The Objective
Martín Varsavsky

Realismo ambiental: la cortina de humo del cambio climático

«España no puede permitirse el lujo de quedarse anclada en un dogmatismo verde que ya demostró ser económicamente devastador y ambientalmente miope»

Opinión
Realismo ambiental: la cortina de humo del cambio climático

Ilustración de Alejandra Svriz.

Existió una época en la que el diagnóstico ambiental en España se basaba en el rigor científico. Se investigaba la contaminación por nitratos en el Mar Menor, se rastreaban metales pesados en las rías gallegas y se medían con precisión las partículas diésel en el aire de Madrid. Cada crisis tenía causas identificables, efectos cuantificables y soluciones específicas. Sin embargo, bajo el gobierno de Pedro Sánchez, el concepto de «cambio climático» ha mutado hacia una explicación universal y omnipresente para toda problemática ambiental.

Esto no es negacionismo climático. Es un hecho científico que el planeta se está calentando debido a los gases de efecto invernadero de origen antropogénico, con consecuencias potencialmente graves. Pero utilizar el cambio climático como un comodín explicativo para cada desastre ecológico es un ejercicio de pereza científica y una evasión política contraproducente. Cuando atribuimos al cambio climático problemas con causas humanas directas y solucionables, perdemos la oportunidad de implementar medidas inmediatas que podrían salvar ecosistemas—y vidas— en el presente.

La administración de Sánchez ha perfeccionado este arte de la evasión responsabilizando a una entidad abstracta y global, en lugar de asumir el coste político de regular prácticas concretas, enfrentarse a lobbies industriales o responsabilizar a actores identificables. El cambio climático se ha convertido en el chivo expiatorio perfecto: un problema tan vasto y complejo que nadie puede exigir resultados tangibles a corto plazo.

La crisis energética: ideología vs. realidad económica

Mientras el Gobierno culpa al clima de todos los males, ignora obstinadamente la crisis energética que él mismo ha agravado con decisiones ideológicamente dogmáticas. España necesita energía abundante y barata, no solo para su industria, sino para la supervivencia de su ciudadanía. Las cada vez más frecuentes e intensas olas de calor se combaten con climatización, pero para una parte significativa de la población, el aire acondicionado es un lujo inalcanzable debido a tener la tercera electricidad más cara de Europa.

En este contexto, el cierre de la central nuclear de Almaraz es un acto de irresponsabilidad histórica. Es un suicidio energético y climático cerrar prematuramente la fuente de generación más fiable y que no emite CO2. La nuclear proporciona energía constante las 24 horas del día, los 365 días del año, independientemente de si hace sol o viento. Mientras el Gobierno se jacta de su transición ecológica, mata precisamente a la fuente que garantiza estabilidad al sistema y no genera emisiones.

La ironía es grotesca: España compra ingentes cantidades de gas a Argelia y, sobre todo, a la Rusia de Putin, financiando así la maquinaria de guerra que ataca a Ucrania. Mientras se cierran centrales nucleares propias, se envía dinero a regímenes autoritarios para importar un combustible fósil que sí emite CO2. Es la política energética más contraproducente imaginable: ideología pura que perjudica el bolsillo de los españoles, la seguridad nacional y el medio ambiente.

La solución no es complicada. España debe:

  • Mantener y ampliar la vida útil de su parque nuclear existente.
  • Apostar decididamente por la energía nuclear de nueva generación, más segura y eficiente.
  • Facilitar todo tipo de energía económica (nuclear, hidroeléctrica, gas natural como puente) con más inteligencia y menos ideología.
  • Rebajar de forma drástica el precio de la electricidad para que la climatización no sea un lujo, sino una herramienta de salud pública.

Los datos desmienten la narrativa única

Incendios forestales: negligencia e intencionalidad, no solo calor

Cada verano, la declaración de «emergencia climática» por incendios forestales se ha vuelto un ritual. La narrativa oficial apunta al calentamiento global como el gran culpable. Sin embargo, los datos del Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico cuentan una historia diferente: el 96% de los incendios forestales en España son causados por el ser humano. De este porcentaje, un alarmante 55% son intencionados (piromanía), mientras que el resto se debe a negligencias, como quemas agrícolas mal controladas o líneas eléctricas defectuosas. Solo un 4% son atribuibles a rayos.

Si el factor climático fuera el desencadenante principal, ¿por qué Galicia, con un clima notablemente más suave y húmedo, concentra el 36% de todos los siniestros? ¿Por qué la incidencia en Marruecos, con veranos consistentemente por encima de los 45°C, es significativamente menor? La respuesta es evidente: los incendios los encienden personas. La estrategia política, sin embargo, se centra en macro-objetivos climáticos, desatendiendo la prevención local, la disuasión penal de la piromanía y la gestión forestal.

