Dorian Sánchez, autorretrato
«Sánchez se apareció a Bueno con aire de precadáver, unos cuantos kilos menos, un color cetrino y la mirada sin párpados de los psicópatas y las serpientes»

Ilustración de Alejandra Svriz.
Pedro Sánchez Pérez-Castejón es un chollo como entrevistado si el entrevistador tiene ganas de hacer preguntas incómodas. Siempre ha mantenido dos versiones antagónicas de los hechos con él relacionados. El 1 de junio de 2018, durante la moción de censura que sacó de La Moncloa a Mariano Rajoy, y sustituyó al viejo inquilino por Sánchez y su colchón nuevo, él se presentó como el adalid de la regeneración, con José Luis Ábalos en el papel de mozo de espadas, vivir para ver.
Aquel día, Sánchez refrescó la memoria al portavoz parlamentario del PP, Rafael Hernando: «Lo que no hay en Europa, señor Hernando, son Gobiernos dirigidos por partidos sentenciados por la justicia», dijo desde el atril del Congreso. «Lo que hay en Europa son Gobiernos, como en Alemania, en los que, por ejemplo, personas que han desempeñado responsabilidades ministeriales y a las se les ha descubierto que han plagiado una tesis lo que han hecho ha sido dimitir».
Efectivamente, esa fue la causa de que le dimitieran a Angela Merkel, su ministro de Defensa, Karl Theodor zu Guttenberg, su ministra de Educación, Annette Schavan y la de Familia, Franziska Giffey. Tres meses después era público el hecho de que Pedro Sánchez había plagiado su tesis doctoral, a partir de una memorable interpelación de Albert Rivera en el Congreso. Aún no soy capaz de comprender cómo la tesis fusilada no forma parte de los argumentos con los que la oposición confronta sistemáticamente con el Gobierno.
Bueno, Pepa, también pudo preguntarle por la amnistía y su carácter anticonstitucional que él y sus ministros proclamaban antes del 23-J. Cómo sacar de la conversación los prostíbulos de su suegro, de los cuales fue beneficiario a título lucrativo, mira, como el PP de la Gürtel, y algunos otros asuntos de obligatoria recordación.
Pero no hablemos solo de las omisiones. Uno se plantó ante la tele para tragarse el primer telediario dirigido por Pepa Bueno y apurarlo hasta las heces. Y hubo un primer hecho destacable. Era el primer informativo que en muchas semanas no contenía la palabra «fuego» ni hablaba de los incendios que han asolado casi medio millón de hectáreas en este verano.
El periodista más lerdo de España habría previsto que su entrevistado iba a tener mucho interés en hablar de la emergencia climática y que sería muy razonable hacer un balance de daños para cuadrarle el tiro al jefe. No hubo tal, en su lugar nos ofreció una entrevista con Pedro Almodóvar, que es la hez de los intelectuales opinantes, so pretexto de que acababa de terminar el rodaje de su última película Amarga Navidad. No era una noticia fresquísima; la había terminado hace veinte días.
Total, que en media hora de Telediario no encontró Pepa un minuto para hablar de los incendios y ponerle en suerte la jugada a Pedro, que tuvo que desgranar su gran propuesta, la lucha contra la emergencia climática, a pelo. Hubo algún detalle chusco, salvo en el sintagma «emergencia climática» se empeñó Sánchez en decir «climatológico» donde debía decir «climático» y nuestra televisión pública le correspondió en el teleprompter escribiendo repetidas veces, no todas, Ávalos con uve.
Por lo demás, estuvo a su altura. El tipo que tiene en el punto de la mira de la justicia a su mujer, su hermano, sus dos secretarios de Organización y su fiscal general del Estado, sostuvo que la corrupción sistemática en España se acabó con la moción de censura del 18. El fulano que calumnió repetidamente a la presidenta de la Comunidad de Madrid acusándola de corrupta, considera que el único insulto fue el que profirió Ayuso desde su asiento en la tribuna de invitados, al mascullar «hijo de puta». «No todos los políticos somos iguales. Yo no insulto», dijo, aureolado de virtud.
Volvió a mentir en su desencuentro con la judicatura: se jactó de actuar con contundencia contra la corrupción y de haber colaborado con los jueces, él que se negó a declarar ante el juez Peinado y se querelló contra él acusándole de prevaricación. Defendió la inocencia de su fiscal general Álvaro Ortiz cargando contra los ropones: «La inmensa mayoría de jueces y fiscales de nuestro país hacen bien su trabajo y cumplen con la ley, hay jueces que no». Sin embargo, él solo pudo apoyarse en el voto particular que rechazaba el procesamiento de Ortiz, uno frente a dos.
Sánchez se apareció a Bueno con aire de precadáver, unos cuantos kilos menos, un color cetrino y la mirada sin párpados de los psicópatas y las serpientes. Era el retrato de Dorian Gray envejeciendo a los ojos del público mientras él mostraba la galanura de siempre en el interior de La Moncloa.