Un Gobierno que ayuda en casa
«Hitos de la wikiquote monclovita como ‘Si quieren ayuda, que la pidan’ o ‘En CyL está calentita la cosa’ denotan una indiferencia militante respecto a los españoles»

Ilustración de Alejandra Svriz.
Sánchez tiene a España por una infrarrealidad que no merece sus desvelos, por un atolladero indigno de su solicitud. Por un marrón. Hitos de la wikiquote monclovita como «Si quieren ayuda, que la pidan» o «En CyL está calentita la cosa» denotan una indiferencia militante respecto a los españoles, progresistamente segregados de una agenda en la que sólo caben gallegos, manchegos, murcianos… Es esa parcelación la que faculta a subalternos como Puente y Bolaños a reclamar la atención de la prensa para puntuar la actuación de las administraciones autonómicas; los responsables del desastre, en efecto, transfigurados en mejides de ocasión.
A vuelo de tuit, no hay problema nacional que no tienda a disiparse en la bruma competencial, al punto de que el Community Alfa se permite evacuar el siguiente zasca: «Si un presidente autonómico de mi partido estuviera de farra mientras el pueblo se ahoga, o mientras su territorio se quema, sería cesado de manera automática». Sin reparar, o acaso agarrándoselos como hiciera Rubiales, en que su jefe, el abajofirmante de los sucesivos estados de alarma en tiempo de pandemia, no suspendió su «farra» hasta una semana después de que se declararan los incendios. (Lo cual no obsta para repudiar la prescripción populista por la que los gobernantes deben acudir, disfrazados de bombero, a su pirocúmulo de proximidad, una teatralización que nada tiene que ver con la provisión de soluciones. A menudo olvidamos que Schröder, en 2002, no sólo se calzó unas botas de agua; también drenó el arrebato de los damnificados repartiendo miles de millones de euros en indemnizaciones.)
Los vaivenes de las CCAA, esa pulsión declarativa por la que ora dispongo de suficientes recursos, ora clamo para que me envíen más efectivos, no puede eclipsar que el Gobierno, como sucedió durante el COVID y con la dana, no contribuye a sofocar las emergencias; no, el Gobierno las exprime. La estrategia es tan burda que me avergüenza describirla, pues me consta que le hablo a lectores críticos, no a mañaneros, pero en fin, que no se diga.
- El mandato primero es que la región se cueza en su desgracia, en espera de que el presidente de turno acabe por claudicar y pida ayuda.
- El presidente de turno, consciente de que se está librando una batalla que no tiene más propósito que señalarlo como incompetente, dice bastarse y sobrarse en la errónea creencia (véase, Mazón) de que la catástrofe no es española, sino leonesa y zamorana. Ni siquiera la evidencia de que Galicia y Extremadura también estén ardiendo lo disuade de su voluntad autogestionaria; tampoco desvía de su cometido a Sánchez, que ahora, en lugar de disparar contra una CCAA, puede hacerlo contra tres, siquiera en forma de dádiva. Y si por él fuera, lo haría contra 17.
- Para entonces, el presidente de turno ya no sabe exactamente a quién se dirigen sus ruegos, si a Ayuso, a Bruselas, al Ejército o a la virgen de Fátima. Se suceden, al punto, las grotescas imágenes de madrileños socorriendo a vallisoletanos, asturianos auxiliando a palentinos y pacenses dando cobijo a cacereños. Todo, para deleite de un satrapilla que contempla desde su atalaya los singulares coros y danzas en que se va desmigajando el principio de ciudadanía, y, paradójicamente, coincidiendo con el periodo en que los asesores (y los asesores de los asesores) del Gobierno se cuentan por millares.
El colofón, como acostumbra ocurrir desde que Sánchez está al mando del «concepto discutido y discutible», es plantear un pacto de Estado, esto es, afanarse en que los súbditos sigamos en babia y con la mascarilla puesta, ignorantes de que ese pacto de Estado ya existe y se llama España.