Hacer posible lo posible
«Hay una inflación legislativa que solo sirve para dar la impresión de movimiento, de avance. Pero las cosas podrían mejorar incluso con las leyes que ya tenemos»

Congreso de los Diputados.
Una de las mayores frustraciones que produce la política contemporánea, y supongo que es algo intrínseco a la política en todas las épocas, es comprobar lo difícil que es hacer lo posible. Sí, lo posible, no lo imposible. A la izquierda le ha gustado siempre hablar de «hacer posible lo imposible», como decía ese eslogan de los Comunes de Ada Colau hace unos años. Pero uno de los principales problemas de la política española en la última década es que no somos capaces ni de hacer lo posible. Y creo que no es una cuestión de ignorancia o falta de imaginación política. Es un problema de que el político sabe lo que tiene que hacer pero también sabe que si se atreve a hacerlo su puesto peligra. Es la famosa frase del expresidente de la Comisión Europea Jean-Claude Juncker, que dijo: «Sabemos lo que hay que hacer, pero no sabemos cómo hacer que nos vuelvan a votar después de hacerlo». Es decir, es un problema de incentivos, como siempre.
El Gobierno de Pedro Sánchez suele ser un experto en crear nuevas leyes para simular que está dispuesto a solucionar un problema. Muchas veces, sin embargo, ya existen leyes parecidas. El problema es que no se cumplen. Al sustituirlas por unas nuevas, se cambia la carcasa pero el problema persiste. Otras veces, la ley o comité anterior ya era perfectamente inútil, como pasa con la Comisión Interministerial de Cambio Climático que ha anunciado el Gobierno como respuesta a los incendios, que ya existía desde 2018. Pero, ¿quién se va a acordar? Pasa con los grandes problemas a los que nos enfrentamos, desde la vivienda a la educación. Hay una inflación legislativa que solo sirve para dar la impresión de movimiento, de avance. Pero las cosas podrían mejorar incluso con las leyes que ya tenemos.
Vivimos en sociedades cada vez más complejas que deben integrar cada vez más demandas. Una política pública en una sociedad compleja y democrática siempre tiene externalidades. Por ejemplo, en el tema de la vivienda, uno de los más calientes y el que más problemas va a crear en las próximas décadas, no vale con levantar un edificio y punto, sino que hay que cumplir con cada vez más regulaciones ambientales, demandas vecinales (los famosos movimientos nimby, not in my backyard, gente que no quiere que se construya «en su patio de atrás»), estándares mínimos de habitabilidad y sostenibilidad. Es un fenómeno positivo, mayoritariamente. Pero a veces nos despista del problema principal. La gente necesita un techo ya. Hablamos de especulación, de okupas e inquiokupas, de apartamentos turísticos, de parches fiscales, y nos olvidamos de la oferta y la demanda, de construir más donde más hace falta, de adaptarnos al crecimiento de las ciudades. No hace falta una nueva ley de vivienda, ni una comisión interministerial, ni un comité de expertos ni un observatorio de la vivienda. Hacen falta ambición y voluntad. Y hacen falta menos políticos que quieran hacer posible lo imposible y más políticos con la valentía suficiente de hacer posible lo posible.