The Objective
Jorge Vilches

El Rey o una República de Sánchez

«Si hoy Pedro Sánchez fuera el presidente de la República, da igual si parlamentaria o presidencialista, el régimen no tendría un mísero asidero para seguir creyendo en él»

Opinión
El Rey o una República de Sánchez

Ilustración de Alejandra Svriz.

Los incendios nos han demostrado una vez más que este no es un país para una República. Y no lo digo por el desastre que supusieron las dos que hemos padecido, sino porque nos viene bien una institución despolitizada, fuera de los partidos, cumpliendo un papel oficial que refleje los mejores valores colectivos, como la solidaridad y la justicia. Lo hemos visto estos días: mientras el presidente del Gobierno y sus ministros actúan en la tragedia como agentes partidistas sin escrúpulos, los reyes, cuando Moncloa les ha dejado, se han plantado en las zonas afectadas para dar apoyo a las víctimas. 

No voy a dar el rollo académico sobre el cumplimiento del papel «dignificante» y «dignificado» de los reyes según Walter Bagehot, que es lo que usan los republicanos para hablar bien de la corona mostrando el argumento con papel de fumar. Me atengo a una realidad. Si hoy, en medio de la tragedia, Pedro Sánchez fuera el presidente de la República, da igual si parlamentaria o presidencialista, el régimen no tendría un mísero asidero para seguir creyendo en él. Habríamos visto escenas lamentables del jefe del Estado culpando e insultando a la oposición. El resultado sería un desapego absoluto de la gente común hacia la política, se agotaría su fe en la resistencia del sistema a los tiranos corruptos y a los malos gobiernos, y generaría una separación insalvable entre la forma constitucional y el pueblo.

Todavía leo discursos basura basados en la idea de que la monarquía es un tipo de gobierno anacrónico. Este argumento es sumamente ignorante y viejo, hijo de la religión del progreso de la Revolución Francesa, que tanta sangre vertió como totalitarismo engendró. La forma de Estado es una convención como cualquier otra cuyo objetivo es el buen funcionamiento de un sistema pensado para resolver conflictos sin recurrir a la violencia. En España, la forma republicana no ha generado más que enfrentamiento entre españoles, desorden y guerra civil. No es una opinión, es un hecho. Por tanto, la República no puede ser en nuestro país, porque no lo ha sido nunca, una convención para el bien común y la paz.

No hay más que ver a los que sostienen hoy la forma republicana: rezuman tanto odio por sus vecinos, tantas ganas de ajustar cuentas con el pasado y el presente, por excluir ideas, partidos y personas, por dictar normas contra media España, que nos podemos hacer una idea de cómo sería una Tercera República. Aquí el republicanismo ha sido siempre una forma de hacer la revolución con guillotina real o figurada. Mientras en otros países ha habido pensadores que plantearon la ilusión republicana, en palabras de la profesora Villaverde Rico, como una forma de convivencia abierta y plural, hasta utópica; en España solo ha servido como coartada para sepultar o expulsar a otros compatriotas. 

El republicanismo tal y como lo entiende el PSOE de Sánchez es un régimen de gobierno exclusivo que retuerza la sociedad para conseguir el paraíso ecofriendly y feminista, sin seguridad jurídica para la propiedad, y con un Estado omnipresente y extractivo para la gobernanza de una oligarquía. Nada que ver con una democracia. Por eso el sanchismo alimenta el conflicto y el odio social, cultural y entre regiones y administraciones. De ahí que el PSOE desde el año 2000, tanto en el gobierno como en la oposición, con Zapatero y Sánchez, salvo honrosas excepciones personales, haya sido el más problemático y ruin en la historia de la democracia. Desde el aprovechamiento del atentado del 11-M en adelante. ¿Se imagina que Zapatero hubiera llegado a la presidencia de la República con unas elecciones tras un atentado pensado para cambiar el gobierno?  

«El sanchismo y sus aliados, como Otegi y Rufián, recuerdan por su actitud y sus palabras a la política que se hizo en Europa en las décadas de 1920 y 1930»

Mientras el PSOE siembra vientos, el Rey calma. Lo anticuado, por tanto, no es la monarquía, sino formas de hacer política que nos enfrentan con el miserable propósito de eludir la responsabilidad o de sacar un rédito político. El sanchismo y sus aliados, como Otegi y Rufián, recuerdan por su actitud y sus palabras a la política que se hizo en Europa en las décadas de 1920 y 1930. Son las mismas maneras que polarizaron a los europeos sin remedio, que dieron alas a los autoritarios que repudiaban el pluralismo, a los descreídos de la democracia liberal, a los que echaban pestes del parlamentarismo y de las urnas. 

Quizá por eso, entre otras cosas, la relación entre el Rey y Sánchez está rota. Mientras el primero actúa por el bien común y general de todos los españoles, el segundo va a lo suyo. La percepción general es que Felipe VI trabaja por el país sin distinción de lugar o condición social, y Sánchez solo satisface su obsesión por estar en Moncloa a cualquier precio. Ese sentido de Estado del monarca español se traduce en respeto en toda Europa y América. En cambio, Sánchez no puede ni salir a la calle en su país y es apartado de cualquier reunión internacional importante.  

Por eso, alejados del ruido y de las trampas que ponen en la vida política los que solo quieren revolver el río para pescar, habrá que confiar en instituciones no partidistas, como la monarquía encarnada en Felipe VI, para sostener lo que nos queda. A partir de aquí, estaría bien que en septiembre, el Senado, donde tiene mayoría el PP, eche a Conde Pumpido y haga lo posible para devolver el Tribunal Constitucional a la democracia de todos, no al servicio de Sánchez. 

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