamiento global dependía de unas firmas en un despacho de Madrid? ¿Se imaginan que Sánchez tuviese en su pluma el poder de salvar a los osos polares a la deriva en casquetes derretidos, pero solamente la reticencia partidista del PP lo haya estado impidiendo hasta ahora? ¿Será que frenar la tala del Amazonas o la tira de plásticos al océano lo ha estado bloqueando Feijoo cual Consejo General del Poder Judicial?

Pero la contradicción más delirante de todas es la que hay entre los culpabilizados por Moncloa (el negacionismo, las autonomías del PP, el pacto de estado verde) y la única queja que se escucha en los medios de comunicación cada vez que se le da la oportunidad de hablar a cualquier paisano de las zonas incendiadas. Todos, sin excepción, hablan de un modelo de país que ha dejado a España vaciada, sin industrias ni agricultura ni ganadería, sin infraestructuras ni servicios y en plena extinción por despoblación, de forma que durante el año nadie puede «limpiar» campos y bosques para prevenir que se incendien en verano. Porque es el ser humano el que hace del monte un jardín, muy al contrario del pensamiento mágico de las leyes europeas que quieren grandes espacios verdes protegidos del hombre. La Unión Europea, como buena sucesora de las fantasías nazis que es, anhela el «dauerwald» (continuidad de bosque como organismo vivo) que Hitler soñó establecer a través de Europa tras la guerra.

«No es una España ‘vacía’ así porque sí, sino ‘vaciada’ por la mala política»

Dicha despoblación y dicho desmantelamiento económico son los temas que sí exigen un «pacto de estado» del que nadie habla (salvo los «Teruel Existe», «Soria Ya» y demás movimientos de la España Vaciada). No es una España «vacía» así porque sí, sino «vaciada» por la mala política, igual que no es una España «que arde» sino una España que queman.

A España la queman a veces algunos pirómanos, en ocasiones por intereses de caza (esto lo cuenta la progresfera), en ocasiones para instalar negocios eólicos-solares (esto no lo cuenta la progresfera) y quizás ahora también para abrir minería de los recursos que nos quieren expoliar desde la OTAN y la UE (esto no lo cuenta ni la progresfera ni la fachosfera). Pero sean quienes sean estos pirómanos particulares mechero en mano, los verdaderos pirómanos están en la clase política, decreto en mano. Lo contaba entre lágrimas un paisano mío –se nos quemaron los puebliños entre Lugo y Ourense–: el fuego le ha dado el golpe de gracia a esta aldea, pero previamente la había asesinado ya el abandono político de los partidos urbano-centristas y el abandono económico del capitalismo.

Y con esa España se pretende quemar también una forma de propiedad y un modo de vida que iba más allá de lo público y lo privado, del Estado y de las multinacionales: el orden comunal, donde los vecinos se turnaban en las tareas (desde la quema de rastrojos hasta el pastoreo) como copropietarios y corresponsables de sus pueblos. Este era el espíritu de una España antiquísima, que disgustó en el siglo XX tanto a los comunistas españoles como a los fascistas nacionales de una y otra trinchera, pero que animó tanto a los anarquistas ibéricos como a los carlistas hispanos de una y otra trinchera. Este espíritu de pueblo que se ha de salvar a sí mismo (porque ni los funcionarios ni los empresarios lo harán), está renaciendo. Desde la dana –«sols el poble salva al poble», escrito en barro en cada pared– hasta la actual ola de incendios, con los vecinos autoorganizándose casi en soledad para salvar lo poco que tienen. Esperemos que, al menos, de entre estas llamas resurja como el ave fénix aquella fuerza vieja y eterna.

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