Se acerca el invierno (demográfico)
«No existe un resorte más poderoso para salir adelante que la crianza»

Un fotograma de la serie 'Juego de tronos'. | HBO
«Winter is coming». La advertencia de George R. R. Martin en su saga Canción de hielo y fuego funciona también como metáfora del problema estructural de España: el invierno demográfico. La natalidad está en mínimos históricos. La población envejece rápidamente, las generaciones jóvenes son cada vez más pequeñas y el sistema de pensiones empieza a tambalearse.
La principal razón que muchos españoles aducen para renunciar a formar una familia está en la economía. Y es cierto: los jóvenes enfrentan trabajos de baja productividad y, por lo tanto, con bajos salarios (de hecho, el salario real está estancado desde hace lustros). Trabajos, además, precarios, producto de un sistema laboral sobrerregulado que protege al que ya tiene un empleo, pero inhibe las nuevas contrataciones, y con unos horarios tradicionales incompatibles con la conciliación. Como agravante, muchos de los jóvenes más preparados –en quienes el país ha invertido durante décadas en educación y sanidad desde su nacimiento– emigran hacia economías más productivas y abiertas al talento que la española. Esto es válido para ingenieros, enfermeros, médicos y científicos, pero también para conductores de autobuses y operarios de maquinaria pesada. El resultado es un país que, si no revierte esta tendencia, se encamina hacia una crisis económica estacionaria.
Pero esta conversación crucial sigue aplazada. El debate está completamente secuestrado por el populismo de Pedro Sánchez, un presidente dispuesto a todo con tal de conservar el poder. El daño causado se manifiesta en tres esferas concatenadas: la corrupción, que tiene a José Luis Ábalos y Santos Cerdán tan solo como emblemas, pero que es estructural y además impone una suerte de alejamiento de los temas públicos de la sociedad civil, harta de sentirse estafada; el intento, hasta ahora fallido, de transformar el sistema democrático en otro de control político que haga en la práctica imposible la alternancia, que tiene de arquitecto inicial a Zapatero y de espejo el famoso Pacto del Tinell, y que divide a los ciudadanos en afines y enemigos; y, por último, las consecuencias de una investidura utilitaria que implicó pactar con los nacionalistas la construcción de estructuras estatales en sus territorios (incluso sin que gobiernen en ellos), lo que hará más fácil un nuevo intento de secesión, al que no solo no han renunciado sino que anuncian que volverían a intentar. Se está utilizando el propio andamiaje del Estado, construido y pagado por todos los españoles, y que ha dado frutos espectaculares en democracia, para hacer factibles los proyectos de secesión, una especie de ciega y obstinada crianza de cuervos.
La estructura económica actual en España desalienta la formación de familias, y el nulo gasto social dedicado a este empeño refleja la ceguera voluntaria sobre este tema crucial. Y esto en un entorno excesivamente regulado que ahoga la iniciativa. Las trabas administrativas, los permisos redundantes y una maraña normativa –especialmente a nivel autonómico– fragmentan la unidad de mercado y dificultan el crecimiento empresarial, único generador de riqueza real. Es una paradoja que un país inserto en el mercado común europeo funcione internamente como si existieran aranceles: barreras idiomáticas, regulaciones incompatibles, licencias imposibles.
A ello se suma un acceso cada vez más difícil a la vivienda, producto también del miedo a que el mercado encuentre las soluciones naturales y cuya normativa, para construir, reformar y alquilar, se agrava con cada iniciativa. Sin un espacio propio –una casa donde asentarse– resulta imposible consolidar una vida adulta. Para tener una intimidad sexual, una conciencia del costo de la vida, unas prioridades claras y un proyecto de futuro, se requiere un espacio propio donde ejercer la vida en los términos que uno elija. Es decir, ejercer la libertad. Esto incluye una responsabilidad ciudadana mayor y una menor compra del discurso maximalista y radical.