Sequía: gestión hidrálica vs. ciclos naturales

La sequía se presenta sistemáticamente como un espectro del cambio climático. Si bien es innegable que el calentamiento puede exacerbar estos episodios, España tiene una historia milenaria de ciclos secos recurrentes. La sequía de 1945-1948, por ejemplo, fue documentada como más severa que muchos episodios recientes.

El verdadero problema es la gestión del agua. El sector agrícola consume el 82% del agua disponible en España, una cifra abrumadora. El país cuenta con 3,83 millones de hectáreas de regadío, una superficie que no deja de expandirse. Cultivos intensivos de alto consumo hídrico para exportación, como los olivares superintensivos o los invernaderos de Almería, compiten con el suministro para consumo humano. Los acuíferos, como el de La Mancha, se sobreexplotan hasta llevarlos al límite. El Mar Menor no agoniza por el calor, sino por la asfixia provocada por los nitratos de una agricultura intensiva que el Gobierno se muestra reticente a regular con firmeza.

Contaminación marina: vertidos, no calentamiento

Cuando las playas se cierran por contaminación o aparecen bancos de algas tóxicas, la retórica oficial sugiere vínculos con el «cambio climático». La realidad es más prosaica y, por tanto, más solucionable: más del 50% de las masas de agua subterránea en España están contaminadas por nitratos, creando zonas hipóxicas que asfixian la vida marina.

El Mar Menor es el caso más emblemático, una «sopa verde» de fitoplancton resultante de la filtración de nutrientes agrícolas. A esto se suma que la Comisión Europea ha sancionado repetidamente a España por el incumplimiento de la directiva de aguas residuales urbanas, con numerosas localidades vertiendo aguas mal depuradas directamente al mar. No es el clima lo que contamina las costas; son vertidos que podrían eliminarse con inversión en infraestructura y voluntad de aplicar la ley.

El absurdo Covid: la climativización de una pandemia

El punto álgido de esta manipulación retórica llegó cuando varios miembros del Gobierno intentaron vincular la pandemia de Covid-19 con la crisis climática. Se sugirió que la destrucción de ecosistemas había propiciado la zoonosis y que la «transición ecológica» era la solución para futuras pandemias. Esta conexión, forzada y carente de base científica sólida, desveló la estrategia: cualquier crisis, independientemente de su origen, debe ser enmarcada dentro del relato climático para justificar una agenda política preexistente.

La obsesión con el net zero: un dogma descontextualizado

Para entender el giro político europeo, es crucial desmitificar la narrativa alarmista. El calentamiento global desde la era preindustrial se sitúa en aproximadamente 1.47°C, una cifra lejana de los escenarios apocalípticos que suelen esgrimirse para declarar estados de excepción climática perpetua.

Este aumento, siendo real, debe contextualizarse. El CO2 adicional ha tenido un efecto fertilizante a escala global, provocando un «enverdecimiento» del planeta equivalente a dos veces la superficie de Estados Unidos continental. Desde 1980, la biomasa vegetal global ha aumentado de manera significativa.

España es un testimonio elocuente de este fenómeno: de las seis millones de hectáreas forestales a mediados del siglo XIX, hemos pasado a más de 16 millones de hectáreas en la actualidad, un aumento del 166%. Nuestros bosques cubren alrededor del 55% del territorio nacional, una masa forestal muy superior a la de los años 80.

Esto no absuelve al CO2 de sus efectos termostáticos, pero complica la narratura simplista de un mero «villano». Estudios científicos demuestran que la duplicación de la concentración de CO2 puede estimular el crecimiento de numerosas especies vegetales en un promedio del 37%. Cerca del 70% de este enverdecimiento global se atribuye a este efecto fertilizante.

La obsesión dogmática con el «Net Zero» ignora estos matices y persigue unos objetivos que, en el caso de España (responsable de menos del 1% de las emisiones globales) y de la UE (en torno al 8%), equivalen a una autoflagelación económica con un impacto climático global insignificante, especialmente cuando las emisiones se deslocalizan a países con standards ambientales menos exigentes.

Europa gira a la derecha: Sánchez, el último mohicano

Las elecciones al Parlamento Europeo de 2024 confirmaron un giro palpable hacia la derecha en el continente. Partidos escépticos con las políticas climáticas agresivas y costosas ascendieron al poder o pasaron a sostener gobiernos en al menos siete países de la UE. Este cambio refleja un hartazgo ciudadano con unas agendas verdes que encarecen la vida y debilitan la industria, sin ofrecer resultados tangibles a cambio.

Mientras líderes como Giorgia Meloni en Italia o las políticas actuales de Donald Trump en EEUU reorientan sus prioridades hacia la competitividad industrial, la seguridad energética y el control migratorio, Pedro Sánchez persiste en una retórica climática que Europa comienza a abandonar por considerarla economicamente dañina y estratégicamente ingenua. La ironía es profunda: Sánchez se proclama abanderado del liderazgo climático europeo en el preciso momento en que Europa da marcha atrás.