Con todo, las razones económicas no dejan de sonar a excusa. Todos sabemos que los hijos son el único problema que antecede a la solución. No existe un resorte más poderoso para salir adelante que la crianza. El verdadero problema es cultural: se ha extendido un discurso que disocia la realización personal de la maternidad y la paternidad. A varias generaciones se les ha inculcado la idea de que tener hijos es incompatible con la libertad, que la familia representa una carga, y que la biología puede ignorarse sin consecuencias. Saldos negativos del 68, libertario en tantos otros sentidos, y que las nuevas taras ideológicas –como la confusión entre igualdad y voluntad– han exacerbado, con la caricatura del discurso del heteropatriarcado opresor. La maternidad se percibe con frecuencia como una renuncia al progreso individual, en lugar de un proyecto vital con sentido propio. Esta mentalidad, reforzada desde ámbitos educativos y mediáticos, ha contribuido a una desvalorización del hecho de tener hijos como parte central de una vida adulta plena, para hombres y mujeres. Pero, en el caso de muchas mujeres, el reloj biológico es inapelable, lo que hace aún más doloroso el momento en que llega la hora del arrepentimiento.
Porque la trascendencia –lo único capaz de vencer el vacío existencial– no se alcanza ni en el éxito profesional (reservado, lógicamente, a unos pocos), ni en el consumo, ni en la acumulación de experiencias. Para la mayoría, la plenitud se revela en la creación artística (algo, de nuevo, reservado a una minoría talentosa) o, sobre todo, en la entrega a los demás: en la experiencia radical y transformadora de la crianza. En los hijos. Justo lo opuesto al nihilismo y al individualismo dominantes.
«El año pasado en España nacieron 350.000 niños, cuando el remplazo se cifra en 600.000. A eso hay que restarle los casi 100.000 jóvenes que emigran»
Las consecuencias del invierno demográfico en España ya son visibles y se agravan cada año. La tasa de fertilidad ronda los 1,2 hijos por mujer, muy por debajo de los 2,1 necesarios para garantizar el reemplazo generacional. Esto significa que cada generación es casi un 40% más pequeña que la anterior. El año pasado en España nacieron menos de 350.000 niños, cuando el cálculo económico de remplazo se cifra en 600.000. A eso hay que restarle los casi 100.000 jóvenes españoles que emigran buscando otros horizontes.
El resultado a futuro no serán solo pueblos vacíos o campos sin desbrozar, sino escuelas y universidades cerradas, falta de personal clave en todos los estamentos laborales y una creciente deuda pública que recaerá sobre menos trabajadores. Una pirámide poblacional invertida hace insostenible el sistema de pensiones y el Estado del bienestar, al menos desde las frías matemáticas.
Ante este vacío, la inmigración se convierte en necesidad estructural, pero mal gestionada puede dejar de ser una oportunidad para importar talento y juventud y convertirse en un aluvión desordenado que traiga lo peor de los países emisores. Especialmente preocupante es la falta de afinidad cultural, que incluye el respeto a las normas básicas del Estado laico, la igualdad de género y los valores constitucionales. Sin cohesión, la integración fracasa, y con ella la posibilidad de sumar el lugar de que reste.
Pasará la pesadilla. Mientras el voto siga siendo libre, la prensa independiente conserve su voz y los jueces puedan hacer su trabajo sin presiones, hay esperanza. No en vano, esos tres pilares –sufragio, medios y justicia– son los más atacados por el actual poder. Pero cuando esa distorsión populista se disipe, España deberá mirar de frente su verdadero problema: el invierno demográfico. Hoy no se ve con claridad. Lo ocultan el paisaje animado de terrazas llenas, el turismo masivo, el auge de las grandes ciudades –en particular Madrid– y el poder adquisitivo de una generación de adultos mayores que aún sostiene el consumo (pero a costa de la deuda). Pero las cuentas no cuadran, el sistema no se sostiene, y el futuro no puede construirse solo con inercia. El invierno está cada vez más cerca y es olímpicamente ignorado.