El coste de las buenas intenciones: lecciones de la crisis energética europea

El experimento europeo —seguido con fervor por Sánchez— demuestra la futilidad de atacar el problema equivocado. Aunque la UE ha reducido sus emisiones, su peso global es marginal (8%), mientras gigantes como China e India las aumentan.

A pesar de esta huella decreciente, Europa se impuso los objetivos de descarbonización más agresivos del mundo. El resultado fue una crisis energética sin precedentes entre 2021-2023. Los precios del gas para la industria se dispararon a niveles entre dos y cuatro veces superiores a los de sus competidores norteamericanos y asiáticos.

El impacto fue devastador: las industrias electrointensivas (química, siderurgia, cerámica) redujeron su producción en hasta un 25%. Muchas empresas cerraron plantas de forma permanente o trasladaron su producción a países con energía más barata y regulations menos estrictas. El resultado final: deslocalización de puestos de trabajo, pérdida de capacidad industrial estratégica y ningún beneficio para el clima global, ya que las emisiones simplemente se trasladaron a otras latitudes (efecto «fuga de carbono»).

España no fue una excepción. Sufrió cierres industriales, una siderurgia al borde del abismo y una factura de luz que lastró la competitividad de todos los sectores. Sánchez, en lugar de corregir el rumbo, redobló la apuesta.

La urgencia del presente: soluciones tangibles vs. quimeras futuras

El enfoque obsesivo en el clima ha creado una peligrosa parálisis en la acción inmediata. Mientras el debate público se centra en el precio del carbono para 2050, se descuidan soluciones concretas que podrían implementarse hoy:

  • Agricultura de Precisión: Para eliminar el flujo de nitratos a acuíferos y zonas costeras.
  • Gestión Estratégica del Agua: Implantar cuotas estrictas y modernizar regadíos para evitar la sobreexplotación.
  • Economía Circular Real: Exigir sistemas integrales de reciclaje y responsabilidad ampliada del productor para acabar con la contaminación por plásticos.
  • Prevención de Incendios: Implementar planes serios de gestión forestal, limpieza de montes y disuasión penal contra la piromanía.
  • Cumplimiento Normativo: Aplicar sanciones ejemplares a quienes viertan aguas sin depurar o contaminen acuíferos.

Estas medidas no requieren esperar a una cumbre internacional ni a un avance tecnológico milagroso. Solo requieren voluntad política para enfrentarse a intereses creados y gobernar con pragmatismo.

«El calentamiento global es un desafío real de largo plazo que requiere una transición energética inteligente, no traumática»

Los problemas reales barridos bajo la alfombra verde

Mientras el espectáculo de la «emergencia climática» acapara titulares, problemas ambientales concretos y letales se agravan en la sombra:

  • Contaminación Atmosférica: Causa más de 30,000 muertes prematuras al año en España (datos de la AEMA). Madrid y Barcelona incumplen sistemáticamente los límites de NO2 y partículas PM2.5.
  • Contaminación Acústica: Afecta al 70% de la población urbana, con graves implicaciones para la salud cardiovascular y mental, y está completamente ausente del discurso político.
  • Contaminación Química: Pesticidas detectados en el 44% de las aguas subterráneas, microplásticos omnipresentes y metales pesados de minas abandonadas lixiviando into los ríos.

Estas son crisis causadas por actividades humanas específicas, con soluciones técnicas conocidas, que quedan eclipsadas por la retórica climática. Mientras Sánchez promete un mundo Net Zero en 2050, los españoles respiran, beben y sufren una contaminación que podría mitigarse de forma inmediata.

Conclusión: España en la encrucijada del realismo

El calentamiento global es un desafío real de largo plazo que requiere una transición energética inteligente, no traumática. Pero elevarlo a la categoría de causa única de todos los males ambientales es un error científico y una abdicación política.

Los bosques arden por pirómanos y negligencias, no por moléculas de CO2. Los acuíferos se secan por bombas de riego descontroladas, no por la falta de lluvia. Los mares se contaminan por vertidos, no por el calor.

Europa ya está rectificando. España no puede permitirse el lujo de quedarse anclada en un dogmatismo verde que ya demostró ser económicamente devastador y ambientalmente miope. Merece un realismo ambiental que priorice diagnosticar con precisión cada problema y aplicar soluciones específicas, efectivas y inmediatas.

Abandonar la cortina de humo del cambio climático como excusa universal no es negacionismo; es la única vía responsable para proteger realmente nuestro medio ambiente aquí y ahora. Es la obligación moral con las generaciones presentes y futuras: dejar de culpar al clima por nuestros propios fracasos de gestión y empezar a gobernar con datos, pragmatismo y valor.

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